Luigi Pandolfi
Licenciado en Ciencias Políticas

Los «inversores» en desastres ya se han desplegado en los mercados financieros

Conforme se recrudecen las tensiones entre los EEUU e Irán, algunos fondos especulativos estén ya frotándose las manos a la expectativa. En una guerra hay siempre ganadores y perdedores, incluidos los del mercado monetario

La economía contemporánea se define por la voracidad de los mercados financieros. Ahí es donde reside el poder de veras. Por consiguiente, no ha de sorprender que, conforme se recrudecen las tensiones entre los EEUU e Irán, algunos fondos especulativos estén ya frotándose las manos a la expectativa. En una guerra hay siempre ganadores y perdedores, incluidos los del mercado monetario.

Y así es como va a ser también esta vez. De hecho, ya está pasando: el precio del petróleo, impulsado principalmente por el mercado de derivados, subió a 70 dólares por barril tras el ataque norteamericano contra el general Soleimani. No se ha cerrado ni ha explotado ningún pozo ni refinería –por lo menos todavía no– pero la mera posibilidad de que la crisis entre Irán y los EEUU pueda terminar en un conflicto armado abierto ya ha llevado a muchos «analistas» a revisar al alza sus estimaciones del precio del crudo a corto plazo, incluida la gasolina como parte del mercado de los llamados derivados de productos básicos, instrumentos financieros que tienen los recursos naturales como mercancía subyacente.

También es cierto que la excitación del juego y de hacer apuestas arriesgadas no es para todo el mundo, razón por la cual otros inversores está tomando otra vía y moviéndose a orillas más seguras, como el oro, cuyo precio ha alcanzado un máximo en siete años (a 1.588,13 dólares la onza), pero también el paladio (que hoy cuesta 2.020 la onza), un metal más raro, que está por tanto más a cubierto de caídas repentinas de su precio. Hace mucho que el dinero se liberó de su vinculación al oro y a otras materias primas, pero cuando los tiempos se tornan peligrosos, el metal precioso ofrece siempre una garantía. Es entonces cuando el «dinero» y el «oro» tienden a convertirse en lo mismo una vez más, aunque evidentemente no para todo el mundo, y desde luego no para las clases populares.

Por utilizar la jerga de los operadores financieros, se podría decir, en resumen, que en este contexto tanto los inversores «bajistas» [«bearish», pesimistas], como los «alcistas» [«bullish», optimistas], aunque juegan a juegos distintos, van reaccionando al mismo conjunto de expectativas. Estos a su vez están ligados al riesgo de que la situación pueda recrudecerse de algún modo hasta llegar al desastre (o casi).

Sin embargo, si se combinan, estos extremos de euforia e incertidumbre, los impulsos especulativos y las retiradas defensivas podrían tener terribles efectos sobre una economía mundial que ya está cargando con la cuenta de una insensata guerra comercial, así como con las secuelas de una crisis que, en ciertas zonas de la economía capitalista mundial –por ejemplo, Europa–, no han podido erradicarse todavía (es el caso en Alemania, donde la producción de coches en 2019 cayó a niveles de 1996, con un descenso del 9%).

Estos son los temores que expresa la agencia de clasificación Moody’s cuando habla acerca de la posibilidad de una «amplia sacudida económica y financiera» en caso de un conflicto duradero entre la principal potencia económica y militar del mundo y el país dirigido por los ayatolás.

Esto no solo concierne a los efectos directos sobre un aumento incontrolado, e incontrolable, en el precio del petróleo (que podría combinarse con un aumento igualmente incontrolado del precio de otros hidrocarburos, tales como el gas natural, dado el caos en Libia), sino también, y de forma absolutamente crucial, al peligro de un empeoramiento de las «condiciones para operar y financiar», una obscura expresión técnica que puede traducirse como una contracción del mercado de capitales, lo que afectaría de inmediato a alguno de los sectores productivos de la economía, así como a los niveles de empleo.

Para las empresas del sector energético, de acuerdo con Moody’s, todo esto podría traducirse en «un acceso cada vez más ajustado a los mercados de capital en 2020, elevando sus costes de capital y debilitando la liquidez, a la vez que se incrementa asimismo el riesgo de impagos para las empresas con vencimientos inminentes».

Poco se puede hacer a este respecto: la filosofía de la que los mercados financieros toman ejemplo es indiferente a los posibles derrumbes de la economía real y de la condiciones de vida de millones de personas.  

Solo partiendo de esta consciencia resulta posible explicar cómo la muerte, la enfermedad, los desastres naturales y toda clase de infortunios se han sumado a la lista de cosas y acontecimientos con los que se puede especular, hacer apuestas, y en los que se podría incluso «invertir». Se trata de otra clase de guerra, una guerra cotidiana que se libra en los mercados financieros y en mercados paralelos por todo el mundo. Y puede cosechar gran beneficios de una guerra de verdad, o potencial, o de una guerra con la que se amenaza o que se busca.

@Sin Permiso

Traducción: Lucas Antón

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