La «incertidumbre estratégica»
El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, defendió el pasado domingo la agitada política arancelaria del presidente Donald Trump como una forma de crear «incertidumbre estratégica», que otorgaría ventaja a Washington» (AFP, 27 abril). «En la teoría de juegos, esto se llama incertidumbre estratégica, no le vas a decir a la otra parte de la negociación dónde terminarás», agregó el funcionario. Cree, además, que Trump es la persona idónea para hacer este juego. «Ha mostrado los aranceles altos, y ahí está la vara. Hasta aquí pueden llegar los aranceles. Y la zanahoria es: acérquense a nosotros. Eliminen sus aranceles. Dejen de manipular su moneda. Dejen de subsidiar la mano de obra y el capital, y entonces podremos hablar».
La propuesta de las élites estadounidenses no es nueva y desprende la lógica que preside el desarrollo del modelo actual, la acumulación por despojo o desposesión. La política del caos ha sido desde hace mucho tiempo una de las bazas imperiales que, sin embargo, se venía aplicando a escala local. Naomi Klein, en su libro “La doctrina del shock”, publicado en 2007, explica cómo el neoliberalismo se impuso a través de impactos profundos, como dictaduras y desastres naturales, provocando tal conmoción y confusión, que se pudieron encarar reformas impopulares que en otros momentos habrían sido resistidas.
En América Latina analiza cómo el golpe de Estado de Pinochet (1973) utilizó la doctrina del choque para transformar la economía e imponer un modelo privatizador y altamente concentrado de la renta, doblegando las resistencias populares mediante la combinación de represión y reformas audaces. Cuando las poblaciones quieren reaccionar, los cambios ya fueron impuestos por la violencia, argumentando «necesidad» para salir del caos.
El concepto de incertidumbre estratégica bebe en las mismas fuentes de la doctrina del shock: busca paralizar poblaciones y ahora naciones, para consolidar el poder de las clases dominantes de Occidente. Busca crear una situación de desesperación que le abra las puertas para cambios dramáticos que no estaban previstos, doblegando por el miedo a gobiernos y naciones para que se sometan a la voluntad de Washington o de las élites locales.
Vale destacar que el concepto de estrategia implica trazarse objetivos de largo plazo y recorrer los caminos hasta alcanzarlos. Supone una cierta estabilidad, tanto en los objetivos, como en el modo de acción. Pero la incertidumbre estratégica es lo opuesto, y puede desconcertar porque las cosas suceden sin relación aparente, sin causa-efecto lineal, al punto que cuesta aceptar que esa actitud de inseguridad y desasosiego (sinónimos de incertidumbre) sea en realidad el objetivo buscado. Por eso, algunos sostienen que Trump está loco, o tiene un carácter imprevisible y maniático, lo cual no es verdad porque sigue un plan riguroso elaborado por altos especialistas.
Enfrente está China, que se presenta como la potencia previsible, segura, que respeta las reglas del juego y apoya la globalización, que no va a decir una cosa hoy y la opuesta mañana. La estabilidad y la confiabilidad son sus puntos fuertes, cuestiones que a Washington no le importan porque se trata solo de mantener el poder. Por eso, buena parte del mundo está mirando al Dragón.
«La nueva ola de la guerra comercial desatada por el presidente estadounidense Donald Trump ha realzado el interés de China por los países del Sur Global», escribe Xulio Ríos, del Observatorio de la Política China. El presidente Xi Jinping realizó recientemente una gira por Vietnam, Malasia y Camboya, en lo que denominan como «diplomacia de vecindad». Otros altos funcionarios del gobierno visitaron Sudáfrica, Arabia Saudita y la India.
China tiene una política muy asentada en África, donde mantiene excelentes relaciones con la mayoría de los países. Además, la lista de espera para ingresar en los BRICS llegaría a 40 países, lo que muestra la pujanza de la alianza. Si a ello se suma la Ruta de la Seda, que enlaza a más de 40 países en todos los continentes, puede observarse cómo China ha establecido una sólida red de alianzas comerciales, políticas y diplomáticas.
Se trata de una lenta construcción con sólidas raíces. Una expansión sin dominación en la cual pueden ganar todos los países. Ahora, los elevados aranceles impuestos por Trump pueden representar un avance significativo de China en el tablero internacional, si consigue unir a Asia, Pacífico y profundizar las relaciones con la Unión Europea.
Un reciente artículo de The New York Times, del 19 de abril, considera que China se ha venido preparando para esta nueva situación. «China compra productos agrícolas y aviones a Estados Unidos, y casi con toda seguridad puede conseguir lo que necesita en otros lugares. Pero ¿de dónde obtendrá Estados Unidos los minerales de tierras raras, esenciales para la industria estadounidense y su base militar-industrial?» (The New York Times, 19/04/2025).
En las próximas semanas veremos un panorama desalentador. En Estados Unidos, los medios vaticinan alza de precios y estanterías vacías porque los embarques desde China han caído un 60%. Pero en China habrá fábricas paralizadas y alto desempleo. Cuando situaciones similares sucedan, Trump culpará a Beijing de los problemas, y China hará otro tanto.
Estamos ante un recodo de la historia. Situaciones como la actual solo pueden resolverse a través de guerras (como sucedió con la caída del imperio español ante el ascenso británico y con el ascenso de Estados Unidos a costa de Inglaterra). Sería deseable que en esta ocasión las cosas no se repitieran, ya que no tenemos antecedentes de guerras totales entre potencias nucleares.
De un modo o de otro, lo que decide no son las armas, sino la cohesión de las sociedades, su capacidad para resistir los horrores que nos esperan, aunque estos sean «apenas» económicos. En este sentido, las sociedades orientales muestran niveles de cohesión interna con los que no puede soñar Occidente.