Josu Perea Letona
Sociólogo

Las guerras culturales, ¿una batalla perdida?

Alain Touraine afirmaba que el análisis de la realidad social requiere de un nuevo paradigma de pensamiento. Si la sociedad se estudiaba hace doscientos años en términos políticos, esto resulta ahora imposible. Tiempos inciertos donde lo distópico cada vez se nos muestra más real.

El mundo en que vivimos nos obliga a pensar y repensar nuevas estrategias para transformar el mundo. Necesitamos adaptarnos a los nuevos conceptos y a los nuevos marcos de pensamiento y de acción que se abren en la sociedad. Necesitamos ver y mirar el mundo de otra manera, quizá, porque el artefacto ideológico que ha guiado nuestra lucha ha sido demasiado «ambicioso» y posiblemente ha arrastrado consigo una exagerada pretensión transformadora.

En esas estamos cuando de la mano de la derecha extrema, de la extrema derecha y de sus poderosos centros de pensamiento han colocado en el centro del debate político las «guerras culturales» en un debate ideológico que se aparta de lo estructural para introducirse de lleno en los campos puramente simbólicos: la memoria histórica, el lenguaje de género, el matrimonio homosexual, le educación para la ciudadanía, todo ello alimentado por un poder mediático obsceno que actúa como operador político imprescindible en estas batallas culturales.

Terreno propicio para la xenofobia, la homofobia, para el antifeminismo (que sí es estructural), para toros y toreros, cazadores y depredadores del medio ambiente, negacionistas del progreso, reaccionarios de tomo y lomo, y para alimentar el odio exacerbado a las nacionalidades y a la diversidad cultural. Es ahí donde la derecha ha encontrado un filón, porque ganada esa batalla cultural les permite crear «sentidos comunes» que les da legitimidad en el terreno político.

Leía hace unos días un análisis de un trabajo demoscópico sobre las elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid publicado por El Salto. Este trabajo muestra el voto en esas elecciones en función de la renta, y, de él, se extraen importantes elementos para entender algunas claves sociales y políticas del panorama actual. Solamente destacar un dato de este trabajo que señala como el voto más transversal se le otorga al PP, que resulta el partido «claramente» más votado en todas las franjas en función de la renta, es decir, que tanto los que tienen menos ingresos como aquellos que tienen los mayores ingresos, eligen al Partido Popular como la mayor opción. Sí, sí, el PP, el partido más transversal de España, que como señala Alba Rico, conserva, bien enquistada en el hígado, toda la memoria mala de la historia para activarla de nuevo contra cualquier proyecto de democratización que cuestione su poder

En la España de las conquistas sociales, se ha presumido de ser la vanguardia antropológica de los derechos civiles en Europa. Pero claro, escarbando un poquito, asoma, y de qué forma, una ideología rancia y patriotera, plagada de neofranquistas y antifeministas (en manadas). La España eterna siempre se nos presenta sumida en un mundo reaccionario, atrincherada, esperando que la ola progresista flaquee, aunque sea un poco, para sacar todo su arsenal ideológico, que es mucho y muy poderoso. Los fascistas de nuevo cuño afloran por doquier y en el franquismo larvado y siempre presente, las cuestiones de clase, la tradición y el conservadurismo, así como el español-centrismo emergen furiosos para frenar los avances sociales. Tiempos sin duda difíciles para una izquierda que navega confusa en este mar proceloso de la vida social y política.

La derecha, desde sus laboratorios de pensamiento está consiguiendo pervertir el lenguaje que está viviendo un estado de vulnerabilidad. Los argumentos de estos ideólogos del lenguaje siempre son discordantes con la verdad soportada por la ciencia. Aplican el relativismo científico y su manual está plagado de una retórica amparada en el «existen muchas variantes», «diferentes perspectivas», falta de certezas», «diversas formas de conocimiento». Se atreven, incluso, en su fanatismo climático, a abrir el debate de si es verdad que el hombre tiene influencia en el cambio climático o responde a ciclos temporales, a pesar de que el 99% de los estudios científicos sobre el calentamiento global les quite un millón de veces la razón señalando el origen antropogénico como señala el informe de IOP Science. Les da igual, siempre quedará la duda a la que agarrarse para sembrar esas incertidumbres interesadas entre tantísimo negacionista de todo color y pelaje. Apelan a los sentimientos señalando a las clases más pauperizadas como perdedoras de la globalización logrando enfrentar a los penúltimos con los últimos.

El neoliberalismo, genuino soporte estructural de la derechísima, ha estado permanentemente reivindicando el derecho a la diferencia y a la individualidad, oponiéndose frontalmente a la izquierda que siempre ha reivindicado la lucha colectiva (o nos salvamos todos, o no se salva ni Dios). Todo ello forma parte fundamental de su batalla ideológica. Quizá, la izquierda, hemos ido abandonando la lucha colectiva para entregarnos a la individualidad que ha traído consigo esta nueva etapa de la modernidad, en la que permanentemente aparecen nuevos elementos hiperculturales, de manera que hemos retrocedido a un tiempo premoderno donde las personas compiten en un mercado de especificidades para sentirse, más que realizadas, representadas.

