Xosé Estévez
Historiador

Galicia: país de emigración

No podemos considerarla pobre. Más bien habría que calificarla como «empobrecida» a causa de una situación crónica de cuasidependencia colonial y el sometimiento a unas estructuras económicas, sociales, demográficas y políticas injustas, donde imperaba el mal gobierno, el caciquismo, la desigualdad y el centralismo.

Galicia, la nación más finisterral de la península ibérica, posee una extensión de 29.575 km2, cuenta con 2.703.290 de habitantes y tiene una densidad de 91 habitantes por km2. Como escribo preferentemente para lectores y lectoras vascas o residentes temporalmente en esta nación que cierra el mar Cantábrico, incluyo los mismos datos referentes a la Comunidad Autónoma Vasca o Euskadi, con el fin de realicen un análisis comparativo, siempre fructífero, aunque, a veces, pueda resultar odioso. Euskadi: 7.234 km2; habitantes: 2.171.131; densidad: 300 habitantes por km2.

Galicia ha sido y es un país que padece expulsión crónica de su población, al menos desde el siglo XVI: emigración hacia el centro del Estado español durante la edad moderna, ya permanente ya estacional o «andoriña»; y a partir del siglo XIX masiva emigración hacia América, principalmente a Cuba, Argentina y Uruguay. A mediados del siglo XX los países receptores fueron otras naciones o regiones industrializadas del Estado español y algunos Estados europeos como Francia, Alemania, Suiza, Bélgica y Holanda. A mediados del siglo XX un millón y medio de gallegos residían fuera de su tierra y la ciudad más poblada de gallegos era Buenos Aires, habitada por unos 300.000 galaicos. El Centro Gallego bonaerense llegó a contar con 100.000 socios, con un centro sanitario, envidia de todos los argentinos, hoy a punto de desaparecer por mor de múltiples causas. La tendencia al asociacionismo ha sido evidente y los emigrantes galaicos han fundado unos 150 centros o Casas de Galicia, diseminados por 19 Estados de todos los continentes, excepto Africa, donde cerró en 2015 el único Centro Gallego existente, el de Nairobi (Kenia).

No debemos olvidar que en otro tiempo Euskal Herria fue país de emigración. En Galicia residen todavía actualmente 16.263 vascos.

La emigración, por desgracia, sigue deteriorando el país gallego. Alrededor de 20.000 jóvenes emigraron en el año 2017, dotados de alta cualificación, a diferencia de la emigración tradicional anterior, lo que supone una auténtica fuga de cerebros y de capital humano irrecuperable en edad de producción, además de una inversión fallida en formación previa para el país. Su población sobrepasaba no hace mucho tiempo los 2.800.000 habitantes y ha descendido a los 2.700.000. Recientemente, los profesores de la Universidad de Vigo Alberte Xosé Pazo Labrador y Mª Pilar Moragón Arias llevaron a cabo un concienzudo y riguroso estudio demográfico y llegaron a calificar la situación de Galicia con apelativo de «demotanasia», una verdadera catástrofe demográfica de imprevisibles consecuencia, porque en ella se conjugan cuatro factores altamente destructivos: despoblación, sobre todo rural, en amplísimas zonas del país, especialmente en el interior, Ourense y Lugo; emigración juvenil, galopante envejecimiento de la población y alto porcentaje de mortalidad, que supera con creces a la natalidad. En Galicia existen unas 3.600 aldeas abandonadas, otras 1.600 a punto de serlo, pues viven en ellas dos personas que superan la edad de la jubilación y más de 9.000 con menos de 10 habitantes.

Parece como si un malévolo druida hubiese lanzado desde la lubre de un céltico bosque milenario de robles, ubicado en los confines del Finisterre, un misterioso maleficio que obligase a los gallegos de todas las generaciones a surcar la piel de todas las latitudes del orbe terráqueo.

