Félix Placer Ugarte
Teólogo

Mandela y los otros

Al multitudinario homenaje rendido a Nelson Mandela en el funeral del estadio de Soweto, asistieron numerosos jefes de estado y gobierno. También mandatarios que ejercieron su poder siendo Mandela presidente sudafricano, después de sufrir en la cárcel 27 años de condena injusta. Todos enaltecieron la figura de aquel líder de la libertad, de los derechos humanos, de la igualdad y la justicia.

Sin embargo aquella nutrida presencia de políticos, en especial de algunos de ellos que no compartieron en modo alguno su lucha y sus objetivos no dejó de sorprender. Fue alabado por todos. Pero ¿fue reconocido? Reconocer a Mandela implica compartir sus ideales y su compromiso de lucha contra el apartheid racial y también económico, cultural, social, ecológico; su línea liberadora, su trabajo por la justicia, sus objetivos democráticos, sus métodos reconciliadores. Y ¿cuántos dirigentes, de entre lo que con su presencia y sus palabras ensalzaron a este líder africano, practicaban lo que en aquel acontecimiento se celebraba? Políticos allí presentes ejercieron y ejercen una cruel segregación de los pobres, generando con sus políticas económicas una apartheid globalizado. »¿Cómo tratan -les preguntaría Mandela- no a sus ciudadanos con mejor posición, sino a los que tienen poco o nada?». Sus naciones y gobiernos flotan en las arrolladoras aguas de un capitalismo neoliberal que continúan ahogando en la marginación, en la pobreza y segregación a millones de personas, a la mayor parte de la humanidad.

La trayectoria vital de Mandela estuvo guiada por la defensa y la práctica de todos los derechos humanos, por la dignidad e igualdad de todas las personas como fundamento de toda democracia auténtica. Esa convicción le mantuvo firme en las extremas condiciones de su prolongado e injusto encarcelamiento y en su lucha por la libertad para él y para su pueblo: «porque ser libre no es solamente desamarrar las propias cadenas, sino vivir en una forma que respete y mejore la libertad de los demás», repetía. Y así lo expresó ante el tribunal que lo juzgaba por alta traición en 1961: «Siempre he atesorado el ideal de una sociedad libre y democrática, en la que las personas puedan vivir juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es el ideal por el que espero vivir y, si es necesario, por el que estoy dispuesto a morir». La justicia y la reconciliación nacional, fueron la base de la paz por la que luchó en el Congreso Nacional Africano, en la cárcel y como presidente de Sudáfrica. Una paz sin discriminaciones, sin humillaciones ni venganzas, sin odio: invitó a uno de sus carceleros a su toma de posesión como presidente y logró que sus enemigos reconociesen su convincente personalidad y poder de persuasión. Si alguien logró superar el odio, el afán de revancha, la venganza, la oposición vencedores-vencidos fue precisamente este hombre. Fue un líder de la reconciliación para –como él mismo afirmó- «lograr la paz con el enemigo trabajando con él porque solamente así se convertirá en compañero». Así fue aquel hombre que de forma tan admirable y eficaz ha hecho posible la esperanza y ha realizado utopías que parecía inalcanzables.

Recordar a Mandela y rendirle el homenaje del que todos los medios se hicieron amplio eco, contrasta cruelmente con esas situaciones mantenidas en muchos de los Estados cuyos líderes estuvieron allí presentes. Por ello aquella impactante liturgia africana que expresaba los merecidos honores a quien hizo todo lo que consideró su deber y su amor a los más pobres y marginados fue, en primer lugar, una denuncia de quienes hoy contribuyen con su política a mantener sistemas de marginación y apartheid. En segundo lugar significó el reconocimiento y apoyo a su obra, trabajo y logros, a su política de reconocido estadista. Y, en tercer lugar, fue una apremiante invitación a realizarla en cada lugar. Pero los otros líderes allí presentes ¿estaban dispuestos a sacrificarlo todo por la liberad de su pueblo y de todos los pueblo de la tierra sin discriminaciones?

Europa sigue siendo un continente segregacionista con los inmigrantes provocando muertes y marginación de quienes buscan trabajo y libertad. El imperialismo norteamericano continúa dominando un mundo de desigualdades flagrantes. África, a pesar de los logros de Mandela -con sus limitaciones-, es un continente masacrado y expoliado. En nuestro mundo los derechos humanos son violados con impunidad. Miles de niños mueren de hambre y esto revela, en frase de Mandela, el alma de muchas sociedades. Las cárceles, en condiciones ignominiosas se multiplican…

Ver, escuchar, reflexionar desde Euskal Herria sobre lo que Mandela ha comunicado no deja de tener una intensa resonancia entre nosotros. Sin establecer comparaciones ni paralelismos inadecuados, el camino y línea, el espíritu y talante de este inconmensurable líder político que condujo a la paz a un pueblo enfrentado, ponen al descubierto el mezquino comportamiento político de quienes aquí en el Estado español -y en otros lugares- se empeñan en seguir caminos de represión carcelaria, de venganza y humillación y enfrentamiento, sin capacidad para dialogar sin exclusiones.

Mandela puede descansar en paz, en esa paz que buscó, por la que trabajó, sufrió y consiguió. Pero también es cierto que esa paz es frágil y debe seguir realizándose, consolidándose en Sudáfrica con la energía y espíritu de los que Mandela dio testimonio íntegro y muchos tratan de continuar con su mima fe y esperanza. Este hombre, este político, este luchador por la dignidad humana ha abierto caminos para su pueblo y para todos los pueblos de la tierra que creen en un futuro de reconciliación, de libertad, de justicia y de paz.

Los otros, aquellos que se empeñan en resolver conflictos negándolos, suprimiendo libertades, enfrentando vencedores contra vencidos, impidiendo diálogos abiertos, son la antítesis del líder africano cuyo recuerdo y homenaje fueron una denuncia de tales procedimientos carentes de ética política.

Pero, sobre todo, Mandela seguirá siendo clamor por un orden mundial diferente, guidado por una ética global de respeto a personas y pueblos, de libertad de consulta y decisión, de igualdad y participación. Sin violencias de ningún género. Su vida, su lucha, su política, su humanidad, en definitiva, quedan grabadas en el corazón de muchos, también entre nosotros; aunque los otros, los que sólo ven el mundo desde sus intereses, no lo puedan admitir y desplieguen todo su aparato de poder para impedirlo.

Mandela con su vida y lucha lo ha demostrado: la paz llega siguiendo la estela de dignidad, esperanza y libertad que ha dejado en la tierra, en su pueblo, en todos los pueblos. También en Euskal Herirá y así lo recordó Amets Arzallus en el bertsolari txapelketa: «…zendu da Nelson Manadela / eta mundu osoan / piztu da kandela/ gustorago nengoke / hemen dena dela / betiko itxi balute /egon zen kartzela».

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