Garazi Aizpurua
Profesora de Filosofía

La mentira de la libertad en tiempos de mercado

Hay cosas que se dicen en tono de broma, entre risas, pero que se quedan flotando en el aire como una piedra que no termina de caer. En una conversación entre amigos, alguien dice que se acostaría con un abuelo o una abuela a cambio de un piso (o el dinero equivalente a lo que costaría un piso). Otro asiente. Otra añade que, bueno, mientras haya consentimiento y nadie salga herido, todo está bien. Que el cuerpo es suyo. Que con su cuerpo hace lo que quiere. Que es libre. Y ahí, justo ahí, algo en mí se revuelve. No por el acto en sí −cada cual con sus decisiones−, sino por lo que ese acto refleja, por el espejo que nos pone delante y que no queremos mirar.

Vivimos tiempos en los que la libertad se ha vaciado de contenido, o quizá se ha perdido en medio de tanto ruido. Hemos reducido lo libre a lo posible, a lo disponible, a lo que se puede comprar y vender sin que nadie diga nada. Mientras no haya violencia explícita, mientras todo sea legal y consentido, parece que cualquier elección se justifica por sí sola. Pero consentir no es siempre elegir. Y elegir no es siempre es ser libre. A veces lo que llamamos libertad es apenas una rendición que se disfraza de empoderamiento. Decimos que somos libres porque elegimos, pero olvidamos preguntarnos desde dónde elegimos, para qué y con qué consecuencias.

Cuando alguien ofrece su cuerpo a cambio de algo −un piso, dinero, una oportunidad− puede pensar que está haciendo simplemente una elección privada, íntima, que no afecta a nadie más que a sí mismo. Pero lo personal, aunque también es cultural, es también político. En una sociedad profundamente individualista, nos han hecho creer que nuestros cuerpos son islas, que lo que hacemos con ellos no rebasa la piel. Pero todo gesto deja rastro. Lo que normalizamos hoy se convierte en precedente mañana. Y lo que pareció una elección libre e individual puede acabar reforzando lógicas y sistemas de la sociedad que nos dañan a todas las personas. Cada cuerpo que se ofrece como mercancía no solo responde a una necesidad concreta, sino a un imaginario: el de que todo puede tener un precio. Y así, sin quererlo, ayudamos a que el mercado se expanda a lo más íntimo, hasta a lo más humano. ¿Qué ocurre cuando ese espacio íntimo se convierte en oferta y demanda? Es ahí donde empieza a resquebrajarse algo más profundo, más difícil de recuperar: la noción de dignidad humana.

Nos hemos acostumbrado a hablar de dignidad como si fuera un accesorio bonito que se menciona en discursos, pero que nadie sabe ya cómo sostener en la vida real. ¿Qué es la dignidad cuando el cuerpo se convierte en producto y la intimidad en mercancía?

Hay una diferencia ontológica que a menudo se nos escapa: no es lo mismo ser quien trabaja (aunque sea en condiciones injustas) que ser lo que se consume. No es lo mismo vender tu fuerza de trabajo que convertirte tú mismo en mercancía. Hay quienes venden su tiempo, su energía, su paciencia. Hay trabajos precarios, injustos, incluso humillantes, que exprimen a las personas hasta dejarlas vacías. Y aunque eso no debería aceptarse nunca como algo normal −aunque debamos seguir denunciándolo, combatiéndolo, transformándolo−, aún ahí, por duro que sea, el sujeto sigue siendo quien hace, quien ofrece algo, aunque sea su fuerza, su atención o su voz. Pero otra cosa distinta, más honda, más alarmante, es cuando el sujeto deja de ser quien ofrece y pasa a ser lo ofrecido. Cuando lo que está en venta ya no es lo que haces, sino lo que eres. Cuando no se vende lo que produces, sino tu propio cuerpo como objeto de consumo.

Y es ahí donde conviene recordar que la dignidad, al contrario de lo que a veces creemos, no es una medalla moral ni una pureza que se pierde o se gana. Como decía Kant, el ser humano es «Un ser dotado de razón y voluntad que siempre debe ser tratado como un fin en sí mismo, nunca como un simple medio». Por lo tanto, la dignidad no es algo que tengas porque te portas bien, sino una cualidad intrínseca.

Desde esa mirada, no se trata de juzgar a quien acepta vender su cuerpo, sino de señalar que la lógica que convierte un cuerpo en mercancía ya está negando, en su forma misma, esa condición de fin. No es que tú seas menos digno: es que tu dignidad es tan innegociable que cualquier intento de convertirla en objeto es ya una herida, un agravio, una ruptura con lo humano.

Por eso el foco no está en criticar y culpabilizar a las personas que eligen venderse; el foco está en otra parte: en preguntarse qué mundo hemos construido para que haya que disfrazar de libertad lo que muchas veces es resignación. Para que un acuerdo entre dos personas sirva como justificación ética de todo. Para que pensemos que mientras haya consentimiento, todo está bien.

Ante este mundo hostil que hemos creado veo sumamente necesario recordar que la ética no se agota en el acuerdo. No todo lo aceptado es aceptable. No todo lo que tiene valor, tiene un precio, porque hay valores como la dignidad que no pertenecen al mercado.

Hay cosas que sencillamente no deberían poder venderse ni comprarse. No porque falte consentimiento, sino porque cruzan una línea profunda: la que separa al ser humano de la mercancía.

Ser libre no es poder hacerlo todo. Ser libre es trazar una línea entre lo que se puede intercambiar y lo que no, entre lo que se puede usar y lo que debe ser cuidado. Y lo mismo con la dignidad: no es un valor que se pierde por aceptar ni se gana por negarse. Pero sí se vulnera, sí se pone en juego cada vez que aceptamos una lógica que nos convierte en cosas.

Es difícil hablar de estos temas sin incomodar. «¡Mejor no moralizar!», dicen algunos. Pero el silencio no cuida. El silencio normaliza. Y no hay nada más peligroso que disfrazar de elección libre y empoderamiento lo que nace de la falta de alternativas o de una falsa idea de libertad de elección y del cuerpo. Por eso necesitamos más que nunca volver a pensar lo humano. Tal vez ahí, en esa frontera invisible entre lo que se puede hacer y lo que no se debe permitir, comience el verdadero ejercicio de la libertad.

Search