Víctor Moreno
Profesor

La navaja de Ockham

Decía Joseba Eceolaza que Pamplona tiene su Muro de Berlín. Paradójicamente, concluía que «había que demolerlo porque no tiene ninguna importancia arquitectónica, no tiene tampoco ningún interés histórico, (...) y no tiene desde luego ningún interés afectivo para la mayoría de la ciudad, al contrario» (“Diario de Noticias”).

Pues, si fuera así, Pamplona tendría que ser derruida casi al completo. Al margen de la ironía, peguntaría si no nos estaremos pasando siete pueblos aportando razones para convencer a quienes no están por la demolición del Monumento. Y que, con nuestras intervenciones, lo que estamos consiguiendo es que se aferren más a esa idea.

En el caso de Eceolaza, pienso que se equivoca. El monumento tiene un valor arquitectónico, un interés histórico y un valor afectivo, aunque cuantificar esa propensión afectiva de la ciudad resulta imposible de tasar.

Que no tiene ningún valor arquitectónico? Dígaselo a la Plataforma por un Museo de la Ciudad, quien desde 2017 viene reivindicando que el citado Monumento se resignifique en museo, porque «dicho edificio forma parte de nuestro patrimonio» y hay que protegerlo como especie en extinción. Sin olvidar que esta plataforma está formada por «personalidades de incuestionable valor, entre ellos varios arquitectos» que algo sabrán de valores arquitectónicos.

¿Que el monumento no tiene ningún valor histórico? Que se lo digan a ciertos historiadores locales y, ahora, a seis historiadores españolistas que en “ABC” reivindicaban el mantenimiento del edificio por «su incuestionable valor histórico», por lo que «demolerlo es una aberración».

Y es que el concepto de valor histórico lo será según se interprete el pasado para justificar el presente.

¿Que las pinturas de Ramón Stolz no tienen ningún valor artístico? Que se lo digan a la citada Plataforma que ha pedido al Gobierno de Navarra «la declaración como Bien de Interés Cultural las muy notables pinturas al fresco que decoran el interior de la espectacular cúpula del Monumento».

¿Que el edificio no tiene ningún interés afectivo para la mayoría de la ciudad? Si es como dice Eceolaza, convengamos en que resulta extraño que, después de tantos años, la ciudadanía no haya hecho nada parar quitarse de la cara semejante verruga.

Aludir a los valores o contravalores arquitectónicos y etcétera para exigir la demolición o mantenimiento del monumento se ha convertido finalmente en un campo de minas. Se dice que «sobre gustos no hay nada escrito», lo que es mentira, porque hay mucho escrito y muy bueno, sobre todo las aportaciones de Bourdieu. El problema está en que no se discute sobre unos gustos cualesquiera, sino sobre aspectos considerados como claves del chip transcendental de nuestra identidad política.

Quienes quieren encontrar valores históricos en Los Caídos, los encontrarán.

Es lo que ha estado haciendo desde 2017 la referida Plataforma al defender la reconversión del edificio en museo de la Ciudad. Eso sí: «despojándolo de connotaciones partidistas o de enfrentamiento pasado». Hay que ser cínicos para decirlo. Porque despojar al edificio de sus connotaciones partidistas es un intento vano. Además, nadie tiene por qué renunciar a ellas. Buena es la lagartona memoria. Quienes hablan de este despojamiento están insultando a quienes el Monumento ha honrado su memoria durante muchos años, con, ¡qué maldita casualidad!, el asentimiento de vuestros ancestros. Así que dejemos el sarcasmo para Oscar Wilde.

Ya decía Hobsbawm que la comprensión de la realidad «pasa a través del bosque denso y oscuro de las suposiciones y deseos que el investigador lleva consigo. No nos acercamos a nuestro trabajo como mentes puras, sino como hombres y mujeres educados en un contexto particular... y en un momento concreto de la historia».

¿Es posible despojarse de esos valores que el edificio ha impregnado a la ciudadanía? Aclaremos. El edificio no tiene ningún valor y en esto acierta Eceolaza, pero no por las razones subjetivas que aduce. Somos las personas quienes damos esos valores. De ahí que el actual precipitado axiológico utilizado solo consiga endurecer la dialéctica. Y, si se polariza el debate en la asunción o rechazo de esos valores, el enfrentamiento se mantendrá. Y la solución final que se dé no dejará satisfecha a nadie, aunque la asuma la mayoría en un referéndum.

Así que, quizás, sea bueno echar mano de la navaja de Ockham.

No sé si una hipótesis cuantos menos elementos teóricos contenga en su defensa se entiende mejor o, si la respuesta más sencilla, siempre será la más correcta. Pregunto, entonces: ¿Cuál sería en este caso la propuesta más sencilla y correcta? Sin duda que aquella en la que las dos partes estuvieran de acuerdo. ¿Es posible este entendimiento?

Quienes defienden el mantenimiento resignificado del monumento no pueden negar, porque muchos de ellos renegarían de su propia historia: el edificio es franquista y golpista. Es imposible escaparse de esta verdad: ahí está la fatal hemeroteca carlista y la de "Diario de Navarra". Y da la genial casualidad de que quienes están por la demolición piensan lo mismo que los que defienden su mantenimiento: es un edificio de enaltecimiento golpista.

Hay, también, una segunda coincidencia. Tanto los iconoclastas como los iconófilos son demócratas. Y, además, de la democracia actual, o sea, de la buena, no de la democracia de la II República. Dada esta singular uniformidad de ideas, ¿qué problema puede haber en derribar un monumento que representa las antípodas de lo que en estos momentos defienden todos, la democracia?

¿Quién odia a Azaña pondría su retrato en las paredes de su casa? Ni resignificado. Lógico. Lo mismo pasa con el monumento. Siendo uno demócrata, ¿cómo puede mantener en pie un tótem que se ríe de la democracia y es la negación de la democracia?

Entiendo, pues, que, quienes defienden la permanencia del monumento o su resignificación y se dicen demócratas, sufren un problema de incoherencia política grave. O se es demócrata o no se es. Es la cuestión.

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