Joxe Ulibarrena y la reconfiguración benjaminiana de la memoria histórica del Reino de Navarra
Joxe Ulibarrena (1924–2015), escultor, etnógrafo y fundador del Museo Etnográfico del Reino de Pamplona, ocupa un lugar central en la rearticulación cultural de la conciencia histórica vasco-navarra del siglo XX. Su obra −que combina escultura monumental, investigación etnográfica y museografía− puede comprenderse de manera especialmente fértil a través de los conceptos que Walter Benjamin desarrolla en «Tesis sobre la filosofía de la historia» (1940). La crítica benjaminiana al historicismo, su reivindicación de la «tradición de los oprimidos» y su noción de la memoria como un campo de tensiones políticas permiten iluminar la contribución de Ulibarrena a la relectura histórica del Reino de Navarra como Estado vasco.
1. Navarra como pasado discontinuo y no clausurado. La «tradición de los oprimidos»
Benjamin afirma que cada presente establece una constelación específica con determinados fragmentos del pasado. Desde esta perspectiva, el Reino de Navarra no se presenta como una entidad medieval cerrada, sino como una posibilidad histórica interrumpida que sigue resonando en el presente, es decir, como un horizonte histórico interrumpido cuyas posibilidades continúan abiertas. Durante siglos, las historiografías hegemónicas, francesa y española, han tendido a subsumir la trayectoria navarra en relatos teleológicos orientados hacia la consolidación de sus respectivos Estados-nación, neutralizando así la dimensión soberana navarra.
En este contexto, la obra de Ulibarrena se inserta de lleno en lo que Benjamin denomina la «tradición de los oprimidos»: aquello que las narrativas vencedoras han oscurecido. Su atención a objetos vernáculos −herramientas, estelas, iconografías y rituales− no es meramente documental, no responde a un interés folclorista, sino a la recuperación de formas de subjetividad histórica marginadas por las narrativas dominantes... Al rescatarlos, confronta la lectura homogénea que sitúa a Navarra como región periférica, reivindicando una subjetividad política propia inscrita en la cultura material. Ulibarrena reactiva un pasado que no desapareció, sino que fue silenciado, opacado, invisibilizado; restituye la presencia política de una comunidad cuyos signos culturales habían sido desplazados hacia los márgenes del archivo oficial.
2. La escultura como configuración de «imágenes dialécticas» que irrumpen
Benjamin describe la imagen dialéctica como el instante en que un fragmento del pasado irrumpe en un «momento de peligro». Las esculturas de Ulibarrena −figuras mitológicas, escenas rurales, personajes históricos− funcionan precisamente como imágenes dialécticas: condensan temporalidades diversas y permiten que el pasado interpele al presente. No buscan monumentalizar una identidad idealizada, sino que, mediante la creación de un espacio de tensión temporal donde el pasado aparece como exigencia crítica del presente, revelan la precariedad y el conflicto que atraviesan la experiencia vasco-navarra. En las obras de Ulibarrena, la memoria vasco-navarra se manifiesta como un campo de fuerzas en disputa. Sus esculturas no reconstituyen arqueológicamente un tiempo perdido; sino una confrontación ética con la memoria reprimida de una comunidad cuya continuidad cultural no fue lineal, sino fragmentada. En otras palabras, configuran situaciones en las que los fragmentos históricos adquieren una presencia activa que interpela las formas contemporáneas de identidad y pertenencia.
3. La etnografía como resistencia a la violencia epistémica
La advertencia benjaminiana − «ni siquiera los muertos estarán a salvo si el enemigo vence» − ilumina la labor etnográfica de Ulibarrena. Su recopilación de objetos cotidianos no es nostalgia, sino una forma de resistencia a la violencia epistémica que invisibiliza la especificidad cultural del mundo rural vasco-navarro. Al documentar herramientas, prácticas artesanales y rituales locales, Ulibarrena revela la continuidad entre la comunidad medieval y la contemporánea, continuidad que las narrativas estatales, centradas en grandes eventos políticos, han relegado a la irrelevancia. La etnografía se convierte así en una práctica de restitución histórica: un intento de reactivar los elementos culturales que sustentaron la soberanía navarra más allá de sus estructuras institucionales; y, al mismo tiempo, un cuestionamiento de la lectura que considera al Reino de Navarra como un mero residuo inerte del pasado.
4. Contra el historicismo. Soberanías alternativas y potenciales reprimidas
La crítica de Benjamin al historicismo −la creencia en un progreso lineal hacia el Estado-nación moderno− encuentra eco en el modo en que Ulibarrena subvierte las narrativas oficiales españolas. Estas presentan la Navarra medieval como antesala menor del Estado español, ocultando su larga existencia soberana y sus conexiones con la cultura vasca. Las esculturas de Ulibarrena de reyes, guerreros o figuras míticas reactivan esta memoria política reprimida, irrumpen contra la lógica de los vencedores que reescribe el pasado en función del presente estatal. Al mostrar a Navarra como un sujeto histórico diferenciado, interrumpe la teleología estatal hegemónica (española y francesa) y propone una historiografía alternativa que rescata las potencialidades anuladas por la victoria de los «vencedores».
5. Historia «a contracorriente» y museografía como contra-memoria
Benjamin pide escribir la historia «a contracorriente», es decir, desde las experiencias silenciadas. Ulibarrena asume esta tarea no solo en su obra artística, sino también en su museografía. El Museo Etnográfico del Reino de Pamplona no es simplemente un almacén del pasado: es una intervención crítica en el tiempo histórico. Sus colecciones −aperos, objetos rituales, arte popular− se presentan como fragmentos disponibles para formar nuevas constelaciones de sentido.
El visitante reconstruye historias no registradas en los archivos estatales, dando voz a comunidades rurales casi excluidas de la historia oficial. Esta museografía funciona como una práctica de contra-memoria, que restituye agencia histórica a las comunidades marginadas por la modernización y la centralización política.
En este marco, resulta pertinente relacionar la propuesta museística de Ulibarrena con la figura benjaminiana del «Ángel de la Historia»: aquel que, contemplando los escombros del pasado, busca recomponerlos sin negar sus rupturas. Ulibarrena no pretende restaurar un pasado intacto, ideal, sino reconocer las fracturas y pérdidas que constituyen la identidad vasco-navarra.
6. El «poder mesiánico débil» y la imaginación política
Benjamin atribuye a cada generación un «débil poder mesiánico»: la capacidad de redimir las esperanzas de las generaciones pasadas. La obra de Ulibarrena encarna este impulso al plantear que la soberanía navarra no es un hecho muerto, sino un potencial histórico reactivable, una reserva de posibilidades no realizadas. Sus esculturas y colecciones no solo documentan un pasado; lo replantean como posibilidad para el presente. La memoria de Navarra se convierte así en fuente de imaginación política, capaz de cuestionar las estructuras actuales de poder y de inspirar nuevas formas de autonomía cultural en el marco de Euskal Herria.
7. Conclusión. Ulibarrena como historiador benjaminiano
Desde la filosofía de la historia de Benjamin, Ulibarrena emerge como un historiador «a contracorriente»: un autor que, interrumpiendo las narrativas hegemónicas mediante la restitución de memorias y soberanías marginadas, rescata voces oprimidas. Su obra transforma la historia de Navarra en un espacio dialéctico donde soberanías olvidadas y culturas reprimidas reaparecen como desafíos al discurso hegemónico. Lejos de naturalizar la pérdida de la independencia navarra, su obra afirma la persistencia de una tradición histórica profunda cuya recuperación constituye, en términos benjaminianos, un acto de redención cultural y política.
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