Haití, la monarquía de Henry Christophe y el Vudú
“El hombre nace libre, pero vive entre cadenas en todas partes”. Sin embargo, aún no hemos superado a Rousseau. Esta frase sugiere una mirada tal vez mítica, quizás dolorosa, melancólica y hasta temible del presente haitiano.
Haití, sumida —o tal vez empujada— a la desesperación y a la desidia por un Occidente sucio, mugriento, putrefacto, de olor fétido; una oscuridad racializada, negra, condenada por la superstición de que lo negro trae mala suerte. Ese destino oscuro, ese destino “negro”, cargado de toda esa basura de una antropología caduca, de una sociología desechable, también de mierda.
Estoy molesto, enfadado. Tal vez soy excesivamente zurdo. Tal vez hipócrita. Tal vez profano, loco, esquizofrénico, depresivo. Estoico. Solitario. Mendigo. Carente de ternura. Un barco en tierra firme. Un marinero de mares psicológicos.
En este IRATI de encanto, historia y de pasadas —presentes y futuras— victorias, recuerdo a Haití.
Un amor sin nombre. Claveles para un entierro cualquiera.
Hechizo. Vudú. El Barón de Samedi. Puerto Príncipe a las 3 de la tarde.
Carolle, siempre amable. Tan diplomática.
Tan pobre su vestido, siendo tan rica. Tan culta. Tan leída, con ese castellano bien masticado. Dulce su mano, también firme.
También creo en Henry, sí. El monarca negro.
El de la Citadelle. El del palacio sin preocupaciones.
Aquel que ordenó su propia muerte con una bala de plata. Tal vez para conectar con la Luna, con el más allá de los loas.
Qué bien me siento. Me siento a gusto en IRATI.
Gracias por ese café.
Gracias por olfatear mi pobreza.
Gracias por no cobrarme.
Gracias por el pan con caramelo de chocolate.
Gracias por la música caribeña.
Gracias por hacer todo un poquito menos triste.
Regreso.
Haití.
Vudú.
1804.
El Barón de Samedi.
GARR.
Gabi.
Los gallos.
El olor a mortecina a las cuatro de la tarde.
Chris Sua.
Madam Antuane.
El estupendo Giuan.
Otra vez los gallos.
Presidentes muertos.
Jovenel Moïse.
Los Duvalier: papá y Baby.
Los marines.
Los cascos azules.
Experimentos de laboratorio.
Sarampión.
Fiebre amarilla.
Incluso el depuesto.
El siempre depuesto.
El eterno depuesto.
El eterno desterrado.
El exiliado.
El político preso.
Aristide, el sacerdote.
El que habla en nombre del Vaticano.
El que habla en nombre de la Oficina Número 3 del Vaticano.
Donde está sentado el que tiene los plenos poderes:
El poder del poder.
El poder del derecho divino.
Es decir, la teología del código canónico.
El derecho de Dios.
El que lleva.
El que trae.
El poder plenipotenciario.
Qué días aquellos en el Vaticano.
Esos días en los que más pensé en ti, Haití.
En el Haití del Compadre General Sol.
En el Haití de Jacques Stephen Alexis.
En el Haití de Caffey.
El Haití de Mario.
Don Mario, el padre de Lovenie, la niña negra del cuento número 7 de Un poquito de coca para los nervios.
Sólo un poquito.
Sólo una rayita.
Una rayita que me recuerde a ti.