Victor Moreno
Profesor y escritor

Esperanza Aguirre

El autor defiende la figura de Esperanza Aguirre como referente  ético y moral. Negativo, claro está. Ensalza de forma sarcástica la capacidad de la dimisionaria presidenta del PP madrileño para detectar y encumbrar a corruptos, y defiende su utilidad social como ejemplo de «la persona que no queremos ser».

Aquellas expectativas, que consideraban a Esperanza Aguirre como una garrapata política y a la que habría que fumigar con un insecticida de alta composición química, no se han cumplido. Es una excelente noticia que solo haya dimitido como presidente del PP madrileño, pero no que ingresara de superiora en un convento de monjas de clausura, como pedía alguna alma piadosa. Lo reconozco. Es cierto que el ecosistema de la política ganaría unos decibelios de pureza acústica si, por fin, esta mujer aprendiera el valor del silencio, pues nada de lo que dice mejora lo que ya está dicho, sino que lo empeora en progresión geométrica.

Pero conviene reflexionar. Esperanza Aguirre nos recuerda a la persona que no queremos ser y a la que no nos gustaría parecernos. De ahí nuestro justificado rechazo a su extinción. Seamos pragmáticos. Que exista una persona que anda por ahí suelta como un verso libre y que concita en su carácter y temperamento aquellos defectos que nos repugnan, es un lujo que muchas sociedades democráticas no tienen. Es que nos basta verla para decir: «He aquí una persona a la que jamás me gustaría parecerme».

¿Quién dispone de este mecanismo autorreferencial para realizarse como ciudadano democrático? Es que el mayor insulto que nos podría hacer un próximo sería decirnos: «Joder, tío, ¡te pareces a Esperanza Aguirre!». Lo peor de lo peor. Y, si no, que se lo digan a Cifuentes, presidente de la Comunidad de Madrid. Seguro que le daría un infarto.
 
Perpetraríamos, por tanto, una grave equivocación, poco premeditada y muy alevosa, al solicitar que Aguirre fuera fumigada como una garrapata. Aguirre es bien común y público, al que hay que cuidar, no como una bocazas en proceso de extinción –estas especies no desaparecen nunca-, pero sí como un referente ético y moral.

No lo digo en broma, solo en plan sarcástico. Aguirre es un referente ético aunque lo sea por vía negativa. ¿Cuántos jóvenes de este país, viendo los modales de esta señora condesa y grande España, no habrán aprendido urbanidad, que es, a fin de cuentas, el primer nivel en que hay que ejercitarse antes de pasar a practicar los principios categóricos de Kant?

Seguro que la máxima aspiración de estos jóvenes será no parecerse jamás a esta señora aunque sea aristócrata. Una persona con dos dedos de sindéresis en la frente aprende más educación viendo a Aguirre cómo se dirige, pongo por caso, a la alcaldesa Carmena, que leyendo el Tratado sobre la tolerancia, de Voltaire o el Código de Circulación, que para el caso que hace a ambos daría igual.

Los griegos hablaron de un rey que, deseando ser muy rico, pidió a los dioses que le diesen el don de convertir lo que tocaba en oro. Midas se llamaba. Nosotros disponemos de una consorte condesa que inteligencia que coloca en el poder lo inunda todo con la impronta de la corrupción. ¿Quién posee semejante don? Nadie.

Si Zapatero trajo a la democracia la revitalización del término talante, Aguirre ha dado savia nueva a la palabra talento. No solo descubrió hace tiempo el suyo –hallazgo que lo hizo por sí misma, sin ayuda de nadie, lo que ya es decir-, sino el de aquellos otros que se arrimaron sumisos a su pollera. Y no, no fueron ni uno, ni dos, como dice ella, dada la humildad y modestia cristiana de su formación, sino una veintena por lo menos.
Estamos ante un mérito que solo la cicatería reinante se lo negará por activa y por pasiva, y la Cospedal, en diferido. Sin pretenderlo, Aguirre ha hecho más por la regeneración democrática del país descubriendo talentos activamente corruptos que ejerciendo como ministra de Aznar o como presidente tamayaza de la Comunidad madrileña.

Aguirre pasará a la historia como la gran descubridora universal de chorizos de alta composición tóxica. Y esta es la frase que debería aparecer en los libros de textos que se cubran de mierda liberal al hablar de ella, y no la tontería esa de que fue la política más votada en unas elecciones, porque, además de ser mentira, tiene poco sentido sostenerla cuando vas formando paquete electoral en la lista cerrada de un partido.

Es verdad. Nadie en España ha descubierto tanto talento como Esperanza Aguirre. La verdad es que solo conocemos el nombre de cuatro, pero ya verán, ustedes, cómo a medida que pasa el tiempo la lista de talentos tóxicos forman legión, o, por lo menos, una lista tan larga como la de los reyes visigodos. Ustedes, recapaciten en un dato. No es posible que el voraz desmantelamiento de la educación y de la sanidad públicas madrileñas, así como la destrucción masiva de Tele-Madrid, se llevase a cabo sin el concurso de estos portentos talentosos descubiertos por la condesa.

Los jueces tendrían que premiar a esta visionaria, excepcional Casandra de la modernidad política, ya que donde ha puesto el ojo, nos ha señalado la presencia de un hijoputa que a la larga o a la corta sacaría a flote su alma púnica. Pues, quiérase reconocer o no, la verdad revelada es esta: «Esperanza Aguirre talento que ha tocado, corrupto al canto».

Yo no recuerdo que hiciera nada bueno siendo ministra de Aznar, pero descubrir talentos corruptibles y corruptos lo ha hecho mejor que un juez Pedraz cualquiera. Si los jueces hubieran dedicado un tercio de su tiempo para descubrir talentos corruptibles en lugar de perseguir obsesivamente a unos pringaos de titiriteros o tuiteros discípulos de Swift, otro gallo habría cantado en esta democracia.

La cantidad de corruptos que van saliendo a la «luz púnica» gracias a su perspicacia ha sido inestimable. Y reconozcámoslo. Se necesita mucha capacidad para saber que alguien se convertirá en un crápula. No todos tienen esa portentosa clarividencia.
 
Algunos comentaristas se han asombrado ante el hecho de que, después de haberse responsabilizado políticamente del fichaje de dos chorizos con denominación de origen, se haya limitado a abandonar el cargo de presidente de su partido y no de la militancia a tiempo completo. Se trata de otro reproche que no tiene mucho sentido. Si ignorábamos en qué consistía la «responsabilidad cínica», ahora ya lo sabemos. Detalle que debemos a su inagotable ejemplaridad liberal, que ha dejado por los suelos a la de su maestro Aznar, lo que no está al alcance de cualquier mortal.

Su nombre figurará en los libros de texto del mañana, aunque no de Ciencias Naturales, sino de Ciencias Sociales titulada: ‘Cínicos y corruptos de la historia’, donde su nombre brillará por derecho propio.

A fin de cuentas, la corrupción la comete no quien la hace, sino quien se aprovecha de ella. Y no solo en términos de provecho económico. La corrupción produce muchos réditos en muy distintos órdenes de la vida.

Y Esperanza Aguirre lo sabe.

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