Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

Luces en el camino

Vamos dando pasos sobre un sendero que se proyecta en perspectiva, que va a tener rectas felices y también recovecos de incertidumbre, pues no va a ser ni rápido ni breve recorrido hasta devolver a todos los prisioneros a casa.

Durante las últimas décadas una de las imágenes más hermosas con las que hemos soñado ha sido la de nuestros prisioneros políticos siendo repatriados a cárceles ubicadas en Euskal Herria en un primer paso hacia su regreso definitivo a casa, al abrazo de sus familiares y amigos.

Miles de kilómetros cada semana que en casi treinta años se han ido convirtiendo en millones. La distancia impuesta como una herida abierta sobre la carne de nuestro pueblo y en la que los gobernantes de España han hurgado sin pudor ni misericordia para hacer de su rabia una venganza permanentemente renovada y sostenida en el tiempo. La crueldad contra prisioneros y familiares como estrategia de Estado para saciar de la manera más cobarde la impotencia y la más absoluta falta de alternativa política para Euskal Herria.

Sus estrategas pensaron en el sufrimiento de la distancia como en el potro de doblegar voluntades; el alejamiento de los seres queridos, el castigo que se les inflige y el dolor del prisionero al ser consciente del padecimiento de su familia, incluso el sentimiento de culpa por ello, la impresionante carga económica de los viajes...

Sobre el papel todo encajaba en la mente de quienes lo diseñaron. Pero no contaban con la inmensa potencia de la combinación de compromiso, cariño y lucha de la que siempre ha hecho gala nuestro pueblo, que es lo que ha logrado resistirse y superar esa estrategia criminal durante tres decenios. Casi nada.

En todo este tiempo, ni han doblegado al Colectivo de Prisioneros Políticos Vascos, ni han logrado hacerles perder el cariño y apoyo de su pueblo. Ha sido precisamente todo lo contrario, pues no solo no les han roto ni quebrado su voluntad política sino que han salido fortalecidos en el día a día y en cada embestida del Estado, manteniendo firme la unidad y coherencia de un colectivo represaliado que ha sabido estar a la altura de las circunstancias y del palpitar de la sociedad a la que pertenecen si perder jamás las referencias.

Y si no han conseguido someterles a ellas, tampoco han triunfado sobre la solidaridad y el apoyo a los prisioneros. Ha sido a la inversa pues esa energía, lejos de sectarizarse, se ha ido ampliando a grupos más diversos y plurales de la sociedad.

Así pues, treinta años más tarde desde que el Estado y sus consentidores decidieran acabar con el Colectivo de Prisioneros Políticos Vascos ha quedado demostrado que lo único que han conseguido es profundizar en el sufrimiento y provocar un daño injusto e irreparable en familiares y allegados, incluso con resultado de 16 muertes y decenas de heridos.

Siendo así, ¿como no alegrarnos por el atisbo de algo se mueve? Si siempre es motivo de felicidad el inicio del fin de cualquier injusticia y vulneración de derechos humanos, muchísimo más si se trata de uno de los frutos más deseados del digno árbol del compromiso, la lucha y la solidaridad.

Sabemos que en el camino de toda nación por su reconocimiento y soberanía siempre hay quienes mueven el árbol y quienes esperan a la sombra para disfrutar de la fruta madura. Pero también sabemos que hay frutos particularmente satisfactorios porque fue una sacudida popular e implacable la que las facilito obligando a reaccionar incluso al usufructuario oportunista.

La perspectiva de cambios favorables en la estrategia penitenciaria es uno de esos frutos de especial satisfacción por ser una aspiración de la sociedad en el respeto de los derechos humanos y políticos.

Vamos dando pasos sobre un sendero que se proyecta en perspectiva, que va a tener rectas felices y también recovecos de incertidumbre, pues no va a ser ni rápido ni breve recorrido hasta devolver a todos los prisioneros a casa; a todos, porque no dejaremos a nadie atrás.

