Josu Perea Letona
Sociólogo

La Covid-19 y los zombis

A estas alturas, ya nadie ignora que la pandemia no es sólo una crisis sanitaria. Es lo que las ciencias sociales califican de «hecho social total», en el sentido de que altera el conjunto de las relaciones sociales, y conmociona a la totalidad de los actores, de las instituciones y de los valores.

Sociedades enteras siguen confinadas en todo el mundo, asustadas, controladas, silenciosas, viviendo bajo el síndrome del apocalipsis. Vivimos angustiados mirando ciegamente a los científicos, casi implorando el advenimiento de una vacuna milagrosa que nos libre de este mal, que nos haga inmunes.

Durante este insólito aislamiento nos ha dado tiempo para rumiar, para pensar y repensar mil veces,  sobre las causas de las políticas devastadoras de las privatizaciones de los sistemas públicos de salud que han resultado criminales, auspiciadas por ese autismo neoliberal, que además de injusto y depredador se muestra absurdo puesto que los gobiernos que ahorraron gastos en los últimos años recortando los servicios de salud, ahora gastarán mucho más, incluso triplicarán los gastos a causa de la pandemia.

Todo el mundo está desconcertado ante la irrefutable dimensión de esta nueva peste, para la que no existe, en este momento, cura ni tratamiento que elimine el virus del organismo. Mientras, millones de empresarios y de trabajadores se preguntan si morirán del virus o de la quiebra y del paro. Nadie sabe quién se ocupará del campo, si se perderán las cosechas, si faltarán los alimentos, si regresaremos al racionamiento... El apocalipsis está golpeando a nuestra puerta, como señala Ignacio Ramonet, director de "Le Monde Diplomatique" en castellano, en un pormenorizado análisis sobre las consecuencias económicas, sociales y políticas de la pandemia de coronavirus.

En medio de éste «apocalipsis», vemos a gobiernos rasgándose las vestiduras, hablando abiertamente de nacionalizar, de relocalizar, de reindustrializar, de soberanía farmacéutica, sanitaria, incluso amagando con las eléctricas, los hidrocarburos... Muchos de estos gobiernos están sintiendo la presión popular que les exige responsabilidades por haber defendido el modelo neoliberal que abrazaron como el fin de la historia. Ahora están apareciendo con toda su crudeza las consecuencias de este fundamentalismo de mercado que ha puesto patas arriba los modelos políticos que le daban soporte, y las consecuencias económicas, sociales, medioambientales, incluso científicas que este modelo ha ido provocando.

Muchos políticos están prometiendo ahora a sus ciudadanos que, una vez vencida la pandemia, todo se va a enmendar para construir una suerte de «sociedad justa». Proponen un nuevo modelo definitivamente más equilibrado, más ecológico, más feminista, más democrático, más social, menos desigual... Seguramente, acuciados por la situación, lo piensan sinceramente, porque cada día que pasa sumidos en esta pandemia, la ciudadanía está más convencida de que es el Estado «social», y no el mercado, el que le puede salvar.

Pero no todos coinciden. Algunos adalides de este modelo ultraliberal, cercanos a nosotros, caminan en dirección contraria. Son advenedizos, pero le han cogido el gusto y las claves a este capitalismo. Erre que erre, en medio de una pandemia que tiene al mundo totalmente desconcertado, ellos no tienen la más mínima duda, «el motor de la economía impulsará a Euskadi», dice su eslogan estrella de la EITB, en plena crisis, con casi 1.400 fallecidos. Tenemos la obligación, repiten como papagayos, de salvaguardar el tejido industrial. Mientras, nos van advirtiendo que tardaremos años en recuperar el nivel productivo y el nivel de empleo actual.

No importa que la recuperación sea a costa de insistir en infraestructuras faraónicas, con radiales y circunvalaciones de carreteras de las que nadie hace uso y que no llegan a ninguna parte. Tampoco importa destrozar un paraje natural como es el del Bolintxu, a un paso de la ciudad, pero libre de contaminación, cuando es patente que las ciudades no están concebidas para el disfrute de las personas. Ni el empecinamiento en un tren que hace más de veinte años nos lo presentaron cómo el sumun del desarrollo para Euskadi, el I+D en su máxima expresión, que luego fue I+D+i y que ahora en plena era del 5G se proyecta para 2025 y que además conectará (esto lo digo yo) con el viejo tren de vía estrecha de «La Robla» que abastecía de carbón a los Altos Hornos.

Insisten hasta quedarse solos. si fuera necesario, con ese mensaje autista que se llama economía, economía, economía, (por las mañanas), producir, producir, producir (por las tardes), plusvalías. plusvalías, plusvalías, para repartir (por las noches). Porque ellos, ya saben de qué va esto, para eso llevan muchos años gestionando la nave, con unas ratios que sitúan a Euskadi en lo alto, en el Top de los países con más fallecidos, per cápita, del mundo en esta tragedia. No existen otras claves para ellos de esta crisis, que como explica Noam Chomsky, es el enésimo ejemplo del fracaso del mercado. Pero, además, es un ejemplo de la realidad de la amenaza de una catástrofe medioambiental. El asalto neoliberal ha dejado a los hospitales desprovistos de recursos. Las camas de los hospitales fueron suprimidas en nombre de la ‘eficiencia económica...

