Iñaki Barrutia Arregi
Psicólogo Clínico

La pandemia y el miedo

El filósofo francés Gilles Deleuze advertía en el pasado: «los poderes tienen más necesidad de angustiarnos que de reprimirnos».

En la cultura china las crisis se interpretan como una oportunidad para el cambio y la mejora. Todas las crisis producen ideas nuevas y modelos nuevos de organización. Esta pandemia nos ha llevado a una crisis que ha dejado muchas incertidumbres, algunas certezas y refuerza las sospechas de siempre. Nuestro es el reto de hacer una lúcida lectura de esta crisis y transformarla en una ocasión para el cambio radical del sistema económico y nuestro estilo de vida.

Respecto a las incertidumbres, si algo caracteriza a esta pandemia es la incertidumbre, sobre el virus, sobre la vacuna, sobre la duración de la crisis sanitaria. A esto se añade las que se derivan de las consecuencias económicas, trabajadores en ERTEs, autónomos en supervivencia, extensión del paro y de la pobreza extrema. Incertidumbres también respecto a las noticias e información que nos llega. La inseguridad que se deriva de la pandemia afecta a la población en general, y se proyecta en muchas áreas de nuestra vida, en la salud, en el trabajo, en las relaciones sociales y también en los afectos. El resultado es una generalización de los estados de ansiedad. La ansiedad anticipatoria que se alimenta de la incertidumbre y la inseguridad que llena nuestras cabezas de las peores angustias.

Certezas también nos ha dejado la pandemia: el miedo se ha extendido a toda la población, y como consecuencia de ello los estados de ansiedad se han generalizado; los gobiernos han descuidado a los más vulnerables, las personas mayores en las residencias, los menores y los que sufren pobreza más extrema. Rotundamente claro ha quedado que para los gobiernos los cuidados no están en el centro.

Las sospechas que se refuerzan son las de siempre, el poder se ocupa fundamentalmente de la «economía» , vamos del bolsillo de las grandes empresas; la progresión de los impuestos es inviable, solo es progresiva para la clase trabajadora, los monopolios no se tocan; la izquierda lanpedusiana -aparentar cambiar todo para que todo siga igual- sigue con eslóganes de moderación, cuando la situación requiere cambios de raíz. Por otro lado las clases trabajadoras cuidando nuestro huerto particular y sosteniendo con los impuestos el estado; asumiendo sin resistencia la pérdida progresiva de derechos laborales y la degradación de estructuras protectoras como la sanidad y la enseñanza gratuita.

Focalizando el análisis en las certezas de esta crisis, podemos decir que la globalización del miedo la aprovechan los poderes emergentes con la ampliación sobrecogedora de su narración mediática. Los medios de comunicación en la era de la globalización se desnaturalizaron, abandonaron su función informativa e ingresaron a ser parte del engranaje del ejercicio del poder, donde su papel de eje desordenador de las subjetividades colectivas siembra angustia, miedo, y criminaliza las acciones populares de la ciudadanía emergentes. La gestión mediática del miedo es una herramienta eficaz para el logro de ciertos propósitos, emprender una guerra, un proyecto legislativo que limita la migración, una ola de popularidad en elecciones o la generalización de la desconfianza en una comunidad. El miedo reduce la capacidad de resistencia y de vigilancia crítica. El filósofo francés Gilles Deleuze advertía en el pasado: «los poderes tienen más necesidad de angustiarnos que de reprimirnos».

Para vencer el miedo, es preciso vencer antes la seducción que ejerce la esperanza de seguridad, sin resignación ni pasividad. Vigilar críticamente las promesas del progreso en su contexto político. El miedo acompaña en la historia al ser humano unido a la libertad y al peligro, y el reto es no sobredimensionarlo. Debemos desactivar la magnificación mediática y psicológica del miedo y tener presente las condiciones sociales que lo perpetúan.

Algunas experiencias de comunidad como las ecoaldeas están en ese proceso de superar el espejismo de la esperanza de seguridad. Mientras tanto la forma de revertir la hegemonía del miedo es neutralizar esa ansiedad construyendo espacios de seguridad, espacios de protección comunitaria, barrio a barrio, pueblo a pueblo. Redes solidarias que ofrezcan la seguridad de que en situación de vulnerabilidad estaremos arropados por el apoyo mutuo. Esto requiere la incorporación de nuevos conceptos e ideas a nuestras vidas, usufructo en lugar de propiedad, apoyo mutuo en lugar de competitividad, relación mutualista con la naturaleza, igualdad de los desiguales, austeridad estética y del confort para frenar el desarrollismo.

En el confinamiento se inició un movimiento joven predominantemente femenino de solidaridad y de cuidados. En esta pandemia tendremos que «bakuninzarnos» con apoyo mutuo, y será necesario reforzar y extender esos movimientos solidarios. Articular y organizar la solidaridad para que no sea excepcional es el reto de las futuras generaciones. La banca y la monarquía no nos van a rescatar, solo el pueblo protege al pueblo.

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