Pablo Nabarro Lekanda

GazNika

Cuando Rusia interviene militarmente en el conflicto del Donbass, desde el minuto uno la triada EEUU, OTAN y la Unión Europea condenaron sin paliativos la operación, obviando la contextualización geopolítica de la situación de Ucrania desde el golpe de Estado auspiciado desde occidente y que llevó al poder a Zelensky. Para unos fue una invasión, para otros guerra hibrida, para terceros conflicto proxy. Más de 600 días después de aquella intervención el balance es elocuente: cientos de miles de combatientes muertos y heridos en los dos bandos además de miles de civiles entre ellos también niños y niñas.

Cuando Hamas, en un osado y arriesgado ejercicio de acción político-militar, irrumpe en territorio israelí, la misma tríada y la propia Israel condenan sin paliativos dicha intervención obviando, también esta vez, su contextualización que no es otra que la de la situación de Palestina y concretamente la de Gaza. Para unos «terrorismo», para otros guerra de liberación y para terceros también un conflicto proxy. Pasadas tres semanas del conflicto, contabilizamos tantos civiles muertos como los acaecidos en Ucrania y entre ellos una cantidad escalofriante de niños y niñas muertos. Las bajas de combatientes en cambio son exiguas comparadas con las otras.

Sirvan estas consideraciones para la reflexión sobre algunas cuestiones comunes en ambos conflictos, pese a su innegable diferencia entre uno y otro. Es el caso de los denominados conflictos proxi, aquellos en que terceros países sin tomar parte activa directa en ellos sí son parte interesada. No ponen combatientes pero ponen las armas para que otros se maten sacando suculentos beneficios económicos y desde una pretendida hegemonía geopolítica a preservar sine die. De nuevo la triada y en especial los EEUU.

Otro aspecto a considerar es el de la contextualización de los conflictos que ha adquirido una gran relevancia a raíz de las acusaciones de Israel, nada menos que al secretario general de la ONU, de hacer apología del «terrorismo» de Hamas al situar sus acciones en el contexto del histórico conflicto palestino. Algo sin precedentes que pone de relieve la soberbia, la impunidad y la estupidez del gobierno israelí y que a la vez nos interpela a vascas y vascos.

A la hora de analizar la cuestión vasca, guardando las distancias, y las de sus derivadas -entre ellas el fenómeno de la extinta ETA- vemos cómo también se niega esa contextualización desde sectores políticos, mediáticos y judiciales, llegando a criminalizarla por supuesta apología del «terrorismo». Aiete fue sin duda el esfuerzo más claro a la hora de racionalizar nuestro conflicto en esos parámetros, gracias al esfuerzo más o menos entusiasta de unos, a pesar del negacionismo  de otros y el boicot  encubierto de terceros.

Por último qué decir sobre la condena y de su sacralización ante la gravedad de los hechos que acontecen aquí y ahora en el mundo, y que  en nuestro caso, en Euskal Herria, donde se ha convertido en un tema recurrente y manido pero muy interesado por parte de determinados sectores políticos y mediáticos.  

No se trata de minimizar determinados sucesos (pintadas extemporáneas, pinturas contra sedes de partidos políticos o hechos especialmente dolorosos como la profanación de tumbas de militantes políticos independientemente de las siglas que representen), pero resulta curioso, a veces perverso, ver cómo sí se contextualizan y se utilizan como armas arrojadizas con clara motivación política haciendo de la condena un anatema contra el adversario. Sucesos sospechosamente recurrentes, con la misma relación causa-efecto que con el tiempo lo único que se consigue es, paradójicamente, la banalización de la condena.

Santiago Alba Rico, un gran conocedor del mundo árabe, a raíz delos últimos acontecimientos y de la cascada de reacciones de condena a las acciones de Hamás se preguntaba en un artículo: «y después de la condena qué». Pregunta que nos interpela a todas sin excepciones pero especialmente a aquellas que hacen permanentemente apología de ella arrogándose además una pretendida superioridad ética y moral frente a las que no lo hacen pero callan ante otro tipo de atrocidades como estamos viendo también aquí en Euskal Herria

Los hay que desde un falso concepto de la equidistancia condenan a unos y a otros, una dialéctica ésta que nos lleva a la lógica conclusión de acabar todas condenadas, la misma que la Ley del Talión «ojo por ojo, diente por diente». Al final todas ciegas y con dentadura postiza las que puedan.

Yo, un ciudadano de a pie ya condenado, al igual que otros peatones normales, me pregunto si sirven para algo las condenas más allá de esa supuesta superioridad ética a la que antes aducía.¿No nos hemos dotado aquí e internacionalmente de un supuesto Estado de derecho, de una supuesta división de poderes, de todo un sistema jurídico-institucional que son quienes en definitiva absuelven o condenan supuestos delitos y a sus autores? Sinceramente, ¿condenar? No, gracias. A nada ni a nadie

Palestina - Euskal Herria, Gaza- Gernika: GazNika

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