Edorta Jiménez

Hemingway y Franco: colgados de los pies

El No-Do nunca contó lo que nuestros padres nos decían y era vox populi entre los mayores: aquello de que a Franco le ponían los peces, los cachalotes, las ballenas, las palomas y todo lo que quisiera pescar o cazar. Y aunque no llegábamos a creer a nuestros mayores, Paul Preston nos confirma aquellas chanzas que se le hacían al Caudillo. A escondidas, claro.

Aquellas hazañas de Franco llegaron a oídos de Ernest Hemingway y así quedaron reflejadas en su obra de 1950 "Al otro lado del río y entre los árboles".

«Si amas a un país, deberías admitirlo» –pensó el coronel–. «Naturalmente. Admítelo, muchacho».

«Yo amé a tres y a los tres los perdí. No pierdas la esperanza. Hemos retomado dos. Recuperado» –se corrigió–. «Y recuperaremos el otro, general Asno Gordo, con su coto de caza, el consejo de su doctor, sus patos domesticados y una barrera de caballería mora cuando caza».

En la edición original, publicada en 1950, Ernest Hemingway había dicho esto: «And we will retake the other one, General Fat Ass Franco on his shooting stick with the advice of his doctor and tame ducks and a screen of Moorish cavalry when he shoots».

Evidentemente, la censura, o la autocensura del editor, volvió a hacer de las suyas y eso explicaría que en la edición española, que salvo en eso y algún detalle más sería idéntica a la argentina, hablo de la de 2001 y paso de actualizar el dato, se omitiera el nombre de Franco que venía tras ese «general Culo Gordo». Pero antes de entrarle a eso quiero fijarme en ese «sus patos domesticados».

En "Al otro lado del río y entre los árboles", las anátidas simbolizan la vida libre y salvaje:
«Allí cazan patos de verdad. Buenos muchachos. Buena caza. Patos legítimos. Lavancos, marecas, patos salvajes. Algunas ocas. Tan buenas como los de nuestra tierra cuando éramos chicos».

Dejando los patos de verdad, ¿quién dio esas informaciones sobre las costumbres de Franco a Ernest Hemingway? Posiblemente sus amigos vascos de Cuba.

Ellos ya sabían que en Donostia la desaparición de los patos «domésticos» del estanque de la Plaza de Gipuzkoa era señal inequívoca de que el Caudillo estaba a punto de llegar a la ciudad, ya que en tales ocasiones las anátidas aquellas eran trasladadas al Palacio de Aiete, residencia del dictador durante sus estancias en «San-se-está-bien», apodo que el ultra falangista Rafael García Serrano puso a la ciudad en sus "Diccionario para un macuto", libro poco conocido, pero que ha ejercido una influencia notable a la hora de trabajar el léxico y la ideas de lo que se viene llamando «La caverna mediática».

Aclarado eso, toca hablar de la omisión del nombre de Franco. Alguien podrá pensar que se trata de un detalle que apenas cambia nada en la novela. Y va a ser que si cambia: «Sí –le dijo con suavidad a la joven que lo miraba límpidamente, ahora bajo las primeras y mejores luces del día–. Lo recuperaremos y ellos colgarán cabeza abajo en la parte de afuera de las estaciones de servicio».

¿Ellos? ¿Quiénes? Difícil de responder si en la edición española de la novela no aparece el nombre de Franco, y además tampoco se aclara cuál es el tercer país que amó, España.

Pues ahí lo tienen. En su novela, Hemingway fantaseó con la posibilidad de que Franco y «ellos/ellas» colgaran cabeza abajo, o sea, o como le ha propuesto Abascal a su jauría que hagan con el Presidente Electo del Gobierno del Reino de España.

De una estación de servicio colgaron, en Milán, el 28 de abril de 1945, a Benito Mussolini, jefe del Partido Fascista de Italia, primer ministro y presidente de la República Social Italiana, cuando en un vano intento de huir de Italia fue capturado por la Resistencia junto a su amante, Clara Petacci, y otros jefes fascistas que le acompañaban. ¿Sueña Abascal con vengar a Benito, El Duce?

Por otra parte, ¿estaba Ernest Hemingway, que lo pone en boca del Coronel Cantvell, protagonista de la novela, esperando que se hiciera lo mismo con Franco y los suyos? En la novela está claro que sí. Y los servicios de información estarían al tanto. No necesitaban saber inglés. Les bastaba con echar un vistazo a la edición argentina.

Así las cosas, no es extraño que aquel año 1953 en el que el escritor volvió a uno de «los tres países que amó», según el protagonista de la novela, tuviera miedo de que Franco se vengara de aquellos insultos, que en realidad eran verdades como puños. Y de que le colgaran como a Mussolini, qué vamos a decir. Los servicios de información estarían al tanto de la novela, no necesitaban saber inglés. Les bastaba con echar un vistazo a la edición argentina. Pero qué más daba eso de la novela. Se estaba negociando con los americanos y la posibilidad de que volviera estaba sobre la mesa. Y volvió. Aunque asustado, volvió. Y ya ni la Brigada Político Social lo tuvo que leer nunca más.

Y ahí sigue impresa la fantasía de Ernest Hemingway: Franco y ellos/ellas –them– colgando de los pies en una gasolinera. Que con tanto Hemingway y tanta ostia nunca nadie lo cita. P'qué. Así, los dueños de la momia Hemingway pueden seguir con su chácara de ¿pero a qué tenía miedo Hemingway? Pues eso. A que le colgaran de los pies en la gasolinera más próxima.

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