Asier Muñoz

Mujer, tranquila dentro del buen orden

Ellas, con su arrojo, nos muestran que al igual que es toda la policía (en el sentido amplio de Foucault) quien nos reprime para tenernos en la tranquilidad del buen orden, son todos los hombres machistas quienes actúan de policía patriarcal.

Decía Michael Foucault que la policía es el conjunto de herramientas que tiene el poder para mantener a salvo la tranquilidad y el buen orden. Dicho de otro modo, es lo que usan los poderosos para mantenerse tranquilos en el poder, sin amenazas a su dominio y, además asegurar el buen orden de las cosas, que no es otra cosa que la creencia colectiva de que la mejor forma de vivir es exactamente la que permite mantener este poder. Para ello, las policías no son únicamente los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado para este filósofo francés, también lo forman la judicatura que ampara este orden y pena a quien se salga de él, los gobernantes que reconducen las aspiraciones políticas hacia la tranquilidad y, si me apuran, tanto la prensa como sus voceros que nos indican qué pensar para asegurar el buen orden. De este modo, mientras las fuerzas de seguridad reprimen desviaciones de esa tranquilidad (saltándose la ley o no), la «ciega» justicia ampara y da cobijo a estos buenos funcionarios que velan por nosotros.

No sorprende, una vez entendido así el funcionamiento de los estados, la ingente cantidad de delitos impunes cometidos por los mantenedores de la tranquilidad. Así, a los defectos de forma procesal, falta de pruebas y argucias técnicas habituales, se une de vez en cuando algún indulto como los casi 50 a policías por torturas o más de 200 por malversación de dinero público en España. El problema, por tanto, no es que exista una connivencia entre el aparato judicial, el político y los cuerpos policiales puesto que, de facto, existe; el problema es que el común de los mortales lo sepa. O, quizá peor aún, que sabiéndolo, lo integre en sus luchas políticas y sociales.

Algo así esta ocurriendo con las luchas del movimiento feminista en los últimos tiempos. Tras el incalificable fallo en el juicio de «La manada», miles de mujeres salieron a las calles a protestar, a luchar su dignidad colectiva, a reclamar poder vivir tranquilas: a cuestionar, en definitiva, tanto la tranquilidad como el buen orden reinante. Y es que no podemos olvidar que una parte del buen orden consiste en que las mujeres sean permanentemente un sujeto político, económico, social y personal de segunda supeditado al sujeto prevalente: el hombre.

Por ello, medios y voceros de todo pelaje han salido desde el minuto uno a recordarnos que «la sentencia se puede recurrir», que «no se puede cuestionar la validez del juicio profesional del jurado», que «no se puede cuestionar la independencia del poder judicial», que «hay que usar la vía procesal y no las calles para pelear por una sentencia justa»… Como esto no pareció suficiente, el poder recurrió a la inmolación de un ministro, el de justicia para mayor impacto, para que el movimiento feminista se calmase y entendiera que se aplicarían medidas correctoras, eso sí, siempre dentro de la tranquilidad del buen orden. Por último, cual mesías redentor de todos los males, aparecieron oportunistas los partidos de orden (o de buen orden) para llevar, moradas, las proclamas del movimiento al parlamento europeo, instancia aún más tranquilizadora si cabe.

Todo intentos uno tras otro de que las mujeres de este país, vanguardia histórica del movimiento feminista europeo, no abran la caja de pandora. Esa que al abrirse demuestra que las policías del Estado se saben impunes y que los jueces son cómplices de ello. Esa que explica que cada violación, más aún si es grupal, es un método de control del poder patriarcal para recordar a las mujeres cuál es su lugar. Esa que advierte que cada una de estas agresiones subsumen a las mujeres a la indefensión, para que no se muevan, para que no luchen por lo que es suyo: para que no reclamen ser sujetos políticos, económicos, sociales y personales de primer orden.

Y es que su lucha no solo hace temblar el patriarcado. Revela al pueblo la pasividad de la judicatura con quienes reprimen para asegurar la tranquilidad, mostrando así las enaguas de la cavernaria élite del Estado. Exhibe, por tanto, la impunidad para crear montajes policiales como el caso de Altsasu, expone el trato despótico y desproporcionado con los migrantes y revela esas cómplices artes en el sofoco de altercados que solo atemorizan al empresariado. Así, ellas, con su arrojo, nos muestran que al igual que es toda la policía (en el sentido amplio de Foucault) quien nos reprime para tenernos en la tranquilidad del buen orden, son todos los hombres machistas quienes actúan de policía patriarcal. Consecuentemente, su lucha contra el machista se extiende al propio Estado, porque si mala es una represión, horrible es sufrirla por partida doble. Terrible temerla en quienes debieran ser compañeros de lucha.

Así, policía, jueces, voceros, ministros, partidos oportunistas o prensa en general quieren al movimiento feminista dentro de la tranquilidad del buen orden, dentro del marco tranquilo del Estado. Porque vuestro movimiento fuera de ese marco les da miedo, no os dejéis tranquilizar: el orden solo será bueno cuando también sea vuestro.

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