Josu Iraeta
Escritor

«La Navarra civilizada»

Hace pocos días, en Tafalla, el portavoz del Gobierno navarro, Juan Luis Sánchez de Muniáin, notablemente nervioso y mirando con a un hombre con txapela, hizo gala de una epidermis propia de un crustáceo cuando dijo: «esta es la Navarra civilizada».

Quizá Sánchez de Muniáin se sintió extraño ante la denuncia y el enfado expreso y directo que le mostraron los tafalleses. Mala cosa, Juan Luis, la impunidad con la que vivís os hace levitar lejos de la realidad, ya que los navarros sabemos y conocemos vuestra ocupación preferente. Gracias a personas como usted, hoy para nadie es novedoso que el ejercicio del poder convive asiduamente con la visita, en ocasiones deseada y otras inesperada, de peligrosas tentaciones. Se dan casos en que los compromisos se adquieren antes de alcanzar el poder, y en otros, son las propias situaciones las que se presentan ante la toma de decisiones.
En estas situaciones nunca faltan individuos interesados en rentabilizar con fuertes beneficios económicos sus apoyos e interesadas ayudas. La historia reciente de Nafarroa es el mejor testigo para ratificar lo que de cierto tienen estas afirmaciones.

Sería cínico negar que –como siempre– en la actual clase política el engaño y la mentira han sido y son anexos a la cultura del poder. Para comprobarlo no es necesario alzar mucho la vista ni viajar lejos, basta con mirar en casa. Tenemos hoy los navarros una presidenta inmersa en la estrategia de mentir y desmentir. Y aunque es cierto que disposición –y experiencia en caminar sobre el alambre– tiene toda , no es capaz de salir airosa de las situaciones que provoca. Quizá las razones de su comportamiento haya que buscarlas en las encuestas que desde hace algunos meses conocen tanto la señora Barcina como su socio, el gallego de La Moncloa. Es evidente que estas bien guardadas encuestas están haciendo mella incluso en su estudiada y pretendida recia presencia. Estas no previstas y adversas circunstancias les hacen variar el guión, y si Rajoy es un fajador de la política ducho en la improvisación y la supervivencia, a Barcina le obligan a abusar del maquillaje.

En estos casos, convendría que fuera más extendido el conocimiento respecto a lo que realmente es gobernar, ya que la mejor virtud del gobernante es poderse gobernar a sí mismo y controlar sus propios sentimientos, dominar la excitación que provoca el placer de mandar, los títulos vacíos de dignidad, las adulaciones, los fraudes y todo aquello que hace a la libertad derivar en libertinaje. Porque, poco a poco, muchos de los buenos –incluso de los mejores– también aprenden a medrar, y esto les produce una impune felicidad que les induce a imponer el lujo fácil, los placeres y malicias con los que se destruyen, volviendo al inicio real, a su debilidad.

Es evidente que no resulta fácil gobernar para quien no es capaz de gobernarse a sí mismo, de ahí que Barcina esté dando bandazos, mostrando claramente su debilidad. Está muy nerviosa, de tal manera que hay quien observándola la está calificando de incompetente para la política. Los hay incluso quienes ven en su actitud cierta afinidad con la filosofía del más famoso de los ferrolanos.

Lo cierto es que la admirada presidenta Barcina está haciendo suya una máxima que según ella, le faculta para decidir que el inductor de toda iniciativa o pensamiento que no comparte su visión es susceptible de ser acusado de suscitar y promover el desorden y la anarquía que antecede a la pérdida de libertades. Lo que conlleva a que sus promotores sean calificados como subversivos y agitadores, cuando no de terroristas. He aquí pues, nuestra admirada Barcina, artífice y ejecutora implacable de la ira del poder, que permanece siempre al acecho, expectante y dispuesta a enmudecer una y otra vez a quienes osen disentir.

En mi opinión, otra de las razones que determinan su cuestionado e inadmisible comportamiento radica en que, con frecuencia, los que mandan se sienten tan seguros  que se hacen insolentes y soberbios. Se admiran a sí mismos, confían en exceso en sus propias fuerzas y terminan intentando lo que no está a su alcance, y se hacen airadas, displicentes y crueles. Desgraciadamente para Barcina, ignora que tras la soberbia llegan la ignominia, la destrucción y la ruina.

No quiero citar ni áticos, ni CANes ni otras habilidades de nuestra querida presidenta, pero hablando de poder, quiero precisar que no se trata solo de poder político, sino de que el poder habita allí donde residen los recursos, medios, centros de toma de decisiones... y, por tanto, no solo en el terreno político, sino también en el ámbito económico, ideológico, cultural, moral...

Es por todo esto que mi amiga Barcina sustituye los derechos de quienes gobierna por su inclinación personal hacia el tentador calor del establo. Su actitud de subordinación ante la extrema derecha franquista le ha llevado a situaciones extremas, hasta el punto de que su persistente sumisión en defensa de intereses sin duda contrarios a la voluntad de los navarros le sitúa en una posición absolutamente vergonzante. La «doble personalidad» le está permitiendo a Barcina mostrarse orgullosa, inaccesible y soberbia con aquellos a quienes gobierna, al tiempo que obediente, pusilánime y víctima con los que le proporcionan el establo desde Madrid.

Ante el calamitoso balance de esta su última legislatura, plagada de acusaciones de diversa índole y gravedad, creo que a nuestra presidenta le encaja a la perfección la máxima que Napoleón hizo famosa sobre la honradez, aunque quizá fuera Nicolás Maquiavelo quien mejor la definió cuando identificó el ejercicio de la política como «el arte de mantenerse en el poder». Eso sí, civilizadamente.

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