Kepa Ibarra
Director de Gaitzerdi Teatro

Más certero, imposible

Hay un momento que lo mejor que puedes hacer es parar en tu largo caminar, no fijar la mirada en prácticamente nada, respirar y prometerte que si vuelves a andar todo debe tener un visado de entrada a algo diferente, al menos lejos de las cosas frugales, entre generoso o sustancioso. A siempre vista, esa parece la opción.

Cuando te sientas en un trono desvencijado y proletario, en ocasiones acusas una falta imperceptible de tino peculiar y exclusivo, para a continuación dar al relato un énfasis más general o genérico, yendo a la sensación antes que a la prospección. Y ocurre mucho.

Aducimos que se ha abierto un nuevo ciclo, que las inquietudes de una sociedad bastante maltratada deben ser atendidas y, en su segunda impresión, resueltas. Nos amparamos, con cierto alarde risueño y puberal, en percibir que el mensaje es correcto y el mismo mensaje es transgresor. Y no nos equivocamos de página.

Cuarto mes del año. La noche electoral resulta, a todo candil, mágica. Saltos, bailes sincronizados, coreografía con los estandartes y sabor a relevo generacional. Sonrisas amplias, proyección pulmonar unificada y un pie y medio dando al dato: 45-160-136. Pura ciencia. Si sumas, los números dan. Para las mal pensadas, 160-136-45. Y si sumas, 350+55 = 405. Iparralde: 25. O sea, 450. En miles. No es difícil lanzar el discurso. Somos siete. No tres. Ítem, los sesudos de S. E-Calle Ibañez.

Humildemente pienso que hay un resto que sufre mucho con las cosas de la alta política. Demasiado número, demasiadas conjuras hacia nadie y una tensión añadida que solo puedes aligerar cuando te das cuenta de que todo tiene una segunda y hasta una tercera lectura política. Y es aquí cuando entra el juego de la catarsis colectiva, pensando que el maldito vecino ha alcanzado una cosecha similar a la tuya, pero además con un menor coste en influencias y propiedades. Ítem más, surge una desazón matizada (que también existe) donde la solución está en el −tú dedícate a la lírica del tambor y los cuatro revienta-calles, mientras el resto, glamuroso y con flores a maría, nos dedicamos a las cosas serias.

El futuro se construye desde el mismo futuro. Se hace imposible no percibir con alguna base objetiva que las cosas tienen su tiempo y su recorrido básico. Y es aquí cuando ves que mantienes las constantes de siempre y para siempre, concitando adhesiones, mostrando talante y, sobre todo, cierta humildad que proviene de esa paciencia histórica que no tiene fecha de caducidad.

Nos confunden esas actitudes de suficiencia, esos pechos henchidos, esas miradas a reojo (cierto-ciertísimo), el componente emocional de la flor a la parienta, maquillado con la flor a la familia (que no es lo mismo), y ese recital prosaico por tener respuesta para todo, mientras el resto del personal te jalea, te fija y suelta aquello de −todos y todas en la foto−. Y lo de Mundaka y su cuestionado Consistorio… eso lo dejamos para resolverlo a la luz de las velas (¡A galeras, señor Maiz!).

En la política convencional, fundamentalmente, todo está permitido. No hay filtro y ves la vida pasar sonriendo a barbaridades e improperios de salón que te van lanzando, mientras tú te preguntas si era cuestión de responder al desafío con tino, tener más pericia o simplemente decir lo que piensas. Nunca lo sabremos.

Decía el bueno de Nelson Mandela que hay que utilizar el tiempo de forma sabia y darse cuenta de que siempre hay un momento oportuno para hacer las cosas bien. Más certero, imposible.

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