Y qué decir del antifeminismo, que les duele infinito, porque las mujeres han sido las que durante más tiempo han tenido «vetado» el derecho a la subjetividad por parte de un mundo masculino, porque es indudable que el impulso feminista es esencial e imprescindible para impulsar un cambio social. Ha sido, además de un proyecto intelectual, un proyecto ideológico, impulsado desde los movimientos sociales y desde la política, reivindicando un cambio en sus status y una igualdad de oportunidades con respecto a los hombres en todos los ámbitos de la vida social; tanto en lo político, lo laboral, lo profesional, como en lo privado, lo familiar o lo sexual. La Ley del «Solo si es si» ha despertado al monstruo, que ha puesto en pie todos los resortes del estado profundo (mediático, judicial y político) porque son conscientes, como señala Gilles Lipoveski que, tras el feminismo victimista, ha llegado la hora de un «feminismo del poder».

Pasó en Estados Unidos en la década de los sesenta., como señala la historiadora Carmen de la Guardia. Mientras las movilizaciones sociales se reforzaban y las expresiones culturales se radicalizaban y tomaban carácter colectivo, comenzaron a aparecer voces disidentes entre la población de muchos estados rurales y también en grupos de las clases medias y acomodadas urbanas. Esa mayoría silenciosa, que es cómo denominó Richard Nixon a sus votantes, pronto se expresó de manera clara defendiendo la necesidad de retornar a la América soñada, ordenada, próspera y luminosa que es cómo ellos imaginaban su pasado. Pero no solo era un retorno. La Nueva Derecha surgía con fuerza como un grupo híbrido de neoconservadores, cristianos renacidos y neoliberales que fueron extendiendo su poder a través de medios de comunicación, think tanks, iglesias, escuelas y universidades, medios de comunicación, y, sobre todo, trasladando sus convicciones al espacio público. Sus principios y valores, muchas veces novedosos, estuvieron y están presentes en la vida política estadounidense desde entonces.

Esto mismo se está reproduciendo en Europa y en América latina. El neoliberalismo ha lanzado una auténtica cruzada de intenso adoctrinamiento ideológico, a la vez que ha emprendido un ataque en toda regla contra las conquistas sociales.

En medio de este desbarajuste ideológico, reflexionar, escudriñar en el ámbito de las guerras culturales, resulta imprescindible. Preguntarnos cuanto de simbólico pueden tener muchos de estos fenómenos culturales que a lo largo de su desarrollo histórico han ido adquiriendo formas ideológicas.

La izquierda, señala Daniel Bernabé en su obra La trampa de la diversidad, no ha sabido articular un discurso, en defensa de las reivindicaciones identitarias de las minorías en nombre de la diversidad y la tolerancia. Se ha entregado en cuerpo y alma a un activismo en el que suman individuos y grupos de difusas y heterogéneas ideologías, que no tienen, en muchos casos, adscripción ideológica con la izquierda, lo que conecta con un activismo propio del siglo XXI que luchan, fundamentalmente, por su reconocimiento y por salvaguardar su identidad.

La pregunta que se podría hacer es saber si este mundo ideológico, en lo que se ha convertido es en una coartada para afirmarnos en nuestra personalidad aislada. Quizá ya no se busca un gran relato, un proyecto finalista, transformador, que traslade nuestras especificidades hacia un proyecto común.

No sirve atrincherarse para buscar el rearme ideológico cuando la izquierda queda frustrada, cuando una mayoría de ciudadanos se muestra silenciosa y obediente ante esa distopía cada vez más real. Tampoco sirve pensar que es culpa de la pedagogía que aplica la izquierda para que sus propuestas lleguen a la ciudadanía. Incluso hemos visto como algunos sectores de la izquierda, han puesto pie en pared porque piensan que el llamado «woke» es uno de los grandes problemas en estas guerras culturales, porque sus propuestas son demasiado radicales, porque determinadas políticas de representación, lejos de dar respuestas satisfactorias a muchos de esos conflictos culturales, es uno de los problemas en esta guerra cultural que ha servido a la derecha y a la ultraderecha para ampliar su espacio ideológico.

La batalla contra las doctrinas conservadores es inexcusable y precisa una acción ideológica contra la propaganda de este neoliberalismo atiborrado de dogmas, el cual es muy consciente de la trascendencia que tienen las victorias ideológicas. Es imprescindible tomar la iniciativa, construir acciones-fuerza y plantar cara a un modelo atrapado en su propia utopía frenética. Necesitamos salir de este laberinto, competir contra esa idea que se repite y que ha calado profundo en la propia izquierda, la de que no hay alternativa. Por eso hay que ayudar a crear esta semilla de rebelión en la gente. Con otros principios, otros conocimientos, otras ideas, que te ayuden a mirar que otra sociedad es posible. Si esas ideas no son reconocidas no es porque no sean válidas es porque no tienen el poder que el capitalismo y el patriarcado tienen hoy globalmente para imponerse.

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