«Lagoratorios» contra el racismo
Un laboratorio es un espacio de experimentación en el que se mezclan elementos diferentes para investigar soluciones a problemas varios. Cuando los métodos de investigación consisten en reunir a gentes para debatir cuestiones, podría decirse que el laboratorio se transforma en un «l-agora-torio». Recuérdese que un ágora, en las antiguas ciudades griegas, era la plaza pública en la que la ciudadanía se reunía para la discusión y toma de decisiones que afectaban al pueblo. En un guiño a este juego de palabras, la ONG Zehar− Errefuxiatuekin, que trabaja con personas refugiadas, migradas y/o racializadas, lleva dos años convocando «lagoratorios» en el País Vasco, para debatir colectivamente e idear herramientas contra, concretamente, el racismo y la xenofobia.
Los resultados obtenidos en estos «lagoratorios» se han hecho públicos hoy, con ocasión del Día internacional contra la Discriminación Racial. Recopilados en tres cuadernillos, desgranan los recursos que existen a disposición de quienes sufren una discriminación por su color de piel, por su origen étnico o por su nacionalidad (en una inmobiliaria, en una entidad bancaria o en una actuación policial de identificaciones en la calle). Lo novedoso de estas publicaciones es que son las propias personas discriminadas las que, con su testimonio y experiencia individual como sujetos políticos, dan ejemplo de batallas ganadas contra el racismo.
Batallas libradas.
Rosalind Williams, comisaria de exposiciones de arte y fotografía, norteamericana, vive en Madrid. En 1992, estando en la estación de tren de Valladolid con su marido, diplomático de profesión, un policía se le acerca y le pide la documentación. Rosalind le pregunta al policía por qué le identifica solo a ella. El policía le responde que tiene órdenes de parar a personas «como ella». ¿Cómo es Rosalind Williams? Rosalind es negra. Rosalind puso una demanda al gobierno español por aquella identificación policial por perfil étnico. La demanda fue desestimada. El Tribunal Constitucional tampoco le hizo caso. Pero tras 17 años de batallas legales, el Comité de Derechos Humanos de la ONU le dio la razón: la policía no puede tratar de modo distinto a alguien por el color de su piel.
Yahya Aaboud es experto financiero en una empresa vasca. Buen salario, buena imagen, modales exquisitos. Sin embargo, una inmobiliaria de Irún, al ver su apellido marroquí, le rechazó cuando quiso alquilar una vivienda. Yahya, en vez de denunciar a la inmobiliaria, decidió acudir al Departamento de Vivienda de Gobierno Vasco, en tanto último responsable y garante de que no se produzcan actuaciones discriminatorias en un servicio ofrecido al público en general. Yahya solicitó al Gobierno Vasco que sancionara a la inmobiliaria por haber cometido discriminación.
Ibrahima (nombre ficticio), solicitante de asilo de Guinea-Conakri, jamás pensó que, de todos los derechos por los que luchar, el derecho universal a abrir una cuenta bancaria básica sería uno de ellos. De todas las fronteras que cruzar, este solicitante de protección internacional jamás pensó que la puerta de una sucursal de un banco sería una nueva muralla. Pero le ocurrió. Y no se conformó. Existiendo, como existe, una ley que ampara a las personas refugiadas a tener una cuenta bancaria básica, la reclamó y la consiguió. Porque en esta sociedad, sin cuenta, no cuentas.
Cuestión de igualdad.
Estos ejemplos son solo tres de los muchos que existen de personas valientes que, tras sufrir discriminación, deciden denunciarla. Deciden utilizar los cauces institucionales, legales, jurídicos y de movilización ciudadana que se pueden poner en marcha, no solo para visibilizar la discriminación en los tres ámbitos bancario, residencial y policial, sino también para hacerles frente. Zehar-Errefuxiatuekin, además de recopilar esos cauces, elaborará en nuevos lagoratorios en 2024 dos cuadernillos más: sobre la discriminación en el mercado laboral y sobre la exclusión de las mujeres migradas en espacios de ocio públicos o privados, tales como una piscina o una cafetería.
Al fin y al cabo, nadie queremos vivir en un barrio, una ciudad o un pueblo donde se trate con desprecio a las vecinas y vecinos de orígenes culturales diversos. Hoy, 21 de marzo así lo hacemos público, desde unos lagoratorios contra el racismo que, sobre todo, son lagoratorios a favor de la igualdad.