Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

Nuestra libertad prisionera

Por mucha estrategia que se despliegue para obviarlo, la experiencia histórica ha dejado demostrado que una sociedad no puede avanzar ni desarrollarse como tal cargando con el peso de un colectivo humano privado de libertad, se comparta o no, fue hecho prisionero en el contexto de un contencioso político.

No hay destino para una sociedad que pretenda superar las dolorosas consecuencias de un conflicto violento dejando al margen a una de ellas y pensando que el porvenir se puede sembrar al tiempo que varios centenares de personas se van marchitando entre las paredes de sus celdas.

Con la espalda pegada al muro de la prisión para no ver lo que queda atrás es imposible alcanzar horizonte alguno, ni como personas ni como pueblo. Y es que si alguien piensa que tras un contexto violento de decenios se puede hacer un punto y aparte olvidando a quienes quedaron en las cárceles, o vive fuera de la realidad o lo que busca es venganza. No hay otra.

Durante los últimos años nuestra sociedad ha cambiado mucho. En algunos aspectos, de manera radical. La evidencia es tal que a día de hoy, a excepción de algunas individualidades patológicas, no hay sector que no reconozca la profundidad de la transformación, su estabilidad y la proyección de futuro abierta.

Quienes se prodigaban en los medios sobre lo insufrible de sus vidas, ahora disfrutan de sus paseos, los que se quejaban de tener que ir acompañados ahora van con quien quieren... Pero mientras eso sucede y la vida continua, casi cuatro centenares de personas siguen encarceladas sin que por parte de los estados español y francés se detecte voluntad alguna por abrir las cárceles para cerrar heridas.

Lejos de ello, lo que se observa es una intención manifiesta de conservarles como rehenes políticos para saciar su impotencia con humillación y venganza y sabotear el recorrido de la sociedad hacia la total normalización en un entorno de justicia y paz.

En esos parámetros debemos entender la estrategia de España sobre los prisioneros vascos: como un instrumento de vulneración de los derechos humanos, de los privados de libertad por motivos políticos –y de sus familias, no lo olvidemos– para chantajear a una sociedad que desea superar definitivamente el contencioso y fijar la paz y la democracia sobre pilares de justicia y libertad.

La violación de los derechos humanos de las personas privadas de libertad y sus familias deja, así, de ser una simple venganza cruel contra ellas, que lo es, para trascender a toda la sociedad, a la que se pretende, a través de ese castigo, condicionar el presente y frustrar la búsqueda de su propio porvenir.

Es difícil que haya algo más miserable que vulnerar los derechos de quienes están en las cárceles para sostener una posición de ventaja política. Por eso, no cabe otra que responder como sociedad, y hacerlo con energía y determinación máxima sabiendo que en la defensa de los derechos humanos de los privados de libertad va la propia defensa de nuestros derechos como personas que queremos vivir en libertad y paz como dueños de nuestro destino.

Jamás una sociedad podrá decir con dignidad que es libre si tolera que a sus ciudadanos encarcelados y a sus familiares se les vulneren los derechos y se les cierre no sólo la celda sino incluso el futuro.

La política penitenciaria de excepción, la dispersión, el aislamiento, la negación a los prisioneros del derecho al futuro supone mantener a toda la sociedad vasca en una situación de excepción que no podemos tolerar bajo ningún concepto.

Hemos llegado a un punto en que nuestra propia dignidad está también encarcelada, y eso es inasumible. Por eso, comprometiéndonos por su libertad lo estamos haciendo por nuestra libertad, como ciudadanos y como pueblo. La estrategia penitenciaria española ha convertido el derecho al futuro que debe tener todo prisionero en nuestro propio derecho al futuro como sociedad libre.

En la última encuesta del Gobierno de Gasteiz queda patente el abrumador rechazo a la política penitenciaria, la responsabilidad del Ejecutivo español en el inmovilismo e incluso un apabullante 85% manifiesta que no debe de haber vencedores ni vencidos. La percepción de la sociedad no puede ser más clara; tan sólo una mente perversa, enferma de odio y sedienta de venganza puede permanecer ajena a la realidad y perseverar en su patología.

Es tiempo, pues, de plantarse y decir que hasta aquí hemos llegado, que esta sociedad no va a permitir que se frene su ansia de justicia y paz manteniendo rehenes políticos en las prisiones y sometiendo a un castigo cruel y criminal a sus familiares, víctimas directas e inocentes del Estado.

Solo una movilización social potente, sostenida puede romper esa maldición de la política penitenciaria. Una vela que unida a otra vela encienda la conciencia de una sociedad que desde sus diferencias y sus plurales miradas al futuro quiere cerrar el pasado y construir el porvenir con todos sus ciudadanos libres para poder caminar unidos.

A esa potencia social arrolladora une ahora su energía “Kalera, Kalera!”, una dinámica de apoyo a los prisioneros que se suma a la fuerza implacable que echará abajo los muros de las cárceles.

En este país no habrá normalización política mientras quede alguien encarcelado sin derecho al futuro. Es responsabilidad ineludible de todos tomar parte activa en las movilizaciones, actos, iniciativas que se irán desarrollando.

Quienes tenemos cierta edad recordamos las campañas de finales de los 70 por la libertad de todos los prisioneros políticos. El empuje social fue de tal magnitud que la reivindicación se convirtió en un clamor que no pudo obviar el Estado. Cuarenta años después el reto vuelve a ser el mismo, y de igual manera hay que conquistarlo. Ninguna sociedad puede permitir que una política penitenciaria cruel y miserable pretenda chantajear su futuro.

Un pedazo de nuestra sociedad está ahora mismo en sus celdas, sufriendo unas condiciones carcelarias de excepción y muy lejos de Euskal Herria y de las personas que aman. Los familiares son también víctimas de esa venganza que afecta a su vida ordinaria, a la salud, a su seguridad, a la economía doméstica por los cientos de euros mensuales para los viajes.

A esos familiares no sólo les debemos reconocimiento, respeto y cariño, sino más, mucho más. Debemos devolverles a casa a sus hijas e hijos, compañeras y compañeros. Es un compromiso ineludible que tenemos con la auténtica justicia.

Y a los privados de libertad les debemos el derecho al futuro. Ellos ya nos dicen que tomarán iniciativas en lo que les corresponde. Tenemos que estar a su lado para multiplicar al infinito la fuerza de sus movimientos de tal manera que no puedan ser, como hasta ahora, obviadas, cuando no despreciados por el Estado.

¿Puede haber algo más ilusionante que devolverle la libertad a un preso? Ese protagonismo, ese compromiso con los derechos humanos y el futuro está en nuestra movilización, en nuestro empuje.

Hay fórmulas de participación y actos a todos los niveles y para todo sector de la sociedad. Los trabajadores pueden hacerlo desde sus empresas; la juventud tiene también sus formas de participación y lucha...

Es imperativo que el compromiso se extienda a toda la sociedad porque tiene que ser la propia sociedad la que responda a este atropello a los derechos humanos de los privados de libertad y sus familias y devolver los prisioneros a sus casas.

Si queremos tener un porvenir como sociedad, nadie puede quedar en la cárcel y sin derecho al futuro. ¡Tenemos que sacarles, ya!

Kalera, Kalera! Lortu arte, beti!

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