José Mari Aiarzaguena
Médico de familia jubilado

Hábitos de vida saludables: ¿Responsabilidad individual o social?

Los gestores de Osakidetza están preocupados por el problema del insuficiente cumplimiento de la ciudadanía de los hábitos de vida saludables. Hábitos como dieta adecuada, ejercicio físico, abstención de tabaco... que disminuirían mucho la cantidad de enfermedad. Las medidas adoptadas hasta ahora, como son las campañas informativas intensas y continuadas y proyectos como los del paciente activo, no han conseguido su objetivo. Tampoco habrá ayudado mucho la decisión política de impedir a los médicos de familia el ejercicio de su especialidad: la salud integral.

¿Y cuál es el problema? ¿Que a la ciudadanía nos da lo mismo estar sanos que enfermos? ¿Que no nos importa acortar nuestra vida con tal de hacer lo que queramos? Resumiendo, ¿que somos personas viciosas y sin fuerza de voluntad?

En oposición a la teoría viciosa, lo que sí está demostrado es que los determinantes sociales de la salud, como la precariedad laboral y económica, que condicionan el acceso a realidades importantes, como vivienda, alimentación saludable..., se asocian a una mayor prevalencia de hábitos como el tabaquismo, la adicción al alcohol y drogas, y la mala alimentación.

Sabemos también, tal y como nos lo recuerda la OMS, que los factores psicosociales están fuertemente asociados con los estilos de vida que promueven la salud. Y que el ser humano, requiere desde la primera infancia sentirse valorado, tener soporte social y disponer de un trabajo que le permita vivir con dignidad. Sin ello, la persona se torna más propensa a la depresión, al uso de las drogas, a la ansiedad, la hostilidad y a la desesperación.

Otro aspecto importante a tener en cuenta en el proceso de empoderamiento pasa por entender que todo ser vivo presenta una «inteligencia biológica», que es la inteligencia que nos ha permitido sobrevivir. Los seteros, pescadores, cazadores... conocen la inteligencia de supervivencia de su futura presa. Conocen su hábitat, hábitos, comportamientos, preferencias... y así consiguen dominarlas. Sabemos que, tras millones de años de evolución en la que sobrevivimos gracias en exclusiva a nuestra inteligencia de supervivencia no consciente, surgimos hace unos 200.000 años los Homo sapiens actuales. Y la neurociencia ha demostrado que la inteligencia consciente (Homo sapiens) concienzuda y racional se basa en la información transmitida al cerebro por el corazón, pulmones, intestinos, vejiga, músculos... después de que estos hayan actuado y respondido de acuerdo con las reglas de la inteligencia de la supervivencia. De aquí surge la expresión de que el cuerpo conoce cosas que la mente aún desconoce.

Cuando se combinan el Big Data y la Inteligencia Artificial, los algoritmos de inteligencia artificial pueden procesar y analizar grandes volúmenes de datos de manera más eficiente y rápida que los humanos. Como exponen Telmo Lazkano y Maitane Ormazabal, autores del libro "Las voces del silencio": «con estas bases de datos crean perfiles escalofriantemente personalizados de cada usuario, abarcando aspectos como... rutinas, pasiones, miedos, afinidades, ideología y vulnerabilidades, entre otros». Esta información, utilizada con el conocimiento cada vez mayor de la inteligencia de supervivencia humana proporcionada por la neurociencia, nos puede convertir en sus presas: edulis, salmones o palomas. La utilización de esta inteligencia facilita el éxito de campañas como la promoción de comidas grasas y dulces, o las de la incitación al juego, cuyas repercusiones en la salud son de sobra conocidas.

¿Se puede, por lo tanto, abordar el tema de los hábitos de vida saludable y del empoderamiento de la población en el cuidado de su salud sin mención alguna al efecto de las campañas de marketing promotores de hábitos de vida no saludables? ¿O pasando de puntillas por los determinantes sociales de la salud y los factores biopsicosociales? ¿Y sin reconocer la dificultad que supone el proceso de empoderamiento de la población en el cuidado de su salud?

Por lo tanto, la respuesta al problema del escaso seguimiento de los hábitos de vida saludable precisa de acciones que respondan a las tres dimensiones del problema. 1. Desenmascarar las estrategias que, basadas en el conocimiento de la inteligencia de supervivencia, son utilizadas para impulsar hábitos y productos con un evidenciado impacto negativo en la salud. 2. Alertar, por parte de Salud Pública, del efecto negativo que tienen sobre la salud y los hábitos de vida saludable los acuerdos políticos que no defienden un trabajo con salario digno, unas pensiones dignas, unos cuidados dignos, acceso a una vivienda, etc. Y 3. Asumir la enorme complejidad que representa el empoderamiento de la persona en el cuidado de su salud. Los pacientes acuden a consulta por síntomas, por lo que se habla de diagnósticos y tratamientos, pero si queremos influir en los hábitos de vida saludables es necesario también hablar de determinantes sociales de la salud y de factores biopsicosociales. Y la única especialidad capaz de integrar todos estos aspectos es la medicina de familia. La base de la «nueva cultura sanitaria» que comenzó a fraguarse en la década de los 90 consistió en cambiar el modelo de Atención Primaria, pasando de ser el pilar del sistema sanitario a convertirse en facilitadores del trabajo de los especialistas en enfermedades. La complejidad del proceso de empoderamiento exige el cambio de modelo sanitario, en el que la Atención Primaria recupere la S de salud. Y esto no se consigue con consultas telefónicas, telemáticas y consultas presenciales sin tiempo suficiente. No me cansaré de defender que esto exige el blindaje del número de consultas, no más de 20, casi todas presenciales, y con tiempo suficiente, no menos de 15 minutos por consulta, y tiempo en horario laboral para reuniones de equipo, docencia e investigación.

¿Será que la vieja «nueva cultura sanitaria» es «la mona que se viste de seda»? Lo iremos viendo.

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