Iñaki Egaña
Historiador

La dialéctica del cambio

Hoy, la izquierda abertzale despliega un discurso y un modelo foquista, que no sirve en la periferia de su origen simbólico, desde el corazón de Gipuzkoa.

Los resultados electorales siempre crean euforias y, por extensión, desánimos. A menudo hay un pero. Y en esta ocasión, los excelentes resultados numéricos cosechados por la izquierda abertzale se han visto matizados por las sumas de sus vecinos y por la pérdida de enclaves icónicos, caso de Iruñea.

No voy a caer en la tentación de abrazarme al sofista Protágoras para relativizar lo propio y lo ajeno. Si algo tiene de positivo el recuento electoral es que acerca bastante la tendencia real, emotiva e ideológica, de la sociedad en la que vivimos. Del que habitualmente citamos como pueblo vasco. Con las disfunciones que pueda provocar el eterno abstencionismo, pasivo sin duda, pero que afecta a uno de cada tres susceptibles de introducir la papeleta en una urna.

Hay una estrategia de cambio alentada desde un nuevo modelo de abordar el proceso de liberación. Una estrategia que choca con la fase anterior, en la que los objetivos estaban marcados por una práctica mixta que dependía en gran medida de éxitos y fracasos ajenos a procesos electorales. Simplemente por abandono de aquella estrategia, la mudanza se encuentra con escenarios que aunque previsibles, necesitan de una reflexión.

Entre ellas dos que voy a intentar desbrozar. La primera se refiere a la fortaleza electoral, acercándose a máximos históricos, de la derecha vasca. Los frenos desde Sabin Etxea al proceso de desarme y disolución de ETA, las piedras en las ruedas de la Declaración de Aiete, obedecían a una simple lectura. El Acuerdo de Viernes Santo irlandés de 2008, catapultó al Sinn Féin y le convirtió en hegemónico, desplazando a los grupos clásicos. El PNV evitó que aquella tendencia se reprodujera en Euskal Herria.

La pujanza electoral jeltzale ha tenido un crecimiento notorio a partir de los descalabros de la derecha española. Los tiempos y los trasvases son casi idénticos. Efectivamente, habrá salvedades puntuales pero lo general es notorio. Y eso significa que el votante de derecha española ha pasado el puente para ubicarse en el espacio de votante de derecha vasca. ¿Es positivo en un proceso de liberación? ¿Es negativo?

A veces nos hacemos cruces con este trasvase y denunciamos la deriva que eso conlleva para satisfacer a los recién llegados. ¿Pero es que alguien pensaba que un votante de derechas española iba a ofrecer su papeleta a Unidas-Podemos o a EH Bildu? Lo remarcable de este trasvase viene del hecho que, históricamente, los trasvases electorales eran ente PSOE y AP-UCD-PP. Hoy, la beligerancia mutua entre ambos bloques en España ha modificado lo histórico.

La segunda de mis reflexiones viene marcada por esa especie de foquismo en el que la izquierda abertzale está asentada prácticamente desde sus inicios. En términos bélicos, que no sirven para el caso, aunque ayudan a la comprensión, el foquismo (guevarismo) competía como teoría revolucionaria con la guerra popular maoísta o la insurreccional leninista.

Hoy, la izquierda abertzale despliega un discurso y un modelo foquista, que no sirve en la periferia de su origen simbólico, desde el corazón de Gipuzkoa. Los ejes industriales de la antaño motor industrial y minero de Bizkaia, incluida su capital, las localidades de la huerta navarra de la Ribera o las poblaciones surgidas al amparo del desarrollismo franquista, apenas huelen, al menos electoralmente, ese sentimiento integral y único que plantea la izquierda abertzale. Hay mugas interiores, una única comunidad nacional vasca, pero muchas sensibilidades forjadas históricamente en culturas políticas que aún ven a los militantes de la izquierda abertzale como los apestados del gueto o los ingenuos habitantes de la aldea de Astérix.

El foquismo fue criticado desde otras posiciones de izquierda con un argumento lógico: la impaciencia convertida en teoría revolucionaria. Con la perspectiva que tenemos hoy quizás es un poco fuerte señalarlo, pero la crítica hacia el foquismo de la década de 1960, era acertada. Los ejemplos de los fracasos insurreccionales tras su victoria en el frente de batalla se me agolpan en la mesa. Las hegemonías, que diría Gramsci, se ganan en numerosos escenarios.

La transformación estratégica de la izquierda abertzale avanzó el concepto de «dialéctica del cambio», desarrollado con especial incidencia en Nafarroa en la legislatura que se acaba de cerrar y ejercitado, con más praxis que teoría, en Ipar Euskal Herria. El concepto, sin embargo, parece obsoleto, pero es el válido, si la izquierda abertzale quiere presentar un proyecto diferenciado del espectáculo que muestra la clase política al uso.

La dialéctica, etimológicamente el arte de conversar, ha tenido un desarrollo profundo entre las ideologías progresistas y marxistas. La dialéctica es la teoría que acepta el cambio, la contradicción, la racionalidad (tesis, antítesis, síntesis) y la interpretación no fragmentaria de la realidad.

Marx introdujo una nueva concepción en los sujetos de la dialéctica con el centro en el hombre y en la naturaleza, hasta entonces identificados en la Idea y Dios. En dialéctica marxista, el cambio se produce a través de saltos cualitativos que en algún momento provocan una transición repentina, la revolución. Esta concepción del cambio, aparentemente reñida con una transición gradual, tiene elementos comunes.

Scott Harrison, que teorizó sobre la dialéctica del cambio, escribió al respecto: «Políticamente, está el fenómeno de las personas que desean la revolución social con todo su corazón y alma, pero que son demasiado impacientes para hacer el trabajo real necesario para preparar el terreno para la revolución. Debido a que son tan impacientes, abandonan la perspectiva dialéctica sobre el cambio, se concentran exclusivamente en la necesidad de una transición repentina. Esa impaciencia extrema incluso lleva a la gente a revisar su teoría revolucionaria para satisfacer sus deseos subjetivos».

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