Iñigo Jaca Arrizabalaga
Médico jubilado con ejercicio en ZB de Elizondo

Las Brujas no se quejan

«La «queja» parece constituir en los actuales directores de Osasunbidea una unidad de medida de mucho peso, y en ella parecen fundamentar la asignación cuantitativa o cualitativa de recursos en un servicio esencial para la población.»

La situación del euskera en la sanidad navarra se caracteriza por la existencia de un marco normativo con una Ley del vascuence de 1986 que pende de la Ley del Amejoramiento, de la Constitución Española y de los tratados europeos suscritos por el Estado. La ley del vascuence confiere unos derechos a los ciudadanos de las zonas vascófonas que posteriormente fueron acotados o limitados por un par de decretos forales.


La realidad  se caracteriza por un incumplimiento flagrante de todo el marco normativo que menciono, pues el numero de plazas perfiladas está muy por debajo del porcentaje de ciudadanos que hablan euskera y no solo son pocas, además en alguna zona ni siquiera están ocupadas por médicos que hablen vascuence. Antes se podía aducir que no había médicos que hablaran euskera, hoy este argumento no existe. Hay suficientes médicos demandantes de empleo que sí lo hablan, y siempre se pueden dar facilidades a los que en la actualidad ocupan estas plazas, para que lo aprendan, claro está, exigiéndoles resultados.


Recientemente un compañero médico ha presentado una reclamación administrativa por no haberse cumplido la Ley del vascuence en la asignación de una plaza estructural, y fue aquí, en su exposición ante el Consejo de Salud del Baztan, donde el director de la zona de Elizondo, también médico, pronunció el argumento de «no hay quejas», argumento profundo el que esgrimió y que se ha repetido en todas las respuestas que ha recibido a su reclamación desde todas las instancias de Osasunbidea, con un añadido, el de «por ello no es necesario».


La «queja» parece constituir en los actuales directores de Osasunbidea una unidad de medida de mucho peso, y en ella parecen fundamentar la asignación cuantitativa o cualitativa de recursos en un servicio esencial para la población. No parece ser que en este organismo la asignación o adecuación de recursos sea en función de la ley, las normas, la calidad, o los criterios planificadores al uso. No parece serio que un servicio público con tantos técnicos, directores y asesores, utilice esta unidad de medida como argumento cuando se trata de preservar derechos fundamentales.


El título del escrito tampoco tiene que ver con aquel trágico episodio que sufrió Zugarramurdi y la zona en manos de la inquisición, con aquella persecución, prisión y quemados en la hoguera. Podemos imaginar que en aquel proceso, justo cien años después de la ocupación de Navarra por las tropas castellanas, también los interrogatorios y condenas se produjeron en un idioma desconocido para la población, si bien los gritos de indignación de aquellas personas al morir o desde la prisión serían en el idioma que ahora Osasunbidea ningunea. ¿En qué idioma tienen que presentar las quejas? ¿En el que no dominan?.


Sí tiene que ver el título del escrito con la denominación que la psiquiatra y feminista Jean Shinoda da a uno de sus ensayos, en el que trata el hecho de que las ancianas no se quejan, pues como dice la autora, lo que fue, fue, y ellas han aprendido que lamentándose no son capaces de vivir el presente. Son ancianos los pacientes de la residencia que según los directivos de Osasunbidea tendrían que quejarse, y muchos de ellos personas dependientes. Montaigne decía que nadie está libre de decir estupideces, y que lo malo es decirlas con énfasis.


Recuerdo que cuando hacía prácticas en el Hospital Provincial de Gipuzkoa nos vino un compañero madrileño diciendo que el paciente que acababa de ingresar debería ser trasladado al psiquiátrico, pues a cualquier pregunta que le hacía cuando intentaba historiarle, el paciente anciano respondía siempre diciendo: «no tengo hambre». Era lo que le había dicho la monja de la residencia que le dijera al médico. Aquel paciente se explicó perfectamente sobre todas sus dolencias en cuanto pudo hacerlo en su lengua. Me imagino la angustia y el sufrimiento del paciente al no poder entenderse con quien debía curarle, pero ya relata el también psiquiatra y superviviente de Auschwitz, Viktor Frankl, que el individuo incluso en las situaciones más extremas de deshumanización y sufrimiento, puede encontrar una razón para vivir, basada en su dimensión espiritual. ¿Alguien sensato puede esperar una queja de estos pacientes?.


¿Desde cuándo un servicio público financiado por todos los ciudadanos puede, por la inexistencia de quejas, incumplir las leyes y normas que emanan del parlamento y que garantizan los derechos fundamentales de los ciudadanos? ¿Desde cuándo se pueden incumplir los programas de calidad, garantes de la comunicación paciente-médico, aprobados por las instancias públicas por la inexistencia de quejas?. ¿Dónde queda la necesaria comunicación con los pacientes para lograr una adecuada transferencia y garantizar la necesaria adherencia al tratamiento y a las medidas preventivas? Y finalmente,¿dónde la Ley de autonomía del paciente manifestando su consentimiento para todos los procedimientos si no se habla en el idioma que comprende?


Platón decía que para ser un verdadero médico, sería menester que aquel que decidiera serlo hubiere pasado por todas las enfermedades que quisiera cuidar y por todos los accidentes y circunstancias de los que hubiere de juzgar. Ello les tendría que hacer reflexionar a quienes no consideran necesario el bilingüismo en la zona vascófona y, en concreto, en la Residencia de Ancianos de Elizondo, a sabiendas de que la comunicación con muchos de los residentes en la misma está muy comprometida si no se es capaz de hablar en euskera. Desde la honestidad no creo que siguieran manteniendo lo repetidas veces expresado: «no hay quejas y por ello no es necesario».

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