Josu Iraeta
Escritor

Los sueños no caben en las urnas

Llevan tiempo, años, con un discurso político único y plano –no necesitan otro puesto que no pretenden resolver nada–, cuya apoyatura fundamental son las encuestas

Ahora que los aldeanos insolidarios y separatistas, moradores de las «regiones ariscas», por fin, nos vamos enterando que a pesar de que la democracia garantiza que las decisiones sean tomadas por la mayoría, –aunque lo que no garantiza es que sean justas y correctas– ni deban aceptarse como verdad moral, además de eso, resulta que el pasado día 12 de julio, la voluntad depositada en las urnas no refleja la opinión de un pueblo. Es decir, los vascos de Euskadi no dijeron nada de soberanía, simplemente fue una parte mayoritaria, la que votó, de los españoles residentes en la CAV.

Esta brillante interpretación política de la democracia, es fruto de una de las mentes con mejor formación (cátedra universitaria) además de ideólogo y mentor de ese «espíritu de centro constitucional» que lidera el Partido Popular.

No quieren, no les interesa aprender nada.

Cuando Franco dejó de ser lo que fue, por simple imperativo biológico, la mayoría de los españoles, –también de los vascos– estaban convencidos de que ETA dejaría de actuar para disolverse en el tiempo. Creyeron equivocadamente que, al reinstaurarse un sistema de democracia parlamentaria, la lucha armada por la libertad y contra el fascismo carecía de sentido.

Es cierto que desde la oposición antifranquista ETA era aceptada, incluso aplaudida, porque golpeaba a la dictadura, pero lo cierto es que ETA tenía como objetivo la independencia.

En este sentido, la Autodeterminación, además de ser un derecho inherente a todos los pueblos, resulta también un método para lograr la convivencia pacífica.

Teniendo presente que la soberanía, atribuida en exclusiva al pueblo español ocupa el espacio que les corresponde a los demás pueblos del Estado, niega de raíz la correspondiente a los pueblos de Euskal Herria que –recordémoslo– en sus dos terceras partes, no ha refrendado esa Constitución.

En esta débil y enferma democracia que vivimos, tanto la prensa escrita como la totalidad de los medios audiovisuales, públicos o no, –salvo alguna rarísima excepción–, mantienen que en España no hay presos políticos, dado que es una democracia. Hoy hay centenares de formas de demostrar que esa afirmación es una infamia.

Pero si queremos, podemos apoyarnos en la historia, recordando que también Francia era una democracia cuando la guerra de Argelia, y en aquella democracia francesa, se torturaba, se mataba a argelinos, se les hacía desaparecer, se masacraba exactamente igual como bajo una dictadura. ¿Les suena o recuerda algo?

Es cierto que la violencia del FLN fue notable, es cierto, pero, ¿quiénes fueron los responsables? ¿Quién se negaba a negociar con los argelinos, tres provincias que se pretendía eran francesas? ¿Por qué fueron necesarios siete años y un millón de muertos para que se impusiera la evidencia?

Bastaba con reconocer que esas provincias eran un país, Argelia y que tenía pleno derecho a la soberanía y a su total independencia.

Los chechenos, moldavos, tártaros, alemanes del Volga, húngaros, rumanos, croatas…, todos esos pueblos y muchos más, tienen derecho a su soberanía. Cómo y por qué vamos a admitir la macabra hipocresía de una Europa regida por cangrejos que imponen con su fuerza que «allí» sí tienen derecho, pero aquí en el oeste de Europa, los vascos no.

No son los vecinos franceses únicos portadores de larga trayectoria democrática, hace ya siglos que los españoles demostraron poseer la misma vocación, –cuando tuvieron por objetivo la formación de «una gran colectividad, un Imperio»–, muy superior a sus proyectos actuales. Tan grande era que decían no se ponía el sol.

Son muchos los pueblos, y en diferentes continentes, que han desaparecido, víctimas de esa vocación democrática. Naciones y razas extinguidas junto a sus creencias, idiomas y posesiones.

Todos fueron democratizados como ahora lo son otros pueblos. Dicen sin sonrojo, que la aplicación de la fuerza es necesaria para garantizar la paz y la democracia. Lo mismo decía Napoleón en su invasión, cuando ofrecía a los españoles libertades de las que carecían, pues no hay la más mínima duda de que Fernando VII, no era más demócrata que Sadam Hussein o Muamar el Gadafi.

Qué duda cabe que si hace siglos había insignes españoles que impartían democracia por el mundo, hoy tampoco faltan quienes se dedican al mismo menester, pero a nivel doméstico.

Llevan tiempo, años, con un discurso político único y plano –no necesitan otro puesto que no pretenden resolver nada–, cuya apoyatura fundamental son las encuestas. Y aquí es donde la desvergüenza y la falta absoluta de respeto a la sociedad se manifiesta, eso sí, impregnada de serena y bizarra presencia.

Porque no es lo mismo preguntar a una persona de qué nación se siente parte, que en qué Estado quiere vivir. Dicho de otro modo, no todos los que viviendo en Euskal Herria y se sienten franceses o españoles, son ardorosos militantes contrarios a la desvinculación de Euskal Herria del Estado francés o español.

De la misma forma que no todos los que se sienten vascos, están dispuestos a trabajar de forma militante por la construcción del Estado vasco.

Y es que, la argumentación de apoyo sobre los resultados en infinidad de encuestas al respecto, la tendencia es a subrayar el significado de la segunda postura, ocultando y dando por hecho que quienes no están por la desvinculación, estuvieran dispuestos a dar de sí cuanto tienen para evitarlo, y eso es absolutamente falso.

Las urnas, siempre las urnas, fetiche de la democracia al servicio del poder.

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