En la consecución del objetivo no podemos desdeñar ninguna iniciativa que vaya en el buen sentido, aunque venga de partidos que hasta ahora no se hayan caracterizado precisamente por su buena voluntad al respecto o incluso hayan sido, en su momento, autores o colaboradores necesarios.

Que rectifiquen y actúen por el fin de la política penitenciaria de excepción es señal de que estamos sobre un asunto que cuenta con la opinión favorable de la inmensa mayoría de la sociedad vasca.

Esa y no otra ha sido la clave para que ahora se vislumbren cambios. La sociedad ha sido permeable al movimiento en defensa de los derechos humanos de los independentistas privados de libertad, haciendo suyo el mensaje y participando en las movilizaciones de Sare y otras iniciativas.

Resulta de especial relevancia la tarea de Kalera Kalera!. Y no solo por la creatividad y potencia de sus iniciativas sino sobre todo por sus componentes; antiguos prisioneros y represaliados políticos que una vez en libertad se unen de nuevo para defender el derecho al futuro de sus compañeros que aún permanecen en las celdas.

Maravilloso ejemplo de compromiso y dignidad el de unas personas que tras abandonar las cárceles no desisten en la lucha por su pueblo y se ponen a la cabeza en la defensa de los compañeros que dejaron dentro. No solo no les han olvidado sino que se convierten en ariete de sus ansias de libertad para volver a casa.

En ese sentido de aunar voluntades y desmontar las argucias del inmovilismo, el debate del EPPK, sus conclusiones y el acuerdo para andar el camino, además de relevantes son prueba de compromiso con el porvenir que también ha movido el escenario político de manera determinante.

Esta decisión de los prisioneros unida a la declaración de ETA, cambian radicalmente los parámetros sobre los que se venía desarrollando la lucha por el respeto de los derechos de los prisioneros y su dignidad política.

En todo este conjunto de cambios, el notable incremento de la presión popular, la destacable labor del Foro Social, los «artesanos de la paz» han facilitado escenarios... lo que ha hecho posible que hoy en día la necesidad del respeto de los derechos de los prisioneros y la urgencia de movimientos en positivo de la política penitenciaria cuente con el apoyo mayoritario de la sociedad vasca.

En este contexto, y siendo tan deseado para nosotros el cambio de la política penitenciaria para volver a tener entre nosotros a los represaliados presos, a mí no me resta coraje ni dignidad alguna el reconocer sinceramente el trabajo que haya podido hacer o estén haciendo las instituciones Navarra y Parlamento de Gasteiz para conseguir el objetivo.

Independientemente de la lectura crítica de lo sucedido, si a través de sus oficios se ha abierto camino para la repatriación de los prisioneros, bienvenidos sean si los frutos son positivos.

Tocado este punto de la intercesión jelkide ante el Gobierno de España habrá quien reproche lo que haya podido suponer el apoyo a Rajoy y su ejecutivo. Si así fuera, habrá que recordar que el PNV no ha apoyado los presupuestos del partido más corrupto de Europa a cambio de modificación de la política penitenciaria. ¡Ni mucho menos! La flagrante realidad, en todo caso, es que los jelkides se habrían visto obligados a sacar a colación el tema de los prisioneros por imperativo de una sociedad que quiere que se respeten sus derechos y que los quiere inmediatamente lo más cerca posible de sus seres queridos; y, luego en casa.

Mientras comienzan a despuntar cambios, bienvenidos sean todos los buenos oficios que se realicen para que todo sea lo antes posible. Eso sí, sin olvidar que ha sido la movilización y la presión popular lo que ha hecho que quienes en un tiempo diseñaron o colaboraron en perpetrar la ignominia de la dispersión y el alejamiento hayan rectificado su posición uniéndose al sentir mayoritario de la sociedad vasca.

Y sin olvidar, tampoco, que esto no acaba hasta que el último de nuestros prisioneros vuelva a los brazos de sus seres queridos. El compromiso es hasta el último, porque nadie quedará atrás.

Las luces que ahora empezamos a ver no son las del final del camino sino las del principio. Los prisioneros nos necesitan en este último tramo para llegar a casa.

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