Iñaki Egaña
HIstoriador

Iluminados

El «Trump style» parece que se ha adueñando definitivamente de la política carpetovetónica, contaminado por alcance a algunos protagonistas de la vasca. Tengo la impresión que el expresidente yankee del flequillo puntiagudo y engominado y sus seguidores tampoco innovaron demasiado, sino que acopiaron esas experiencias que sufrimos por estas tierras, aquellas en blanco y negro que, a través de una voz en off aflautada, nos transmitía el Nodo semanal, obligatorio antes de las películas de Gregory Peck y Natalie Wood. Es cierto que, como contrapeso, nos quedaban las emisiones interferidas de Radio París y Radio Tirana. Pero las escuchas eran minoritarias. La mayoría bebía de la sintonía de los «partes» de la Radio Nacional y su sintonía del tararí-tararí.

Hoy nos cuentan que no siempre fue así, que hubo un periodo transitorio (régimen del 78), en el que la libertad se asomó a los balcones y la seriedad se asentó en el discurso. Pero esa reflexión es un cuento chino, una muesca más en ese relato de «To er mundo é güeno» que Summers nos endilgó en la década de 1980. Los muertos en controles policiales lo habían sido por casualidad –al rebotar una bala en el alto de una farola–, los accidentes laborales por fallos en origen de las máquinas importadas de Stuttgart y las violaciones habituales porque las jóvenes provocaban con sus minifaldas.

Las cortezas grisáceas de aquellos iluminados del verbo se volvieron policromadas y, al día de hoy, vuelven a replicar su inspiración para bochorno de algunos, para regodeo de la masa. «Me gusta la fruta» sirve para acordarse de la madre del interpelado y evitar la sanción por odio, «batasuno» es la palabra que te sugiere el diccionario del programa con el que escribo estas letras para sustituir al militante de la izquierda abertzale, mientras el “Wall Street Journal” dice que el euskara es una «lengua atrasada y rural» y que los «separatistas vascos han sustituido las armas por la gramática».

Soportamos un discurso, como ya acusó José Elorrieta a José María Aznar, el uno entonces secretario general del sindicato mayoritario vasco y el otro presidente del Gobierno hispano, de «antivasco, xenófobo y ultraderechista». Las retóricas dejan su poso, a pesar de su vulgaridad, y de seguro que serán fuente de los relatos que ya han empezado a construir ChatGPT, Bing Chat o Jasper Chat. No es broma. Iñaki Arteta escribe que el «Olentzero es un invento separatista para matar a los Reyes Magos» y Eduardo Inda apunta que «la violencia que hoy se vive en Cataluña no se vivió ni en el País Vasco en los años más duros».

Estas perlas no pasarían de ser una incisión más en el desvarío de cuatro iluminados que buscan su minuto de gloria en los prime time televisivos. Pero no son cuatro, sino miles, y lo que es más descorazonador, copan los puestos más relevantes de la administración y de ese estado profundo que guía la naturaleza sociopolítica de España. Los ministros del Interior pasados son una muestra de ello. El hoy imputado Jorge Fernández Díaz pide el auxilio de la Virgen María tras la amnistía pactada en las alianzas del Gobierno de Pedro Sánchez. Durante su mandato, concedió la más alta distinción policial a Nuestra Señora María Santísima del Amor, mientras en sus comisarías y cuarteles, según el Informe del IVAC, se torturaba sistemáticamente.

Su predecesor Jaime Mayor Oreja acaba de dar una conferencia en un colegio madrileño para apuntalar dos frases para el futuro: «El país (España), está en caída libre, cuyo capitán es ETA» y «esa es la crisis que hoy tenemos y vivimos, con una asociación letal de la izquierda con el comunismo, nacionalismo y ETA de capitán general». ¿Y su antecesor, José Barrionuevo? El mismo que fabricó la inverosímil versión sobre la muerte de Mikel Zabalza que aún hoy sigue vigente. La bañera de Intxaurrondo sustituida por una fuga rocambolesca de Zabalza por un agujero en el que no entraba siquiera un gato, y a nado y esposado, intentó alcanzar una orilla del Bidasoa. Ese mismo Barrionuevo condenado por el secuestro de Marey (que en su liberación portaba una nota sobre el nacimiento de los GAL) y que durante su mandato agasajó con medallas y premios a 20 agentes denunciados o condenados por torturas.

Otros alimentadores de ChatGPT, como Gaizka Fernández Soldevilla, responsable del archivo y documentación del Melitonium de Gasteiz, historiador hooligan de la patria España, adulador de Manzanas y falsario de la autopsia de Txabi Etxebarrieta, que ha entrado en escena para justificar su sueldo. Según sus palabras, «en Euskadi necesitamos trenes llenos de psiquiatras» como respuesta a la participación de Pirritx, Porrotx eta Mari Motots en una campaña de Sare. O su también reciente «Telesforo Monzón, uno de los políticos más nefastos del siglo XX». El responsable de la documentación del Melitonium compara a un poeta, exiliado, condenado a muerte por Franco por pertenecer al Gobierno vasco, y todo su patrimonio incautado, con Pol Pot, Hitler y Carrero Blanco. Así se escribe la historia oficial española.

La lista de iluminados es interminable. No me quiero dejar en el tintero al juez Baltasar Garzón, que abrió un sumario a Batasuna por «limpieza étnica» al detectar que los de Bilbao eran inscritos en Barakaldo (por nacer en Cruces) y los de Tolosa en Donostia (por nacer en el Hospital de la capital guipuzcoana).

La contaminación alcanza también a los de casa. Mitxel Lakunza, secretario general de ELA, ha debido leer sorprendido por dos veces al aún lehendakari Urkullu que ha revelado un secreto guardado en el más escondido de los cajones: que ELA y LAB («autodenominadas mayoría sindical vasca») siguen la «estrategia deliberada» diseñada por la dirección de Sortu. Una conjura judeomasónica que diría el Nodo de hace décadas, maquillada con el lenguaje moderno de los tiempos. Es evidente que los iluminados son parte de nuestra vida y que han venido para (re)quedarse. Esperemos que no por mucho tiempo.

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