Pol Fernàndez

La llama de los recuerdos

Soy un estudiante de Periodismo de Barcelona, que vive en uno de los barrios cerca de Sants. Si tuviera que definirme, me consideraría un catalán de izquierdas, aunque cada día que pasa siento más asco por las rígidas clasificaciones políticas tradicionales. Como probablemente sepáis, el pasado lunes se desalojó un edificio ocupado en el barrio, conocido como Can Vies.

Este equipamiento, liberado hace 17 años, ha sido uno de los mayores símbolos de la autogestión y la colaboración vecinal paralela y ajena a las instituciones catalanas y estatales. El estandarte que orgullosamente mostraban los vecinos y jóvenes del distrito para defender una nueva manera de solventar las necesidades de la gente.

Mucho más que cuatro paredes al lado de las vías del tren. Tal como habían advertido numerosas veces las entidades vecinales de Sants al concejal del ayuntamiento de Barcelona, intentar dificultar o incluso derribar el proyecto de Can Vies iba a suponer una ofensa directa contra el barrio. Es más: en incontables ocasiones, las diversas plataformas que daban apoyo a esta casa okupa organizaron actos pacíficos para pedir evitar el desalojo, desde un lipdub hasta una recogida de firmas que subscribieron personas como Ada Colau (PAH), David Fernández (CUP) o la banda Elèctrica Dharma, o una cadena humana, entre muchos otros. La reacción no se hizo esperar, y mientras la policía entraba en el edificio se congregaron vecinos y simpatizantes para protestar.

El despliegue policial fue anómalo, excesivo: solo en la estación de Sants, donde debían empezar las movilizaciones, había desplegados 10 furgones policiales, acompañados de otros tantos a lo largo y ancho de las calles colindantes. El escenario predecía una represión dura, como pocas he visto. Aquello fue la gota que colmó el vaso. La tensión del ambiente llevó a cometer actos imprudentes, como la quema de una unidad móvil de TV3, provocando la primera de muchas cargas de antidisturbios. Se desató el caos, y muchos manifestantes acabaron con heridas de distinta gravedad, consecuencias del estado policial en el que vivimos. Y pasan los días.

Hoy estamos ya en el cuarto día de manifestaciones, con más heridos graves a la espalda que ayer, pero probablemente menos que mañana. Mi corazón llora al ver mi querida ciudad en llamas, y sin embargo no puedo culpar a aquellos que salen a la calle para protestar contra la impunidad con la que han actuado el alcalde y sus secuaces, ni para defenderse de los que, amparados por su placa, disparan, golpean y en definitiva reprimen a sus conciudadanos. Can Vies no va a volver.

El ignominioso agravio de Trias no tiene vuelta atrás. Y es insultante ver como los mismos que han provocado el fuego social quieren apagar con diálogo el fuego de las barricadas que cada noche iluminan las calles de Sants. Pero siempre quedará el recuerdo de las cosas bien hechas. De 17 años de okupación pacífica, que se legitiman con el apoyo que recibió y recibe aún por parte de los habitantes de Sants. Eso es lo que merece difusión. Eso es lo que merece continuidad. Can Vies puede ser un montón de polvo, pero como reivindican los manifestantes, los sueños nunca mueren.

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