Alfredo Ozaeta

La moral y el poder

Somos un objeto más de su codicia, nos imponen como tenemos que pensar, que tenemos que hacer y que «principios» o «valores» morales debemos observar

Mucho ha cambiado nuestro mundo desde que el héroe y libertador de la América latina Bolívar definiera el poder moral como la confluencia de la educación, justicia social y ética colectiva en beneficio de la sociedad, que al igual que otro libertador y héroe, Martí, en este caso cubano, entendieran que eran la base y nutrientes del pensamiento para que los pueblos pudieran decidir su destino y futuro en libertad.

Salvando las distancias y contextos, desgraciadamente huérfanos en la actualidad de procesos emancipadores o revolucionaros, podemos afirmar que dicha filosofía se encuentra en las antípodas con los fundamentos de dominación económica, ideológica, religiosa tuteladas siempre por la fuerza y el miedo. Las pocas excepciones residen en las escasas sociedades autárquicas o autosuficientes donde el poder y la fuerza reside en el pueblo y no en las elites.

En las sociedades actuales, lo que gusta llamar a los tecnócratas y burócratas de la política como democracias modernas, poder y moral son antagónicos. Y en este punto es muy importante discernir entre lo que es el poder real con mayúsculas, y los políticos de turno o por decirlo de forma gráfica los mandos intermedios. Unos marcan las estrategias y diseñan nuestro futuro y los otros, son las caras visibles del poder que ejecuta y hacer ejecutar las órdenes que dicta el poder con mayúsculas.

Como si de una multinacional se tratara jamás estos mandos intermedios conocen a sus jefes, es más, llegan a pensar que tienen autonomía propia y que sus iniciativas, órdenes y mandatos son suyas, pero nada más lejos de que ello sea así. El poder con mayúsculas tiene los resortes suficientes y automatismos necesarios para hacer llegar sus mensajes, para que estos se cumplan y que los políticos los consideren como propios, dejándoles ciertas parcelas de autojustificación y actuación para su beneficio político y crematístico como pago y entretenimiento.

El control y capacidad de influencia de estos grupos viene acreditada en su dominio sobre los recursos y en la fiscalización sobre los mass media, pieza fundamental en su estrategia de adecuación y manipulación del pensamiento. La globalización de los medios y su reconversión en grandes plataformas audiovisuales y digitales hace que sus mensajes lleguen a todos los rincones, no nos olvidemos de que estamos hablando de oligopolios controlados en su mayoría por fondos de inversión y de capitales, que a su vez son los que controlan a las empresas que dinamizan el grueso de la actividad mundial con sus empleos y servicios. Conglomerados mercantiles financieros que se escapan al control de los intermediarios políticos pero que ejercen su autoridad y marcan la agenda de estos.

¿Alguien puede todavía pensar, por poner algún ejemplo, que los Sres. Trump o Biden, expresidente y actual presidente del país más poderoso e influyente del mundo, por el momento, son realmente los que definen o diseñan los designios de los EEUU y de gran parte del planeta? ¡Rotundamente diría que no!, ni están capacitados ni pueden hacerlo. Es ridículo o peligrosamente ingenuo pensar que estos vanidosos personajes, ridículos en algún caso, estén por encima de los que han posibilitado que sean presidentes, es decir de los importantes fondos financieros, farmacéuticas, y las grandes corporaciones industriales, constructoras, energéticas, tecnológicas, digitales o armamentísticas, y que son ellos los les marcan el paso a estas y no al revés. ¿O que las disputas entre USA y China, con Rusia como invitado, son meros conflictos «domésticos»? Por cierto, algún día habrá que hablar sin tapujos sobre China acerca de su progresión e influencia en el futuro global y su incidencia en nuestros sistemas actuales.

Es como pensar a estas alturas que las criptomonedas, el bitcoin como la más conocida, es una ocurrencia de algún iluminado y que se escapa del control del poder con mayúsculas y que los billones en circulación de estos activos digitales, las operaciones de inversión y las opacas transacciones comerciales de las grandes corporaciones con esta moneda son inseguras, ambiguas o están fuera de su control. Lo que tal vez no cuentan es que se trata de otro paso en la transición financiera y monetaria al objeto de obtener más réditos en el control de la población. Una más.

Es muy difícil creerles cuando su poder con mayúsculas lo han basado en la manipulación y ocultación de la verdad para componer y crear en la sociedad el estado de opinión que más les convenga o favorezca. Ahora mismo estamos asistiendo a un debate sobre la Ley de Secretos Oficiales, que pretende demorar más aún si cabe la salida a la luz de la participación del Estado español y sus secuaces en operaciones delictivas y criminales.

La verdad no admite plazos, es innegociable e imprescindible para entender nuestra historia y construir un futuro más justo para todas. ¿Tan inmaduros nos suponen, o aquí también quieren negar su responsabilidad?

Y con todo pretenden que creamos que velan por nuestra seguridad y salud, cuando día a día están atentando contra nuestra supervivencia y subsistencia como demuestran sus políticas medioambientales y sus planes de desarrollo insostenible. El valor y la vida de los ciudadanos no deja de ser residual para los Poderes, nuestro valor radica en el beneficio o utilidad que puedan obtener de nosotros.

Somos un objeto más de su codicia, nos imponen como tenemos que pensar, que tenemos que hacer y que «principios» o «valores» morales debemos observar. Piden lo que ellos no dan y exigen lo que no ofrecen.

Desde una cultura y vocación progresista e igualitaria no podemos participar de su inmoralidad y caer en su estrategia de distracción para ocultar la verdad de hechos relevantes. Cuanto tiempo nos han estado negando la existencia de torturas en nuestro país y en el estado español, y todavía hoy día lo siguen haciendo, cuando las evidencias, pruebas y testimonios contrastados certificaban su veracidad en toda su crudeza. Llegados a este punto, ¿nos están contado la verdad sobre la pandemia? ¿La vacunación y sus efectos? ¿Por qué hurtan y censuran el debate y las informaciones que discrepan y contradicen con las que el poder con mayúsculas dicta? Imponen la vacunación incluso a los menores y exigen el pasaporte covid para poder reunirnos, pero siguen llenando estadios para ver eventos deportivos con miles de personas sin ningún control.

La credibilidad de la moral de los poderes nos da motivos para a la vez que preocuparnos exigir desde nuestra pequeña Euskal Herria a los humildes medios con los que contamos, y a los que también existen en otras sociedades, a un esfuerzo de objetividad y contraste de la realidad, verdad y justicia en contraposición a la deriva a la que estamos asistiendo.

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