¿Existe el síndrome posvacacional?
En 1989 presenté a los medios de comunicación un informe sobre costes sociales del empleo y desempleo. En él se hacía referencia a los determinantes sociales del tiempo de trabajo y dentro de este al concepto «síndrome de la vuelta al trabajo». A partir de entonces todos los años en el mes de septiembre se vienen repitiendo los supuestos efectos en la salud derivados del fin de las vacaciones.
Todos los medios salen a la calle a preguntar por algo tan obvio que me ha hecho dudar sobre las bases científicas de dicho síndrome.
En los últimos años una serie de médicos, psicólogos y psiquiatras aparecen en medios de comunicación anunciando lo pernicioso que es volver al trabajo. Estos expertos, muy interesados en el negocio y la imagen y poco en la salud, nos ofrecen datos, índices, estadísticas con la pretensión de medicalizar un problema social y laboral y nos proponen sesiones de terapia, consultas privadas, sauna, masaje, consumo de medicamentos, etc.
Llaman síndrome a lo más obvio: el secuestro del tiempo de trabajo. Volver a vender la fuerza de trabajo a cambio de un salario y de unas condiciones determinadas después de unas semanas que creíamos que nos pertenecían. Pero no, era una falsa ilusión y a partir de ahora a esperar que llegue el fin de semana, el puente, la Navidad, Semana Santa, el verano; y mientras, a jugar a la lotería, la quiniela… para comprar eso que nos ¿pertenece?: el tiempo. Es el tiempo de trabajo o el de desempleo, fuente de sufrimientos, enfermedades y muertes, el que determina el resto de tiempos de la existencia humana.
No existen bases científicas, médicas y epidemiológicas que confirmen la existencia del síndrome de la vuelta al trabajo. No es cierto que las mayores tasas de bajas por IT o absentismo laboral se produzcan en septiembre y octubre. Los meses de mayor incidencia de bajas por depresión, estrés o alteraciones psicomotoras se dan entre noviembre y abril. Poco o nada que ver con síndromes posvacacionales y mucho con unas condiciones de trabajo y desempleo que provocan enfermedades y muertes. El 50% de los trabajadores europeos padecen alteraciones musculoesqueléticas, otro 48% (unos 41 millones) padecen alteraciones psíquicas, por no hablar de la exposición a tóxicos y sustancias cancérigenas que afectan a más de 42 millones de trabajadores en la UE. Estas sí son verdaderas epidemias y pandemias. Por otra parte, en España padecemos el peor de los síndromes, que afecta a más de seis millones de trabajadores en paro, en precario o sometidos a procesos de ERE. Los problemas de pérdida de empleo o miedo a perderlo, la modalidad de contrato, la precariedad, la presión y exigencias del trabajo, la violencia y acoso dan lugar a la aparición y desarrollo de graves patologías y ayudan a ampliar la distancia entre la autoimagen actual y el «yo» ideal.
Frente a las grandes bolsas de desempleo, pobreza, trabajadores en precario, epidemias de origen laboral, las autoridades sanitarias y algunos grupos de expertos se muestran anestesiados y siguen considerando los lugares de trabajo como un ámbito privado. En ningún informe he visto reflejado el papel de los empresarios en los procesos de enfermedad y muerte de los trabajadores. Es más cómodo culpabilizar a las víctimas, medicalizar un problema social y enviar a las víctimas a las consultas privadas. La salud de los trabajadores está totalmente marginada de las políticas de salud pública.
Si a esto unimos el miedo real o inventado por las multinacionales químicofarmacétuticas de las gripes de vacas locas, porcinas, aviar, ébola… no sé a dónde pretenden llevarnos. Seguramente a la ciudad de Erewhom, donde la ley humana tiene la tarea de reforzar los decretos de la naturaleza. Quien sufre desdichas (paro, pobreza o enfermedades) o quien pierde un familiar querido será castigado por el Tribunal de Lutos de Erewhom hasta con la pena de muerte por no haber nacido de progenitores sanos y ricos, (fábula de Samuel Butler).
Cuando regreso de las vacaciones parece que, efectivamente, vivo en el país de Erewhom.