Elias Anton Murgiondo

La «champiñonera»

Así denominábamos en tiempos de clandestinidad al edificio que aún hoy ensalza el terrorismo en nuestra querida Iruñea, en esta Pamplona que tanto está cambiando, si la comparamos con aquella oscura e imbuida por el odio y la sed de sangre que se alió con el criminal Franco para matar y destruir la paz y la convivencia de su población. Me refiero a Los Caídos, ese oscuro edificio que culmina la avenida de Carlos III y cierra el paso al aire fresco con su pretenciosa monumentalidad.

El debate sobre su futuro está adquiriendo tintes esperpénticos y contradictorios, pues cuando desde amplios sectores se condena el «terrorismo» y su apología, utilizando argumentos históricos cercanos,
se intenta olvidar que lo ocurrido en Nafarroa, con sus más de 3.700 asesinados y los otros miles de marginados y castigados, fue terrorismo de una calaña enferma y genocida. ¿Cómo es posible que en 2024 se pueda hacer apología del terrorismo, manteniendo un edificio que vanagloria el asesinato y el desprecio a las libertades ciudadanas?

Cuando Franco decide, con la colaboración de la Iglesia y el requeté-falangismo, levantar el edificio de Los Caidos por la Cruzada (1942) para homenajear a sus pistoleros y seguidores fascistas, pretende humillar a los derrotados, pretende legitimar los crueles asesinatos y elevar la moral de los adeptos y colaboradores locales. Todo ello bajo una dictadura criminal y opresora, donde las libertades no existían y las fuerzas represivas imponían sus reglas, donde los franquistas navarros van creciendo y ordenando la vida administrativa, haciéndose con los negocios y robando las haciendas de los muertos con la
colaboración del aparato político-administrativo del régimen.

Hoy se está debatiendo sobre el futuro del mamotreto franquista, «derribo o resignificación». Debate falso y estéril, pues conociendo la historia del edificio y lo que ello significa, si somos medianamente consecuentes y tras 80 años de imposición, el derribo sería un acto de justicia y de limpieza ética, una forma de reconocimiento de la dignidad de los y las asesinadas que la miseria criminal del levantamiento militar del 36 propició. No es posible que nadie en su sano juicio asuma como normal el mantenimiento del edificio-homenaje al terrorismo asesino de las fuerzas criminales levantiscas seguidoras de Franco; quienes se esconden tras el palabro de «resignificación» disfrazan sus verdaderas ideas defensoras del pasado indigno y sus melifluas argumentaciones sobre la diversidad de pensamiento. Hoy no se puede discutir sobre usos para ese almacén de sangre y muerte, pues siempre surgirá la historia, la verdadera historia de un edificio que nació para homenajear la muerte y la imposición, donde los que mataban eran buenos y malos los que morían.

El dueño del mamotreto es el Ayuntamiento de Pamplona y está gobernado por fuerzas de progreso, de fuerzas antifascistas y, de momento, para cuatro años. Ello da una oportunidad para lograr una mayoría municipal para decidir el derribo sin más subterfugios: los militantes del PSOE y la UGT fueron fusilados y cuneteados de manera importante, lo cual les debiera obligar a dar un paso adelante para asumir la eliminación de la indignidad terrorista; el resto de fuerzas políticas que gobiernan el Ayuntamiento de Iruñea no debieran tener problemas para aliarse con la demolición. La extrema derecha descabalgada son residuos franquistas y herederos de los gatilleros del 36, unos defensores de las ideas viejas y cobardes que se escudan en la clásica argumentación sobre el respeto a la diversidad, respeto que nunca tuvieron para con los asesinados por el odio de sus ancestros. Es necesario agudizar las contradicciones para que emerjan los defensores del genocidio que se encuentran entre los herederos del pistolerismo fascista y, sobre todo, para escuchar su argumentación y conocer sus caras, para que toda la ciudad haga balance
de la miseria ultra que nos afrenta.

No es tiempo de templanzas y falsas expectativas, el monumento al terrorismo golpista y antidemócrata tiene que ser demolido y olvidado, abriendo un espacio verde y nuevo donde la dignidad y el recuerdo a las víctimas sean realidad; no valen medias tintas y falsos argumentos sobre el respeto o la «democracia y a los referéndum» en tanto que las imposiciones han negado cualquier oportunidad de rechazo en el largo tiempo de la falta de verdadera libertad. Lo de la «otra mejilla» compete a los abducidos por la cruz, a los refugiados en las falsas promesas de los gurús que prometen una buena vida tras la muerte; quienes dieron la vuelta a la cruz para convertirla en espada para mejor matar, para conducir al rebaño al apocalipsis y ejecutar a los contrarios sin ningún tipo de consulta.

En los tiempos duros del franquísmo, en aquellos tiempos viejos de lucha clandestina, viviendo momentos duros de tortura y cárcel, denominábamos «la champiñonera» al edificio cuestionado, pues su uso oscuro se antojaba como un buen criadero de hongos para regalo social (resignificación); el miedo a la represión por discrepar de la linea del régimen y sus aliados cerraba la posibilidad de un enfrentamiento plural contra la imposición de un monumento al terror. Así nació el «monumento», como apología del terrorismo y como exaltación del asesinato y la justificación del genocidio. Ya es hora de reconocer la responsabilidad del requeté-falangismo, la Iglesia y las castas inductoras (los adeptos a Franco, Mola, Sanjurjo, Garcilaso...) en la larga noche fascista y asesina que nos ha tocado heredar, sin olvidar ni perdonar tanta agresión e imposición, dando un paso hacia adelante y ejecutando el derribo del maldito mamotreto que indigna Iruñea.

El próximo día 1 de junio está convocada una manifestación memorialista en favor del derribo de «Los Caídos», sería bueno que el Ayuntamiento de Iruñea y el Gobierno de Nafarroa se sumaran a la misma y se dejasen de milongas y subterfugios que a estas alturas de la historia ya no cuelan.

Es el momento para recuperar la dignidad. Gora herria!

Euskal preso politiko eta iheslariak etxera!

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