Joxe Blanco Gomez

La conjura de los necios

Desde que leí por primera vez esta novela, me marcó de tal manera que acabó convirtiéndose en uno de esos libros que siempre quiero tener a mano. Son varias las anécdotas que puedo contar en torno a su lectura y las opiniones surgidas al compartirla. Cada cierto tiempo hay una circunstancia social que me la recuerda y vuelvo a leerla a modo de ejercicio de reafirmación. Decir cuál es el argumento de «La conjura de los necios» no es tarea fácil y podría dar para varias sesiones de cualquier club de lectura. En mi modesta opinión se trata de una sátira social, crudo retrato de esta nuestra sociedad moderna, en torno a retazos de la vida de su principal protagonista: el «gran» Ignatius Reilly, un tipo sin escrúpulos, repugnante, avaricioso, glotón, racista, homófobo, cobarde, sumiso con quien tiene poder y tirano con su madre a la que maltrata... todo ello aderezado con supremas dosis de arrogancia y delirios de grandeza.

Lo saco a colación de las malas sensaciones que me dejan ciertos hechos que estoy observando en los últimos años y meses en torno al tema de los parques eólicos, más en concreto a las actitudes de individuos y ciertos movimientos sociales, ante intentos de ayuntamientos gobernados por EH Bildu de explorar alternativas locales no desarrollistas en la llamada la transición energética y en el contexto del actual aluvión de macroproyectos eólicos y fotovoltaicos. Actitudes que, rozando el negacionismo y disfrazadas de un pseudoecologismo, buscan la crítica a mala baba y acaban en escraches, amenazas, pintadas y hasta «manis nacionales» hacia representantes de este movimiento político, personas otrora con un papel destacado en diferentes luchas antidesarrollistas. Posturas que personalmente me generan preocupación y dolor, por la falta de rigor, la cizaña que siembran y el desprestigio que crean a la causa, digamos, ecologista.

No he sido miembro de ningún grupo o movimiento ecologista, pero he participado en múltiples iniciativas y diferentes luchas. He colaborado en varias ocasiones con Eguzki; participé en la fase final de las movilizaciones contra la central nuclear de Lemoiz; contra la autovía de Leizaran, contra el Tren de Alta Velocidad y contra el pantano de Itoitz. Me denunciaron al encaramarme a las paredes de Atxarte, intentando paralizar las canteras; colaboramos con la lucha antitúnel de Somport, en el Pirineo; formé parte de la primera plataforma contra el macroparque eólico en la sierra Gorobel-Salbada; acompañé a los insumisos de mi pueblo en aquella marcha al monte Pagolar, contra la antena de comunicaciones de la Ertzaintza; durante varios años difundimos la causa antinuclear en nuestro pueblo, organizamos autobuses para acudir a la marcha contra Garoña; nos subimos a las alturas para decir bien alto que no queríamos fractura hidráulica. Aunque provengo de la cultura política autónoma, también me ha tocado defender la causa antidesarrollista desde instituciones como las Juntas Generales de Araba o Udalbiltza, donde llevamos a cabo desde el después ilegalizado grupo Euskal Herritarrok, interesantes iniciativas en favor de la gestión local de recursos naturales y proyectos energéticos, propuestas para la mejora de la gestión forestal o medidas para intentar compatibilizar la actividad ganadera con la presencia del lobo. El año pasado mismo hemos tomado parte en una iniciativa de acción directa en los montes de Asturies, que busca la convivencia de la ganadería extensiva con esta especie salvaje.

Me siento cercano a los naturalistas, con los que comparto pasiones como la botánica. De hecho, en mi pueblo participo de una iniciativa que busca proteger ciertos parajes por su riqueza en flora. También hemos denunciado talas de ejemplares singulares de árboles ornamentales; hemos trabajado por la movilidad responsable en nuestro pueblo.

