Joan Llopis Torres

L​a ​​cosa catalana

Los republicanos catalanes, que con tanto ir y venir, ya no saben si van a Madrid y vuelven, o vienen a Barcelona y luego se vuelven a Madrid, sin que nadie sepa a qué van ni a qué vienen, y al revés, con billete de ida y vuelta a todas partes.

Porque todo tiene que tener una referencia (como los himnos pierden la gloria y la alegría, como se deshacen las comitivas tras los entierros, olvidado el muerto en un santiamén) aunque sea aleatoria, y por entretenimiento, usaremos a los ingleses, los pobres ingleses, ésos que guardan poco luto a sus compromisos, enterrados de ​prisa y corriendo (los pobres ingleses, no a los ingleses pobres, que los pobres son iguales en todas partes, aunque unos más​ pobres​ que otros, dan la misma pena, si la dan. Da igual Tombuctú o Barcelona, que Manchester). Una vez más, por una fingida fijación personal (fingida porque no lo es, pues está al descubierto a la luz del día; y fijación, por reiterada y estar siempre expuesta, como si fuera en el escaparate de cualquier tienda, con todo el surtido de tallas y colores en la trastienda, en cualquier calle, donde la viuda del muerto pasea a diario con su nuevo novio, dejándonos perplejos). Para entender el fenómeno catalán, el caso catalán (porque somos un caso, amigo mío), porque lo que ocurre es un fenómeno como los de la naturaleza, que, aunque sean súbitos y nos sorprendamos como si fueran inesperados, siempre son los mismos y conocidos. Sea pues esta la previa, para hacer que la referencia (los ingleses venidos a ser gilipollas, esa es la referencia) sea ahora inciso (para aclarar un poco la cosa, si se puede), para concluir después en lo que resulte (y resulta que los catalanes, por la via contraria a la via inglesa, resultamos gilipollas de salida y de llegada): Las clases altas inglesas (no salga uno de esos tontos al sol o cualquiera, o un voyeur de Aqui no hay quien viva,​ depredadores de simplezas, ​con la queja,​ ​que ya sabemos los embobados que todos los ingleses son sin excepción​ ​de clase alta), las cultas, ricas y poderosas, ​los políticos y la alta​ ​burguesía, pudiéndose añadir lo que convenga, como los ​altos​ ​funcionarios, se pasan la vida sin querer mostrar su inteligencia y sus virtudes, lo llaman buena educación, o la ocultan con sus buenas maneras (explicada ya la paradoja de querer ocultar lo que ya está ausente. ​«La asesiné, pero vea usted que con mi buena educación es imposible que yo cometiera ese cr​imen»​​).

​Los catalanes, sí, por la vía contraria, la alta burguesía​ ​catalana, los industriales, ​los empresarios, los altos directivos, los​ ​políticos y todos los que queramos añadir ​siempre que al final​ ​convengamos que forman el poder en Cataluña, ha resultado que, de​ ​tanto aparentar ser una clase inteligente y poderosa que siempre sabe lo que se trae entre manos (queda obviado que también es sabido lo que se llevan, cuando se sabe), han resultado ser, pero aquí ciertamente y sin maneras, unos gilipollas. Aquellos disimulando, vete a saber porqué (los ingleses), lo aparentan; y nosotros (los catalanes) lo somos sin remedio (gilipollas), y lo ocultamos, como si eso fuera posible. Lo extraordinario del caso (ese caso que somos), es que en contados momentos hemos parecido convencer a muchos, a vascos (que tanto admiramos, a éstos a los que más hemos convencido, y los primeros), a andaluces y al resto de la lista, y sobre todo a los madrileños (concepto), que esos si que saben, tienen y pueden, que hacen y han hecho ver toda la vida que se lo creen (eso de la inteligencia catalana, mientras les saltan las lágrimas de la risa: «Que no se quejen de sus penas, que no nos achaquen a los culpables sus desgracias, ¿acaso les hemos prohibido reír?»​, con regodeo y con descaro​). Pobres de nosotros los catalanes, ¿no? Pobres de nosotros los independentistas, ¿no?. Pobres los pobres, ¿no? Otros catalanes son los que en manada, se están haciendo «el inglés», es decir, inteligentes, pero a la catalana, que quede claro (Unos paletos​, ​como furtivos detrás de una liebre​​,​​ ​corriendo con el santo y seña recién estrenado, o sea, el de siempre,​ ​como siempre, a hacerse perdonar) Algunos podríamos decir por la vía​ "La Vanguardia" (la puta más señora de la historia del periodismo español) Para entendernos, por la vía de siempre, ni​ ​un argumento, sin discurso intelectual, sin f​e​ y sin poesía, sin el​ ​humo en los campos cercanos de los cañones después de la batalla. No​ ​queda en Cataluña un intelectual ni un político de altura, a menos que sea más allá del páramo desierto o nos ciegue el humo. Y los más sin manías, para qué manías, ¡para qué!

Otros, también muy acorde con la meteorología a la catalana, que no a la inglesa, los republicanos catalanes, que con tanto ir y venir, ya no saben si van a Madrid y vuelven, o vienen a Barcelona y luego se vuelven a Madrid, sin que nadie sepa a qué van ni a qué vienen, y al revés, con billete de ida y vuelta a todas partes.

​Las papeleras están llenas a rebosar de republicanos tan campantes que se permitían el lujo español (lujo insultante) de ser juancarlistas (¡Dios nos asista!). Los mismos que, sin ningún rubor ​(​porque el rubor es una cosa cursi propia de señoritas ​provincianas)​, por conveniencia, disimulando la poca vergüenza, o lo más vergonzante, el ridículo, cualquier día gritarán: ¿República para qué? ¿Libertad para qué?

¡Viva la muerte!

Resultando (pongamos tronando), en doble gerundio, envenenadas las calles, que los únicos inocentes, ​siempre​ ​es así, son los reos.  

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