La cualidad grotesca de la señora Isabel Natividad Díaz Ayuso
Llamaré «grotesco» a un discurso o a un individuo que por estatuto posee los efectos de poder de los que, por su cualidad intrínseca, debería estar privado de grotesco o, si se prefiere, «ridículo». El mío no pretende ser un epíteto insultante. No es como insulto que me gustaría utilizarlo. De hecho, creo que debería formarse una categoría de análisis histórico-político que se ocupe de lo grotesco o lo bufón.
El señorío de lo ridículo, la soberanía de lo grotesco o, en términos más austeros, la maximización de los efectos del poder a partir de la cualificación de quien los produce: todo esto, creo, no es casual en la historia de ciertas maneras de detentar y de ejercer el poder, no es una disfunción de su mecanismo.
Me parece, por el contrario, que es uno de los engranajes que forman parte integrante de los mecanismos de ciertas comprensiones en la asunción y el ejercicio del poder. El poder político −al menos en algunas sociedades, y en todo caso en la nuestra− puede darse, de hecho se ha dado y se sigue dando, la posibilidad de que sus efectos se transmitan, y, más aún, de encontrar su origen, en un receso manifiestamente, explícitamente, voluntariamente descalificados por lo infame o lo ridículo.
Después de todo, esta grotesca mecánica del poder, o este engranaje de lo grotesco en la mecánica del poder, es muy antiguo en las estructuras y el funcionamiento político de nuestras sociedades. Tenemos ejemplos muy claros de esto, especialmente en la historia del Imperio Romano, donde la calificación casi teatral del punto de origen, del punto de unión de todos los efectos del poder en la persona del emperador, era si no exactamente una manera de gobernar, al menos una manera de dominar: una calificación que significa que quien es poseedor de la «maiestas», es decir, de más poder que cualquier otro poder, es al mismo tiempo, en su persona, en su gesto, en su palabra, en su forma de ser, en su manera de transmitir..., un personaje infame, grotesco, ridículo.
El mecanismo del poder grotesco, de la soberanía infame, del político ridículo se implementó perpetuamente en el funcionamiento del Imperio Romano y dura hasta nuestros días entre nosotros. Lo grotesco es uno de los procedimientos esenciales de la soberanía arbitraria. Pero lo grotesco es también un procedimiento inherente a la política de escaso pensamiento, de superficiales peroratas, de manidos clichés.
Que la máquina o maquinaria política, con sus insuperables efectos de poder, pase por un representante mediocre, nulo, imbécil, superficial, ridículo, escaso..., todo esto ha sido uno de los elementos esenciales de los politiqueos en nuestro país. Lo grotesco político no fue simplemente una percepción del pasado. El grotesco político es una posibilidad hipotética y una cualidad concreta, presente y real que la política se da a sí misma para solaz de los afines incondicionales.
El carácter grotesco pertenece a ciertas peroratas políticas, del mismo modo que pertenecía al funcionamiento del poder imperial en Roma estar en manos de un actor loco. Y lo que digo sobre el Imperio Romano, lo que digo sobre cierta política actual, podría decirse sobre muchas otras formas mecánicas de poder, en la derecha o en la izquierda.
Lo grotesco de alguien como Isabel Natividad Díaz Ayuso está en sí mismo inscrito en la mecánica de lo que dice y de cómo lo dice en cuanto le ponen un micrófono al alcance de su boca y un auditorio dispuesto y absorto a escuchar los típicos clichés y topicazos superficiales. El poder se da la imagen de ser generado por alguien disfrazada teatralmente, dibujada como un payaso, como un bufón, de aplauso facilón por parte de los recalcitrantes. Me parece que aquí se encuentran, desde la soberanía infame hasta la autoridad ridícula, todas las gradaciones de lo que podría llamarse la indignidad grotesca y ridícula del poder.
En un contexto político como el nuestro, ya a menudo criticado por su superficialidad y falta de visión, la Presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, plantea profundas dudas y serias preguntas sobre la altura de la cultura política y el estado de la ética institucionales en nuestro país.
Hasta se diría que cierta política hubiera olvidado el valor de la competencia. Y me invita a reflexionar sobre un problema más amplio: la progresiva desaparición de una política con una visión de largo plazo y un sólido anclaje ético. Las instituciones políticas, en particular, deberían estar protegidas de personas irresponsables, y, por lo tanto, peligrosas que comprometen el noble arte de la política y, lo que es más grave, el presente y el futuro de la sociedad.
No pretendo demonizar a Isabel Natividad Díaz Ayuso. Tan solo llamar la atención sobre un problema sistémico que aqueja a nuestras instituciones. Se necesita una reflexión profunda y una conciencia colectiva para que el discurso político vuelva a estar a la altura del respeto y tratado con la seriedad que merece. Y para evitar que una política de clichés manidos y tópicos facilones se instale y se adueñe de la cosa pública. Si la democracia quiere ser un elemento de nuestra identidad, merecemos un arte político y un estilo de gobierno y de liderazgo capaz de honrar y proteger con auténtica competencia e integridad esa democracia.
Podéis enviarnos vuestros artículos o cartas vía email a la dirección iritzia@gara.net en formato Word u otro formato editable. En el escrito deberá constar el nombre, dos apellidos y DNI de la persona firmante. Los artículos y cartas se publicarán con el nombre y los apellidos de la persona firmante. Si firma en nombre de un colectivo, constará bajo su nombre y apellidos. NAIZ no se hace cargo de las opiniones publicadas en la sección de opinión.