Albert Calero

La planificación de la educación española, un atentado a la autonomía

Hablar de planificación educativa, como señala Daniel Brailovsky en su artículo “La planificación y el sentido de la enseñanza", es hablar de un estándar, de una lógica establecida que da consistencia al proceso de enseñanza-aprendizaje y lo organiza. Por tanto, implica un modelo a seguir por toda la comunidad educativa. Parece obvio que, por nuestras pretensiones sociales, la educación tiene que estar sistematizada y no puede ser anárquica, en el sentido de estar carente de unas pautas generales con miras a conseguir unos objetivos. En otro escrito de Brailovsky con Menchón, titulado "Estrategias de escritura en la formación. La experiencia de enseñar escribiendo", la define así: «La planificación [...] es la escritura sobre lo que se ha de hacer, es algo que se escribe para sí mismo, como un plan de viaje, pero también forma parte de una serie de compromisos [...], ya que al mismo tiempo es una escritura dirigida a la institución y encarna las responsabilidades del docente para con el espacio en el que se enmarca su trabajo». Me quedo con esta definición por eso de «la escritura sobre lo que se ha de hacer» y paso a hacer un pequeño comentario personal al respecto.

Cuando nos referimos a la planificación curricular, hay que tener en cuenta que esta tiene varios niveles de concreción, desde un nivel estatal hasta un nivel de adaptación curricular individualizada. Es bien conocido, tanto por docentes como por no docentes, que el informe PISA no nos deja en muy buena posición y frecuentemente se habla de la buena calidad del sistema educativo finlandés, que no pone patas arriba la legislación en materia de educación cada vez que el gobierno cambia de color. Pues bien, más allá de ciertas discrepancias a propósito de las variables que se tienen en cuenta para la realización del informe, hay algo que me parece determinante para la consecución de una educación de calidad: la no excesiva concreción curricular. Si comparamos el currículo finlandés con el currículo español, este último resulta elefantiásico. Esto se traduce en una merma de la autonomía de los docentes, de los centros y de las administraciones más cercanas; parafraseando a Brailovsky, hay demasiado escrito sobre lo que se ha de hacer. Una excesiva concreción curricular ata de manos a la comunidad educativa, empezando por la relación entre alumno y profesor, que se convierte en una relación con la legislación.

La planificación fundamental es la programación de aula y, sin menoscabo de una concreción curricular básica a un nivel superior, esta debe tener margen de maniobra más allá de las pretensiones políticas partidistas de concretar excesivamente y hasta el último detalle qué y cómo se tiene que enseñar y aprender. El problema radica, en el fondo, en cierto pesimismo y desconfianza hacia el alumnado y los docentes, que mueve a las administraciones educativas a una excesiva planificación que se espera sea la panacea, la varita mágica de la educación, cuando frecuentemente se consigue lo contrario: una comunidad educativa «mareada» de tanto giro de timón y atada de manos a tanta abstracción legislativa, lo que provoca desencanto, desmotivación, incomprensión y en última instancia, alto abandono escolar. Si hay algo esencial en educación es la relación entre el profesorado y el alumnado, y esta debe ser sana, y para que esta sea sana, no debe haber demasiadas ataduras legislativas. Vuelvo a recordar la diferencia entre el currículo finlandés y el español.

En mi experiencia como docente, me he percatado de que la planificación realmente funcional es la programación de aula, la más inmediata. Me he percatado de que si el docente está bien formado, conoce bien su materia, siente pasión por su trabajo y ve brillar a sus alumnos, estos acaban en cierta manera siendo un fiel reflejo del profesor, sienten realmente interés y acaban brillando. Recuerdo muy especialmente un par de clases improvisadas de la materia de Filosofía que fueron realmente geniales. Tuve que felicitar a los alumnos y salieron de clase discutiendo apasionadamente entre ellos sobre los temas que habíamos tocado. Generamos un sano debate, con ejemplos que todos los alumnos pueden encontrarse en su vida cotidiana, y despertó mucho interés y participación. A modo de colofón, lo que aspiro a transmitir a los estudiantes es que aprendan a pensar y a reflexionar por sí mismos sin demasiadas influencias divinizadas y que adquieran un sentido de la responsabilidad necesario para la dirección de su futuro y el de la sociedad. Esto es lo que, a día de hoy, creo que es realmente necesario.

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