Iñaki Etaio
Vecino de Gasteiz

Héroes y heroínas

Al escuchar estas referencias a héroes y heroínas siempre he pensado en quiénes deberían recibir dicha denominación, en esta sociedad o en cualquier otra parte del mundo. Y una aproximación a la respuesta la he encontrado en dos citas muy clarificadoras.

Vivimos, al parecer, en una sociedad de héroes y heroínas. Entre ellas y ellos, el personal sanitario ha sido el más aclamado últimamente. A consecuencia de la pandemia, su carga de trabajo se ha incrementado enormemente, alargándose las jornadas, haciendo frente a una situación de emergencia en primera línea, exponiéndose al contagio y teniendo que hacer frente también al desgaste emocional que todo ello conlleva, rodeados de sufrimiento de tantas personas y familias. El cansancio y el tesón han sido también una constante en otros sectores, como las residencias o la educación.

Es innegable su entrega y el trabajo realizado pero, aún así, me surge una duda. Más que una duda, la desconfianza de hasta qué punto los halagos profusamente reiterados en boca de algunos políticos y desde los medios de comunicación al servicio del status quo no hayan sido utilizados para alimentar la autocomplacencia de estas trabajadoras y de la sociedad en su conjunto, al mismo tiempo que se intentaba esconder la responsabilidad de gobiernos y dirigentes. De forma similar a lo que ocurre con los telemaratones, se otorga el título de «solidario/a» a quien aporta dinero para luchar contra el cáncer, una enfermedad rara o un desastre, pero se obvia una pregunta simple pero clave: ¿no lo deberíamos financiar de los impuestos de todas en vez de estar mendigando plausibles limosnas?

Es evidente que nadie preveía las dimensiones de la pandemia y que gestionar la lucha contra la misma no es para nada sencillo, al margen de quien ocupe los cargos con responsabilidad directa. Pero deberíamos preguntarnos si, en vez de valernos de tantos héroes anónimos, no se habría respondido de forma mucho más efectiva de haber dispuesto de un sistema sanitario más sólido, con suficientes medios y personal y siendo públicos todos sus servicios relacionados. Habría que preguntarse cómo habría enfrentado el sistema educativo esta situación en caso de disponer de más personal y una tasa de eventualidad mucho menor, o si no habríamos tenido muchas más garantías y menos muertos de haber contado con un sistema de cuidados público suficiente para la población de mayor edad. Puede resultar grandilocuente calificar de héroes y heroínas a todas estas profesionales, pero, cuando no se destinan suficientes recursos personales y materiales, sería mucho más correcto denominarlas «trabajadoras obligadas a una sobrecarga».

Lo siento mucho, pero el trabajo no nos convierte en héroes. ¿Cuántas veces hemos escuchado eso de que los verdaderos héroes son aquellos que se levantan a las 5 para trabajar ocho horas diarias y poder llegar justos a fin de mes, teniendo que sacar adelante a una familia? Siempre he pensado que quien se levanta a esas horas para ir a trabajar es porque no tiene otro remedio. Al menos, en la mayoría de los casos. No es una opción; es una obligación. Una obligación que, en muchos casos, sirve principalmente para aumentar los beneficios de un burgués. La designación de «héroe anónimo» no es sino una edulcorada palabra dirigida al conjunto de trabajadores imprescindibles para el funcionamiento del sistema, mientras se sigue robando su plusvalía, sin que en muchos casos la propia trabajadora o trabajador sea consciente de ello. Mientras creamos que somos héroes por madrugar y trabajar duro tal vez no se nos ocurra intentar ser héroes de otra manera. En el propio sistema esclavista, anulada la voluntad de la persona, bien se le podría decir que era un héroe, realizando sin descanso un arduo trabajo. En cualquier caso, un héroe por obligación, condenado a ser ese tipo de héroe hasta el final de sus días.

Al escuchar estas referencias a héroes y heroínas siempre he pensado en quiénes deberían recibir dicha denominación, en esta sociedad o en cualquier otra parte del mundo. Y una aproximación a la respuesta la he encontrado en dos citas muy clarificadoras. Una en la carta que Simón Bolivar escribió al general Páez en 1819: «Lo imposible es lo que nosotros tenemos que hacer, porque de lo posible se encargan los demás todos los días». La otra, de Bertolt Brecht: «Hay quienes luchan un día y son buenos. Hay quienes que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay quienes luchan toda la vida: esos son los imprescindibles». La heroicidad bien podría estar unida a esas dos ideas: el intento por hacer realidad lo imposible y la lucha continua por llevarlo a cabo.

Ese tipo de héroes y heroínas se me vienen a la cabeza cada vez que escucho la manoseada mención a los héroes anónimos en boca de un político populista. Esos héroes y heroínas, muchas anónimas y, algunas otras, algo más conocidas merced a la criminalización pública, la persecución y la difamación. Difamación que además, en muchos casos, llega de algunos de esos supuestos héroes que se levantan a las 5.

Ellas y ellos sí merecen llamarse heroínas y héroes. Quienes renunciaron a lo fácil y cómodo, yendo a contracorriente, eligiendo el camino más difícil, al margen de épocas y lugares. Quienes, en vez de trabajar en la cadena de reproducción del capital (o además de trabajar en ella para lograr su sustento), eligieron luchar, sin firmar ningún contrato y sin esperar ninguna compensación económica. En todo caso multas, cárcel o muerte. Aquellos y aquellas, quienes lo dieron todo. Las y los imprescindibles a que se refiriera Brecht.

En cualquier caso, no hay perder nunca de vista que, más allá de lo imprescindible de estos héroes y heroínas, el cambio no se materializará únicamente por sus acciones, sino por la acción colectiva consciente y continuada. Porque es imprescindible que cada vez seamos más las personas que se organicen y den, al menos, ese «algo» que todas y todos debemos dar, para que la dependencia hacia los héroes se vaya diluyendo. Para no necesitar heroínas ni héroes porque vayamos convirtiendo en posible aquello que parecía imposible. En esa dirección, los elogios y aplausos masivos tendrán un trasfondo transformador. Algo que nada tiene que ver con la heroicidad gratuita que nos pretender vender.

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