Más allá de los elogios papales
Quien, como puro observador, haya seguido las reacciones a la muerte del papa Francisco, coincidirá con quien suscribe que la mayor parte de los medios informativos han recogido y avalado especialmente los elogios a su persona y a su actividad. Muy limitadas han sido las reacciones publicadas de quienes se han distanciado de la fácil adulación, apuntando también otros aspectos negativos. Dejemos al margen al ariete de la extrema derecha Federico Jiménez Losantos, para quien, entre otras cosas, Francisco «pertenece a esa generación criminal de la extrema izquierda montonera» y fue un «comunista bastardo».
Quien suscribe tiene razones para ser distante de esa mayoría que se ha limitado a elogiar la actividad del Papa. Fui sacerdote y aunque siempre me pareció el Vaticano alejado de nuestros pueblos y parroquias y sus problemas, manteníamos cierto respeto. Fue el papa Juan XXIII, con sus innovaciones en la Iglesia tras su Concilio Vaticano II, quien llegó a entusiasmarme porque nos dio pie a trabajar en Euskal Herria por una Iglesia al servicio de los pobres, trabajadores, explotados, oprimidos y al servicio de los Pueblos y sus derechos naturales, sociales y nacionales.
Hubo en la década de los 60-70 otro papa considerado entonces progresista, Pablo VI, que pudo haber seguido la estela de Juan XXIII, pero me defraudó plenamente. A punto estuve de verme con él en el Vaticano, pero presiones de la embajada española lo impidieron. Fue en 1970 con motivo del proceso de Burgos. Exiliado, y como portavoz, formé parte de la delegación de familiares de los procesados que viajaron a Roma para entrevistarse con el Papa y reclamar justicia para sus hijos y hermanos por haber sido procesados tras haber sido torturados. Llegamos hasta las puertas de la Secretaría de Estado, pero Pablo VII no nos recibió y entregó unos rosarios a los familiares que los rechazaron.
La excusa, en nota de prensa oficial, que alegó el Vaticano para no recibir a la delegación vasca fue que buscábamos su mediación para lograr la independencia de Euskal Herria. Una falsedad total avalada por el documento entregado en la Secretaria de Estado, al cardenal Benelli, en donde exponíamos claramente los objetivos de nuestra visita.
Esta actitud del papa Pablo VI y del Vaticano fue la última razón para abandonar la iglesia. Por ello ahora, con la muerte del papa Francisco y al enjuiciar su legado, el lector debe saber que escribo llevando encima esa mochila. En relación con papados anteriores, reconozco que este ha sido distinto en algunos temas sociales, los migrantes, o políticos, como su relación con Gaza, o ecológicos, como el medio ambiente. En ningún caso, sin embargo, llegó a cuestionar y rechazar el sistema capitalista, colonialista e imperialista origen de tantos de esos males.
Uno de los capítulos más negativos del pontificado de Francisco es el nulo avance de la mujer dentro de la Iglesia. La igualdad de sexos sigue sin aplicarse. La mujer sigue siendo un tiesto dentro de las estructuras eclesiásticas que solo sirve para leer algunos textos desde el altar o pasar la cesta de las limosnas. Ni diaconado ni sacerdocio femenino. Durante estos días las TV de todo el mundo han ofrecido las imágenes de la muerte, rosarios, misas, entierro, y quienes lo han dirigido y protagonizado han sido siempre hombres. ¡Alguna mujer se vio leer algún texto evangélico en la Basílica de San Pedro! Algo similar a lo que ocurre en las parroquias vascas.
La lucha contra la pederastia en la Iglesia es otro de sus puntos negros pese a, aparentemente, haber dado algunos pasos. Podría alegarse que la burocracia vaticana se lo impidió. Pero no. Respecto de los abusos sexuales en la Iglesia del Estado español pudo haber respondido mejor con datos proporcionados directamente por una seria investigación del diario "El Pais" así como por el Informe del Defensor del Pueblo que calculaba en unas 440.000 las víctimas de la pederastia en su seno. El Papa miró a otro lado, no se enfrentó a ella y delegó su gestión en la Iglesia del Estado español, cuyos obispos, salvo alguna excepción como la del Obispo de Bizkaia, Joseba Segura, no quisieron afrontar. Opacidad y lentitud fue su respuesta generalizada.
Tampoco se ha dado un paso a favor de la abolición del celibato obligatorio de sacerdotes y religiosos/as. Precisamente es una de las medidas por la que abogan muchos expertos y víctimas de la pederastia en la Iglesia y que podría reducir en el futuro esa lacra clerical/religiosa.
La homosexualidad fue otro punto negro pese a algunas palabras con las que el Papa pudo confundir a la opinión pública como si la asumiera con normalidad. No. Aquellas palabras de que «en la iglesia hay demasiado mariconeo» -aunque luego se lamentó de la palabreja- y que para «tratar la homosexualidad hay que aplicar la psiquiatría» no fueron un desliz. Reflejan toda una filosofía y pensamiento de Francisco, así como de la Iglesia católica.
Finalmente, otros dos puntos negros cuyas reformas ni se otean en el horizonte son el aborto y la eutanasia. La sociedad va por delante de la Iglesia católica y va asumiendo ambas realidades siempre que se den las condiciones razonables.
Probablemente, tenga razón un filósofo y sociólogo argentino, Juan Jose Sebreli, cuando en su libro, “Dios en su laberinto”, afirmó que el Papa Francisco «es un gran populista: hacía mucho ruido, pero daba pocas nueces». Podríamos añadir que tal vez ha podido ser así pese a su voluntad de cambios y reformas, que la burocracia y el conservadurismo del Vaticano se lo impidió. Algo que seguirá produciéndose en el futuro. Porque burocracia y conservadurismo forman parte del ADN de la Iglesia católica y del Vaticano.