Iñaki Egaña
Historiador

Los servicios extraordinarios

Nos hemos pasado buena parte de nuestra vida recibiendo anónimos sobre premios indeseados, amenazas veladas y explicitas para moldear el futuro. A la señora Marisa Urbieta le mataron a su hijo Mikel en un control, en el barrio donostiarra de Añorga. Poco después, recibió una carta de una verdosa Organización Voluntaria Antiseparatista y Antiterrorista (OVAA) en la que le anunciaban que, de seguir denunciando el crimen de su hijo, ella también recibiría el mismo «premio».

Dentro de poco se cumplirá medio siglo del tiranicidio, eventualmente el operativo más mediático que realizó ETA en su historia, en el que falleció el que llamaron Ogro, no sé si por sus cejas o por su currículo, el almirante Luis Carrero Blanco, presidente del gobierno fascista hispano de la época. La reacción era la esperada, cientos de detenidos a ambos lados de la muga. Probablemente hubo un exigido cupo mínimo de detenidos, para dar esa sensación de fortaleza que permanentemente muestra el poder. A Maurice Abeberri, abogado de varios de los detenidos al norte de la muga, le volaron, como a Carrero, el coche. La fortuna quiso que el vehículo estuviera vacío. Y recibió una nota: «has recibido el premio».

Durante décadas intentamos pasar desapercibidos para no recibir premios de ese estilo, bandas y marcas indelebles que nos focalizaban frente a esa Policía, ávida de rellenar informes con la detención o la disolución de nuestros pasos. Sendas algunas políticas, otras ni siquiera. El plus de peligrosidad lo alimentaban con falsos positivos, como en otras partes del mundo, cuando cobrar por capturar o abatir subversivos, cotizaba en la bolsa del terror.

A medio paso entre el «premio» que más bien era un castigo, y la recompensa que recibieron quienes gestionaban desde sus cuarteles y juzgados las sanciones, se encontraban otro tipo de galardones con un objetivo nítidamente colonizador. Las medallas de la Orden Constitucional a vascos ultras, autóctonos o adoptados, están en esa línea de premiar las picas en Flandes. Fernando Savater, Edurne Uriarte o Rosa Díez son ejemplos varios.

Ya que he citado a Carrero Blanco, me referiré a otras distinciones de su periodo, tan notorias que no hace falta calificarlas. Su gobernador civil en Gipuzkoa, antecesor de ese superagente que eufemísticamente llaman delegado del Gobierno, instauró el premio literario «Guipúzcoa española», similar al que se ofrecía en el resto de territorios vasconizados (por utilizar el término del superpolicía José Sainz, el capo de la época). En estos tiempos que nos machacan con eso del adoctrinamiento en la escuela, recordar que el texto ganador debía ser obligatoriamente leído en todas las escuelas de cada provincia. Por la gloria de España. O por la de sus cojones, que diría Camilo José Cela.

Hoy me resulta casi gracioso releer aquellas noticias relacionadas con el dictador que implantó La Gran Orden Civil de la Salud para concederla de inmediato a la marquesa de Villaverde, que no era otra que su hija Carmencita, la de los andares memos. Y fue galardonada por su «actividad caritativa». La fortuna de los Franco no le anda a la zaga a la borbónica y hoy su familia es tratada de aristócrata. Ahora también recuperar, en esos tiempos en los que el fútbol nos ha atosigado el noticiero, con esas acusaciones sobre dirigismos arbitrales y parcialidades del VAR, a esa caterva de seguidores ciegos que tenía el de voz aflautada –el tirano mayor que era Franco– que acertó una quiniela. Pero para ello, tuvieron que suspender cuatro partidos que había fallado. En realidad, había dado en el clavo en diez signos, no en 14. Por ello suspendieron los cuatro necesarios para salir en portada. Así eran.

¿Son casualidades? ¿Premios legítimos? Déjenme uno último, llevado por la cercanía temporal y geográfica. También en esos tiempos grises, pero con demasiado eco en los líquidos actuales. Agobiados por un turismo que nos desplaza de nuestras glorietas, los donostiarras estamos un poco hartos. Por primera vez en la historia de la lotería española, el sorteo se celebró fuera de Madrid. El acto, coincidiendo con el Premio y el Día del Turista, tuvo lugar en el frontón Anoeta de Donostia. El gordo, además, cayó en la capital guipuzcoana después de que el director general de la lotería hubiera dicho que quizás no sería prudente que sucediese, ya que daría lugar a sospechas de tongo.

Y luego, finalmente, quedan los premios de siempre. Los que reciben las «personas de orden», que siguen a pies juntillas el precepto constitucional o la cadena de mando. Son los torturadores, los mercenarios, los banqueros, los jueces invidentes, los intermediarios discretos, los periodistas de la voz de su amo, los policías de celo represivo, los milicos en acciones encubiertas. Esos son los premios por «servicios extraordinarios».

Ahora, la noticia nos ha llegado desde la muga, unos kilómetros más allá de aquel tongo de la lotería. Como en otras ocasiones, no todo son pesetas, euros, dólares. Se paga con regalos, con caballos, ferraris, viajes y prostitutas de lujo. También con vacaciones. Un migrante atrapado antes de saltar el Bidasoa tiene su precio. Dos, tres, cuatro… como si se tratara de bonus empresariales. Los agentes deben de ser diligentes, una semana más de vacaciones, un mes… depende del número de subsaharianos atrapados en la red. Se ha destapado en Irun. ¿Y en Melilla? ¿En Algeciras? ¿Han sido más discretos?

Han llegado a un punto de desprecio de la vida humana que produce vértigo. Lo sabíamos desde el acopio de víctimas en las cunetas, a las que ha anunciado Feijóo devolverá si gana las elecciones, desde el holocausto, desde la rapiña colonizadora. El racismo sigue tan presente que las vacaciones pagadas a cuenta de la caza del «migrante ilegal» (los legales son los inversores de más de 500.000 euros), recuerdan a aquellas recompensas del Viejo Oeste por cazar «pieles rojas». Rojas o rojos que hoy son morenos o negros.

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