Félix Placer Ugarte
Teólogo

Memoria histórica de la «Catedral Nueva»

Hoy afronta problemas de acogida de inmigrantes, la pobreza de numerosos hogares, situaciones de precariedad laboral y de despoblación rural, un proceso de laicidad en una sociedad plural

Así conocida, la «Catedral de María Inmaculada» destaca en el centro de Gasteiz con su inacabada fachada proyectada con torres que culminaran esta anacrónica construcción neogótica. Había sido ya pensada por el obispo R. Fz. de Piérola que consideraba la catedral de Santa María (s. XIII) «insuficiente… oscura y lóbrega» (¡) y fue emprendida, durante un conflictivo pontificado, por el obispo J. Cadena y Eleta, con apoyo municipal. Su primera piedra se colocó con asistencia del rey Alfonso XIII en 1907. A los pocos años, en 1914, finalizada la costosa cripta, hubo de interrumpirse por falta de fondos.

A lo largo de tres décadas las obras permanecieron paradas hasta que en 1946 y, a pesar de razonadas protestas de un sector del clero alavés, se prosiguió su edificación con subvenciones de DFA, Ayuntamiento de Vitoria y del Gobierno español. Su inauguración tuvo lugar en 1969, aunque el templo, tal  como hoy se encuentra, se culminó en 1973.

En estos días se celebra la clausura del Jubileo con el que se han conmemorado sus cincuenta años. Fue consagrado, como «concatedral» y parroquia, por el cardenal Dell’Acqua con el obispo F. Peralta y la presencia de Franco, introducido bajo palio. En un contexto de tensión política y represión en el País Vasco, el dictador era calificado por el obispo como «Jefe de un Estado cristiano»; el delegado pontificio alababa a los ‘católicos españoles’ de Vitoria en una homilía de reminiscencias tridentinas.

Con motivo de aquella inauguración, un grupo de sacerdotes alaveses manifestaron su total disconformidad ante este acto en carta al obispo de la diócesis (septiembre de 1969). Denunciaban el anacronismo de esta «obra inútil», teniendo en cuenta la centenaria catedral gótica. La calificaban como «auténtica malversación de bienes diocesanos» y «malgastar dinero público», aludían además a su «dependencias del sistema político establecido». También calificaban como «aparatosas» las solemnidades de su inauguración y de «escándalo para un Pueblo que vive angustiosamente graves problemas y sufre calladamente tantos dolores». En otro escrito más amplio ofrecían una reflexión sobre la «anómala» situación diocesana, con un clero dividido, «un obispo y presbiterio mutuamente extraños», «un laicado sin voz». Pedían que «el nuevo templo se dejara en la situación en que se encuentra». No se atendió su petición.

Como resultado tenemos, por tanto, en nuestra ciudad una «Catedral vieja» y una «Catedral nueva» de épocas políticas y culturas diferentes. La primera respondía a la Europa cristiana y cultural de su tiempo (s. XIII), sin olvidar, por supuesto los intereses castellanos en la «Nova Victoria» conquistada. La segunda(s. XX) afirmaba la  cristiandad  contra las innovadoras corrientes de la modernidad.

Durante estos  años se han celebrado en esta catedral actos religiosos puntuales. Su cripta es lugar del culto parroquial y en su girola se ha instalado el museo diocesano de arte sacro. Su memoria cuenta con dos actos de  especial significación: el funeral por las víctimas del 3 de marzo de 1976, asesinadas por la policía en aquellos trágico sucesos de lucha obrera, donde ese templo albergó  la indignación, denuncia y exigencia de justicia del pueblo vitoriano. Más tarde (junio 2009), fue lugar del funeral oficiado por los obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria para recordar a catorce sacerdotes ejecutados en los años 1936 y 1937, junto a «centenares de personas ejecutadas, víctimas de odios y venganzas».

Como conmemoración de estos 50 años el actual Obispo promovió el «Jubileo» que estos días culmina con solemnes  actos y amplia participación de obispos. Por expreso deseo suyo esta celebración esta encaminada a «pedir vocaciones para Álava y para la Diócesis de Vitoria».

No deja de sorprender, sin embargo, la orientación y sentido de la celebración de estos cincuenta años de la Catedral «nueva». En este tiempo, Vitoria ha experimentado un progreso espectacular como ciudad, pero también ha sufrido tiempos difíciles, muy dolorosos para tantas personas. Hoy afronta problemas de acogida de inmigrantes, la pobreza de numerosos hogares, situaciones de precariedad laboral y de  despoblación rural, un proceso de laicidad en una sociedad plural. La diócesis, por su parte, se encuentra en preocupante decadencia pastoral y división interna, donde son necesarias y urgentes decisiones innovadoras de participación, protagonismo de la mujer, también una «provincia eclesiástica vasca» unida (hoy dividida entre Burgos y Pamplona); exige, en definitiva, ante los signos de los tiempos actuales nuevos planteamientos pastorales según el concilio Vaticano II. Por decisión episcopal esta celebración está centrada en el problema vocacional, que es grave sin duda, pero cuya respuesta vendrá de su capacidad de servicio a su pueblo en los pobres, en los necesitados, en su dedicación samaritana, y de una renovación en profundidad para servir a su pueblo desde el evangelio.

Y este es precisamente el sentido del Jubileo bíblico: la justicia y la misericordia como camino de paz para un pueblo que busca y  reivindica los derechos de todas las personas y pueblos, trabajo,  vivienda, pensiones dignas, igualdad de la mujer, el acercamiento de presos, relaciones solidarias, cuidado de la tierra. Entonces será un auténtico jubileo de gracia y alegría, en igualdad y mutuo respeto donde todos los colores relucen y donde no sólo la catedral es «nueva», sino la ciudad entera y los pueblos de Araba en Euskal Herria. 

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