Pedro Ibarra, Juan Mari Zulaika

Gamonal. Jaque-mate al Ayuntamiento de Burgos

A todos nos sorprende que Burgos, la antigua capital del Caudillo, solar de militares y clero, haya explotado en la calle contra el Ayuntamiento, haciéndole recular de sus pretensiones de explotación. La indignación de los vecinos ha podido con el caciquismo municipal que de la mano del PP ha regido la ciudad desde la corrupción y el autoritarismo.

Personajes como Miguel Méndez Pozo, uno más de la flor y nata de la España corrupta, la constructora Jovilma que quebró dejando empantanados a multitud de compradores de vivienda y otros casos de corrupción, amparados en la impunidad, tenían más que cabreada a la ciudadanía, castigada por otro lado por el paro y los desahucios. Ya en 2005 habían conseguido paralizar un proyecto de aparcamiento.

Esta vez también, ha sido un proyecto urbanístico, boulevard y aparcamiento subterráneo, dirigido a llenar los bolsillos de los consabidos y expoliar a los ciudadanos, la chispa que ha hecho arder las calles de Burgos. El proyecto calificado de «irracional, interesado y absurdo» intentaba reducir a dos los 4 carriles y eliminar 350 aparcamientos gratuitos a cambio de 256 plazas a 19.225 € cada una. Perjudicaba también a los comercios, por las dificultades de aparcar sin pagar. Los vecinos del barrio obrero Gamonal lo veían como un atropello más, un nuevo agravio.

El Ayuntamiento coloca vallas y comienza a retirar el asfalto. En 10 días el barrio se convierte en batalla campal. El 9 enero saltan a la calle y retiran el vallado. Se suceden asambleas, concentraciones, marchas, se paraliza el tráfico. La policía detiene a 16 personas. Una manifestación de unos 4.000 reclama su libertad. Las vallas siguen retiradas. El lunes día 20 llega el primer aviso de paralizar las obras. Suceden, sin embargo, nuevas movilizaciones. Recrudece la represión con más detenciones indiscriminadas, hasta 40. A la noche, apagón de luces y se establece una especie de «toque de queda». Una manifestación junta cerca de 10.000 vecinos.

Al fin, el martes el Consistorio declara la paralización definitiva de las obras. Para entonces, la chispa se había extendido solidariamente a muchas otras ciudades de España y de Euskadi. Medió seguramente una orden del Gobierno para que el alcalde paralizara las obras y aplacara la represión. Días de dura represión y contestación culminan en una victoria popular frente a la clase política caciquil. Pero, los vecinos no bajan la guardia, manteniendo las asambleas y parte de la organización espontánea. Insisten en la libertad de los detenidos y en el derecho a la vivienda.

No siempre llega así la victoria. En este caso, han incidido factores decisivos: la sucesiva cadena de atropellos, la clarividencia de los vecinos, su hábito de lucha en años y como broche, la solidaridad contagiosa de otras ciudades. La movilización del barrio de Gamonal y su victoria nos llevan a plantear la cuestión de si nos hallamos ante el inicio de un nuevo ciclo de movilización social. En ocasiones y por razones no siempre previsibles, suceden movilizaciones radicales, procesos de confrontación que llevan la lucha hasta el final; sin concesiones. En el caso de Gamonal, sin duda, la intensidad de los agravios resultaba insoportable.

Pero, como es sabido, en las movilizaciones sociales no existe una relación evidente entre el objetivo, el nivel de opresión, la confrontación social y la radicalidad de la misma. No siempre –ni mucho menos– situaciones graves de penuria social, de explotación, de represión, generan conflictos abiertos y sostenidos. La dimensión subjetiva, la conciencia colectiva de que la lucha tiene sentido, resulta clave en el resurgir de nuevo ciclo de confrontación. «Tiene sentido» quiere decir que el grupo o movimiento no solo entiende que su reivindicación es justa, sino que además afirma que ellos y sólo ellos son los que deben tener el protagonismo en acabar con esa injusticia. Y además tienen la convicción de que sí pueden lograr sus objetivos.

El surgir o resurgir de esa conciencia colectiva se alimenta de muchas causas. En primer término, de la memoria colectiva. A algunos les ha sorprendido que en Burgos, símbolo de una ciudad de derechas, surja este conflicto. Sin embargo, como se apuntaba, Gamonal es un barrio obrero con larga tradición de confrontación social. Desde que fue anexionado a la capital como tierra para una expansión industrial a lo bestia, fue permanente el entrenamiento de sus vecinos en la lucha contra la marginación y la especulación. Además la solidaridad mostrada por otras ciudades ha dado vida a la puesta al punto de su experiencia histórica. La solidaridad del exterior otorga aún más razón de ser al acto constitutivo de la acción colectiva: su solidaridad interna de grupo.

Pero hay aún otras causas. En tiempos de escasos o débiles y moderados procesos de movilización, el personal a veces sigue creyendo en la capacidad de los partidos políticos –o de algunos de ellos– para acabar con las situaciones de injusticia. Así las movilizaciones se limitan a plantear problemas concretos de no demasiado difícil resolución o de resolución tolerable y se deja a los partidos políticos el protagonismo de acabar con esas injusticias. Al parecer, estas creencias empiezan a desaparecer. Cada vez más gente, incluso sin memoria histórica de confrontación colectiva, van convenciéndose de que los partidos políticos están demostrando una sistemática incapacidad para –desde poder o contra el poder– solucionar agravios, injusticias y desigualdades, y que la experiencia demuestra que reivindicaciones demasiado concretas y concesiones demasiado parciales, al final, no solucionan los problemas de fondo. En consecuencia, empieza a extenderse la idea de que sólo la sociedad organizada, los grupos y movimientos sociales sin dependencias de otros, ni concesiones parciales, son capaces de resolver el problema.

Este protagonismo nos devuelve la esperanza en cuanto ve como más que posible lograr las reivindicaciones planteadas. Eso da capacidad a su lucha en la medida en que la misma recibe un aliento ideológico. En los últimos años la crisis de las ideologías de izquierda ha provocado un desierto de esperanza. Se ha extendido la convicción de que lo único posible es lo real, lo que hay.

Pero parece que también en ese terreno la situación está cambiando, que en muchos distintos sectores y grupos sociales están surgiendo propuestas de transformación social y política. Se está empezando a creer que tiene sentido –volvemos a la cuestión del sentido– el pensar y elaborar estrategias a partir de un pensamiento que presenta como posible una nueva sociedad, unas nuevas formas de vida colectiva. Esas crecientes convicciones o quizás solo intuiciones y en cualquier caso –afortunadamente– nada rígidas, sí tienen sin embargo esa dimensión esperanzadora que da solidez, radicalidad y permanencia a la confrontación social, que bienvenida sea.

No puedo impedir recordar con pena el derribo de Kukutxa por la fuerza, a pesar de la fenomenal resistencia ciudadana.

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