Como indica Ramonet, la única lucecita de esperanza es que, con el planeta en modo pausa, con este confinamiento casi global causado por la pandemia, el medio ambiente ha tenido un respiro. El aire es más transparente, la vegetación más expansiva, la vida animal más libre. Ha retrocedido la contaminación atmosférica que cada año mata a millones de personas. De pronto, la naturaleza ha vuelto a lucir hermosa... Como si el ultimátum a la Tierra que nos lanza el coronavirus fuese también una desesperada alerta final en nuestra ruta suicida hacia el cambio climático, quizás hacia el colapso.

Este nuevo coronavirus ha irrumpido, también, espectacularmente en la escena geopolítica y ha desbaratado por completo el tablero de ajedrez del sistema-mundo. En todos los frentes de guerra –Libia, Siria, Yemen, Afganistán, Sahel, Gaza, etc.–, los combates se han suspendido... La peste ha impuesto de facto, con más autoridad que el propio Consejo de Seguridad, una efectiva «paz del coronavirus» como la denomina Ramonet.

En política internacional, la pavorosa gestión de esta crisis por el presidente Donald Trump asesta un golpe muy duro al liderazgo mundial de los Estados Unidos que no han sabido ayudarse ellos ni colaborar con nadie. China en cambio, después de un comienzo errático en el combate contra la nueva plaga, ha conseguido recobrarse, enviar ayuda a un centenar de países, y parece sobreponerse al mayor trauma sufrido por la humanidad desde hace siglos. El devenir del nuevo orden mundial podría estar jugándose en estos momentos...

Desde el punto de vista clínico no se acaba de entender la razón por la qué, si ya convivimos con otros seis coronavirus y los tenemos globalmente controlados, este nuevo patógeno ha provocado tal colosal pandemia. ¿Qué tiene de particular este virus? ¿Por qué su rapidez de infección ha desbordado las previsiones de las mejores autoridades sanitarias del mundo?

En el análisis que hace Ignacio Ramonet para responder a estas preguntas, señala cómo lo primero que hay tomar en consideración, es que «los virus son inquietantes porque no están vivos ni muertos. No están vivos porque no pueden reproducirse por sí mismos. No están muertos porque pueden entrar en nuestras células, secuestrar su maquinaria y replicarse. Y en eso son eficaces y sofisticados porque llevan millones de años desarrollando nuevas maneras de burlar nuestro sistema inmune».

Este comportamiento del Covid-19 tiene una analogía con el del mundo zombi, hasta pareciera que este mundo de los zombis «se ha hecha carne y habita entre nosotros». Las innumerables películas de zombis resaltan como lo que tienen de más sobresaliente es su movimiento incesante. Señalan cómo los que no han sido infectados por los zombis deben correr para conservar su condición humana; y, a su vez, los zombis también se ven a merced del movimiento si quieren allegarse un suculento alimento humano.

Esta analogía nos la describe Zygmunt Bauman cuando nos habla de «vida líquida», al referirse a las condiciones actuales de la existencia humana sometida a los efectos negativos de la globalización y a los de la reducción de las personas a la categoría de «simples consumidores». que transitan como zombis. Así es la masa, decía Jean Baudrillard, «reunión en el vacío de partículas individuales, de deshechos de lo social y de impulsos mediáticos. Agujero negro en el que lo social se precipita».

Anthony Giddens nos habla del efecto de la globalización en nuestras vidas, y en la introducción de su obra "Un mundo desbocado" utiliza una frase que dijo el arzobispo llamado Wulfstan, en un sermón pronunciado en York, allá por el año 1014 «El mundo tiene prisa y se acerca a su fin».

A estas alturas, ya nadie ignora que la pandemia no es sólo una crisis sanitaria. Es lo que las ciencias sociales califican de «hecho social total», en el sentido de que altera el conjunto de las relaciones sociales, y conmociona a la totalidad de los actores, de las instituciones y de los valores.

Las cosas no podrán continuar como estaban. Un gran parte de la humanidad no puede seguir viviendo en un mundo tan injusto, tan desigual y tan ecocida. Como dice uno de los memes que más han circulado durante la cuarentena: «No queremos volver a la normalidad, porque la normalidad es el problema». La «normalidad» nos trajo la pandemia... y nos aboca al colapso total.

Efectivamente, sabemos que la normalidad es el problema, pero a nosotros, a la ciudadanía, nos corresponde la parte alícuota de responsabilidad. Tenemos que ser capaces de vivir de otra manera y no dejarnos atrapar por este capitalismo depredador. Tiempo por tanto de reflexión, tiempo de cambio para reorientar la vida y abordar nuevos caminos y nuevos retos. Necesitamos abrir espacios culturales cívicos que actúe como contrapeso de las lógicas mercantilistas que dominan y hegemonizan la vida económica y social.

Gilles Lipovetsky habla de la autodeterminación de los hombres en esta nueva era de la sociedad de masas, que va acompañada de la pérdida a jirones de los espacios en los que se asentaba el individuo, espacios de identidad colectiva. Esta crisis generada por la pandemia del coronavirus. Este «hecho social total» nos va a poner a prueba.

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