No soy perfecto, ni pretendo serlo, si he participado de todo ello es porque esos compromisos me han aportado felicidad (también marrones) y entereza como persona; he metido la pata hasta el zancarrón mil veces y lucho cada día con mis contradicciones.

He sido trabajador forestal y como tal me he prostituido: he plantado cientos de eucaliptos, miles de pinos radiata, he apeado robles de 40 años para ello... «Traumática» experiencia que me da perfecta conciencia y perspectiva de lo que estoy hablando.

En casi estas cuatro décadas de contactos con movimientos y causas ecologistas, siempre planeaba un asunto y era la necesidad de buscar alternativas por medio de las energías limpias, especialmente, eólica y fotovoltaica, tecnologías accesibles y democráticas, que permitían soñar la autosuficiencia energética con la menor huella ecológica posible. Visitamos los primeros parques eólicos de Nafarroa (Leitza) de la mano de lugareños que nos lo presentaban como algo ejemplar, a pesar de que se había tenido que sacrificar un cordal con hayedo y paisaje kárstico. El caso de Nafarroa es curioso. Desde los ojos de los «ignatius» vascongados, deben ser gilipollas los navarricos: han ido creando una serie de parques eólicos, con un gran impacto natural y paisajístico (hayedos, carrascales, zonas de karst...), pero sin apenas ruido social (mira que lo han dado todo contra otros macroproyectos). Y aquí se llevan las manos a la cabeza porque un ayuntamiento explora las posibilidades de implantar un proyecto energético local en un cordal secundario, que lleva decenas de años convertido en huerta forestal, monocultivo de pinos o eucaliptos, cosido a pistas, totalmente industrializado, circunstancia que a los «ignatius» de turno les han importado un pimiento hasta ahora.

Hoy, cuando el colapso ecológico lo podemos degustar cada primavera, cuando nuestros niveles de derroche consumista y capacidad de contaminar el planeta son cada vez más altos e irreversibles, cuando el capitalismo ha convertido las energías limpias en punta de lanza del desarrollismo, la alternativa que nos da esta gente es hacer lo mismo que nos dicen que tenemos que hacer con las basuras, esto es, echarla debajo de la alfombra. Y que los eólicos los pongan en África, que a los negritos les da igual el cambio climático y ya les compraremos (robaremos) la energía, que total, como no lo vemos, no nos crea cargo de conciencia.

No quiero ser pedante, pero con aciertos, meteduras de pata y contradicciones, sé algo del asunto y no acepto lecciones de radicalidad por parte de gente que claramente va de palo, «Ignatius Reillys» destripadores, oportunistas, incapaces de ir a mear sin coger el coche, que han encontrado en EH Bildu su carroña preferida. Sus argumentos recuerdan a los de Vox cuando defienden a los agricultores. Soy consciente que en estos movimientos hay mucha gente sincera, a la que hay que oír y tener en cuenta, pero a ella apelo para que no alienten ni amparen ciertas actitudes. No nos engañemos, vamos demasiado tarde, no hay panaceas, ni hay mucha opción... pero los proyectos locales que reviertan en el bienestar de los lugareños bajo el máximo control público deben ser una fórmula (hay experiencias que lo demuestran y lo dice hasta Greenpeace) para dar la vuelta al desarrollismo.

Sin más, ya que estamos en campaña electoral, por si a alguien no le ha quedado claro, por encima de mi conciencia escéptica y ácrata, pido el voto para EH Bildu, que como dice un poeta de mi pueblo: «porque nosotros somos anarcos, ¿no? De HB, pero anarcos».

PD: "La conjura de los necios" fue escrita por el norteamericano John Kennedy Toole. Considerada hoy una obra maestra de la literatura universal, fue publicada de manera póstuma una decena de años después de que su autor se suicidara en 1969, cuando tenía 32 años. Al final su sensibilidad y los necios pudieron con él. Me temo que la historia se repite: los necios darán la estocada al planeta.

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