Víctor Moreno
Profesor

Esencia fascista de Los Caídos

Su imposible resignificación como la consulta a la población sobre su futura finalidad piadosa, son una entelequia.

La construcción de «Los Caídos» siempre anduvo entre manos de políticos fascistas. Y de primer rango: Mata, alcalde de Pamplona; conde de Rodezno, vicepresidente de la Diputación y Víctor Eusa, miembro de la Junta Central Carlista de Guerra. Ellos se lo guisaron y ellos se lo comieron.

En el origen de su construcción están ellos y la sombra de Mola. Tras su muerte, (4.6.1937), el Ayuntamiento de Pamplona ofreció un «nicho» provisional en el Cementerio Municipal (nicho nº. 3, Pabellón Norte) en tanto se fijase un lugar en el que definitivamente han de quedar «los restos mortales custodiados por Navarra como su mayor tesoro». El Obispo ofrecería la catedral, aunque se tratara de un militar perjuro.

De forma temprana, Diputación acordó erigirle un monumento (5.6.1937), pero no pasó de ahí. El Ayuntamiento, con el tiempo, le animaría a que retomase la iniciativa, de «construir un panteón para Mola». Diputación la pospuso para cuando «hayan desaparecido las preocupaciones de la guerra» (20.5.1938). Lógico. El Saturno de la guerra devoraba cualquier presupuesto.

Fue el Colegio Oficial de Arquitectos Vasco Navarro, lo que quedaba de él después de la guerra, quien realmente propuso la construcción definitiva del monumento. Esta vez, sí, Diputación aceptó «acometer y sufragar con el esfuerzo de sus colegiados el proyecto y la dirección facultativa de las obras de un monumento conmemorativo del glorioso Alzamiento Nacional donde reposarían los restos del insigne Caudillo General Mola» (Acuerdo, 12.5.1939).

Diputación costearía su construcción en terrenos del Nuevo Ensanche, cedidos por el Ayuntamiento: «Aceptando con la mayor complacencia los ofrecimientos formulados por el Colegio de Arquitectos Vasco Navarro, se acordó rogar al Colegio presentar las iniciativas que a su juicio estima procedentes para guardar los restos mortales del llorado general Mola y perpetuar la participación de Navarra en el Glorioso Movimiento Salvador de España» (3.5.1940).

El proyecto pasó a ser, pues, un homenaje a los caídos del bando golpista, bajo el nombre de «Navarra a sus Muertos en la Cruzada». En julio de 1940, tras un homenaje a Calvo Sotelo, las autoridades visitaron la Escuela de Artes y Oficios para ver una maqueta del Monumento.

Ignoro si para incordiar o no, el fascista Eladio Esparza, en "Diario de Navarra", propondría que fuera Eunate el definitivo «templo dedicado a nuestros gloriosos cruzados muertos en la guerra», con estas palabras: «¿no está pidiendo que se recoja en ellos el espíritu de nuestros cruzados, los nuevos Caballeros del Templo? Es cosa de pensarlo» (24.10.1940). Al día siguiente, José E. Uranga consideró que era «una idea magnífica llevar a nuestros héroes a un lugar tan evocador y tan bello para nuestros cruzados».

En 14 de febrero de 1941 quedaría terminado el proyecto y entregado a Diputación. La Junta de Obras del Monumento a los Héroes estaría compuesta por el Vicepresidente de la Diputación, Rodezno, el diputado foral Francisco Uranga y una representación del Ayuntamiento de Pamplona integrada por el alcalde y un arquitecto designado por el Colegio (27. 3.1942).

El 21 de diciembre de 1941, a las seis de la tarde hubo una reunión bajo la presidencia del Conde Rodezno a la que asistieron los diputados Uranga y Ferrer, el alcalde interino Peralta y los arquitectos Ruiz de la Torre, Guibert y Yárnoz, «tratando los reunidos sobre la erección en el final de la Avenida de Carlos III del bello y magno Monumento a los muertos en la Gloriosa Cruzada Nacional».

El 27 de marzo de 1942, Diputación nombraría a Víctor Eusa como arquitecto director de la obra. Este acuerdo motivaría un escrito del Colegio, 1 de mayo, destacando la labor realizada hasta la fecha en el citado proyecto por Yárnoz, con el que habían colaborado Eusa y Alzugaray, y que debería ser nombrado director.

El 25 de febrero de 1943, el alcalde de Pamplona se dirigirá a Diputación para decirle que la obra proyectada era desproporcionada, proponiendo construir un «monumento menos suntuoso, dedicándole un espacio en una de las parroquias a construir en el II Ensanche». No coló. La normativa de construcción de estos edificios megalómanos venía de las altas esferas fascistas.

El 15 de octubre de 1947, el acuerdo de Diputación reflejaría finalmente sus intenciones: «fiel siempre al propósito de interpretar genuinamente los sentimientos del país, acordó erigir un monumento a la memoria de los Muertos en la inolvidable Cruzada Nacional, durante la cual Navarra tanto contribuyó a la causa de la Religión y de la Patria, y cuyo proyecto ha venido teniendo realización en los pasados años en proceso muy adelantado». Cinco años más tarde, el dictador lo corroboraría a su manera: «Diputación ha levantado un grandioso templo: es la interpretación justa y duradera de la voluntad de todo un pueblo que no quiere apartarse jamás del difícil servicio a España y la mayor gloria de Cristo y de su Iglesia».

No solo es cuestión de saber que la pervivencia de dicho documento atenta contra la Ley de la Memoria Histórica y su condena explícita de la simbología fascista. Es que, tanto su imposible resignificación como la consulta a la población sobre su futura finalidad piadosa, son una entelequia. Además, ¿desde cuándo el cumplimiento de una ley, en un Estado de derecho, se ha sometido a una votación popular?

Para resignificar sin trampa ni cartón Los Caídos solo existe una manera: devolverlo a su primigenio ser, es decir, convertirlo en polvo.

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