Las mentes más lúcidas y preclaras han denunciado con la voz y con la pluma esta sangría demográfica, verdadera exportación de carne humana, desde Rosalía de Castro, pasando por Curros Enríquez, Ramón Cabanillas, Luis Seoane y Castelao hasta Celso Emilio Ferreiro y Manuel María. Este último gran amigo de Gabriel Aresti, quien conocía de primera mano la tragedia del emigrante fabril gallego de la margen izquierda. Unos fueron emigrantes como Curros, Cabanillas o Celso Emilio, alguno nació en la emigración, caso de Seoane, y otros sufrieron un doble suplicio, emigración primero y exilio después, casos de Castelao o Suárez Picallo.

Si analizamos pormenorizadamente la contextura económica de Galicia y los recursos que posee no podemos considerarla pobre. Más bien habría que calificarla como «empobrecida» a causa de una situación crónica de cuasidependencia colonial y el sometimiento a unas estructuras económicas, sociales, demográficas y políticas injustas, donde imperaba el mal gobierno, el caciquismo, la desigualdad y el centralismo.

Y ante este negro panorama el perspicaz lector vasco se preguntará: ¿qué hacen los responsables políticos para solucionarlo? Con frecuencia me desplazo a Galicia, mi patria originaria de mis amores y dolores, y el alma se cae a mis pies. Las personas del común, del más variado cromatismo ideológico, con las que hablo, son conscientes del problema y su clamor, sufrimiento, desánimo y aflicción son unánimes. Los políticos de las distintas formaciones saben el problema y la solución que percibo solo se reduce a esta: crear año tras año comisiones de estudio para evaluarlo. Galicia es una nación a la deriva, pues sin población, ¿qué es un país? La tierra requiere pueblo. Es uno de los países más envejecidos del mundo. Me recuerda a los ancianos, que no tenemos «reprise», pero andamos a «toda pastilla», por la cantidad de ellas que ingerimos para aliviar los síntomas y no curar las raíces de las dolencias.

La emigración ha sido y es un auténtico cáncer que corroe la entrañas y el ser de Galicia. Solo ha tenido dos aspectos mínimamente positivos. Por un lado, en la emigración, fundamentalmente cubana, círculos conscientes fomentaron la creación y difusión de la conciencia nacional y de los símbolos más determinantes de la identidad gallega: la Academia de la Lengua, la bandera y el himno. Por otro, algunos emigrantes enriquecidos enviaron dinero a Galicia, que sirvió para crear escuelas y empresas y mejorar viviendas y explotaciones familiares. Los indianos cubanos costearían en la provincia de Lugo 99 escuelas. Sin embargo, una parte del capital retornado sería invertido en otras zonas del Estado, donde los beneficios eran superiores, siguiendo el flujo conocido como drenaje de capital, bien estudiado por economistas como Paul Baran, en su teoría de la dependencia, o Paul Sweezy, en su teoría del desarrollo capitalista.

Dejo para una próxima colaboración el análisis de la inmigración gallego en Euskal Herria, pues bien merece un minucioso examen.

Nadie como nuestra insigne poeta Rosalía Castro de Murguía, cuya suegra, Concha Murgia Egaña, había nacido en Oiartzun en 1806, se lamentó y clamó en estos sencillos y sonoros versos contra el drama de la emigración: «Este vaise i aquel vaise,/ e todos, todos se van;/ Galicia, sen homes quedas/ que te poidan traballar./ Tes, en cambio, orfos e orfas/ e campos de soedá;/ e nais que non teñen fillos/ e fillos que non teñen pais./ E tes corazóns que sofren/ longas ausencias mortás./ Viúvas de vivos e mortos/ que ninguén consolará».

En la versión al euskara de Kepa Fernández de Larrinoa no desmerecen en ritmo, rima, sonoridad y firmeza reivindicativa: «Hau badoa eta hura ere badoa,/ eta guztiak, guztiak badoaz;/ Galiza, gelditzen zara gizon gaberik/ diezazukenik lan egin./ Badauzkazu, aldiz, umezurtzak/ eta bakardade okuntzak;/ eta seme-alaba gabeko amak/ eta guraso gabeko seme-alabak./ Eta bihotzak dauzkazu/ ausentzia luze hilkorrak sufritzen dituztenak./ hil eta bizien alargunak/ inork kontsolatuko ez dituenak».

Search