Pablo Nabarro Lekanda

Euskoesoteria

Comenzó el nuevo año juliano y acudí a la morada de la todopoderosa Mari para pedirle certezas sobre el devenir de nuestro pueblo para este año. Ser visionaria –me dijo– no significa necesariamente acertar con rigor nuestras predicciones. Tenemos un elevado nivel de capacidad intuitiva que junto al conocimiento y la experiencia y, sobre todo, fe en lo que creemos nos permite arriesgarnos, aun a costa de grandes sacrificios a anticipar acontecimientos, sean buenos o malos.

Mari añadió: Es verdad que vivimos tiempos oscuros, con serias amenazas para la persistencia de nuestro pueblo, nuestra cultura y nuestra lengua, pero creo firmemente que vamos a empezar a transitar de un mundo donde dominan el individualismo y un mal uso de nuestras emociones a otro donde dominarán el colectivismo, la solidaridad y la razón crítica. Todo es cuestionable, sobre todo el poder, sentenció.

Luego me reveló la historia de una de sus discípulas, Kemena, también con grandes dotes adivinatorias a la que acudían gentes de toda clase y condición para que con la simple observación de la palma de sus manos les predijera su futuro sobre la felicidad, sus cosechas, la salud, sus descendencias... Su morada en una pequeña aldea era perfectamente reconocible por una mano forjada en un metal ligero que colgaba en su puerta. Una invasión bárbara a sangre y fuego arrasó la aldea, no sin antes ser quemada en la hoguera. También me reveló que sus dos hijas, Eguzki e Ilargi, sobrevivieron a la tragedia y que a día de hoy sus descendientes habitan entre nosotras.

Las reflexiones y revelaciones de Mari acapararon mis pensamientos durante unos días. Curiosamente en el suplemento semanal de mi periódico, el horóscopo de Mila –el primero del año– mi signo, Piscis, me pronosticaba un buen año para estructurar proyectos, que cuide mis emociones y que estas no influyan en mi economía. Ese mismo domingo caí en la cuenta de que el nuevo año chino es el año de la Serpiente que también coincide con el de mi nacimiento.2025 es mi año, me dije orgulloso.

Fue al día siguiente cuando paseando por la parte vieja de la ciudad me percaté de la existencia de un pequeño callejón sin salida, prácticamente desapercibido, que con un letrero luminoso anunciaba la existencia de un local. El letrero en cuestión tenía escrita la palabra Indartu y junto a ella la figura de una mano invertida que inevitablemente me recordó la revelación de Mari. La visita era, pues, obligada.

El pequeño escaparate junto a la puerta ya era toda una declaración de intenciones: libros, cómics, cuentos para txikis, casi todos ellos sobre la historia de Euskal Herria, de su mitología, de sus leyendas, de sus lugares mágicos... También algunos mazos de tarots y oráculos y mucha literatura feminista. Una vez dentro del local, no muy grande, la perspectiva se amplió un poco más: algunas camisetas reivindicativas, eguzkilores, música, un póster del anuncio de la película «Kill Bill» de Tarantino, otro de una bella y desafiante pantera negra, algunos libros de filosofía contemporánea y neo-marxismo.

Mientras kuxkuxeaba por la tienda se me acercó su dueña y amablemente me preguntó si buscaba algo en particular, si me podía servir de ayuda. Traía unos libros entre manos y fue en el momento en el que se disponía a colocarlos en una estantería cuando me percaté de que en su antebrazo izquierdo, cercana a la muñeca, tenía tatuada la palabra Kemena. Un leve escalofrío recorrió mi cuerpo alterando mi pulso cardíaco por unos momentos. Instintivamente, le pregunté si practicaba la quiromancia, por lo de la mano del anuncio, y se sonrió. Yo, no −me respondió− pero alguna de mis antepasadas sí. Concretamente, mi centenaria amona Sorkunde la sigue practicando. A mí −añadió− me gusta más la cartomancia. Si quiere, le echo unas cartas. Accedí gustosamente.

Una vez sentados alrededor de una pequeña mesa en un discreto rincón del local y en el que había un póster con las cartas de un tarot de Euskal Herria (lo editó un periódico que fue clausurado, por cierto) Amaiur, que así se llamaba la joven del local me sugirió dos mazos de cartas para la sesión. Me anticipó que nada tenían que ver el uno con el otro: uno era un tarot, el otro un oráculo. No quise elegir y opté por los dos. También me anticipó que el tarot era especial, pues tenía dos arcanos mayores más que el clásico de Marsella: el Artista y el Pozo. No puse objeción alguna.

Después de barajar insistentemente el tarot lo puso sobre la mesa y lo partió en dos. Elige un montón, me dijo. Opté por el que estaba a mi derecha. Ahora si quieres te levanto la primera carta o vuelvo a partir en dos el montón, añadió. Volví a fijarme en el tatuaje de su brazo y le pedí que levantara la carta. Era la del Artista y en ella un joven dibujaba al aire libre sobre un cuaderno un castillo que divisaba en el horizonte. Es una buena carta− aseveró– pues como fortalezas indica una persona visionaria, creativa, entusiasta y con dotes interpretativas, aunque inquieto, inestable, crítico y ávido.

Repetimos el ritual con la baraja del oráculo. Previamente, me hizo una serie de interesantes matizaciones: este oráculo, el de María Magdalena, lo editó una teóloga feminista que reivindica la veracidad del proscrito evangelio de María Magdalena. Ni yo −añadió− ni nadie de mis predecesoras, somos cristianas, católicas, apostólicas ni románicas, aunque sí románticas, pero, creo que ella también fue una mujer libre, feminista, insumisa, viajera y culta. Era una de las nuestras, sentenció. La carta que me mostró era La Cruz, una cruz que en su parte inferior adquiría la forma de un ancla y en el medio un corazón. También incluía dos jaculatorias, dos mantras: «estoy anclada en el amor» y «permanece la fe, la esperanza y el amor». Amén, concluí yo sin ánimo de caricaturizar la situación. Todo lo contrario.

Concluida la sesión de cartomancia, Amaiur se negó rotundamente a que le pagara por ese servicio, pero sí agradeció que le comprara el póster de Kill Bill, el de la pantera y el libro "El tarot de Leonora Carrington" (una mujer esta por la que yo sentía una gran admiración: ecofeminista radical, artista multidisciplinar surrealista, que sufrió violencia sexual y lamentablemente poco reconocida por estos lares. Por cierto, de joven estuvo ingresada en un psiquiátrico en Santander, sí, aquí al lado).

Al cabo de unos días volví al callejón y cuál fue mi sorpresa al comprobar que el local, ya sin anuncios, estaba cerrado con la persiana echada y con los carteles de «se vende-se alquila» de distintas inmobiliarias. En esos momentos un operario municipal de la limpieza se disponía a adecentarlo y le pregunté desde cuándo estaba cerrado el local. Desde que trabajo en esta empresa, ya hace algunos años, siempre ha estado «chapao», me aseguró. Por un momento palidecí y se me cortó la respiración. Perplejo y confuso volví a casa y en el buzón del portal, entre un montón de propaganda comercial, había un sobre a mi nombre. Lo abrí y contenía las dos cartas de la sesión de cartomancia −La Cruz y El Artista− con una pequeña misiva escrita a mano que decía: Pablo, gogoratu: izena duen guztia... bada! Besarkada handi bat. Amaiur.


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