Jesús Valencia

Ongi etorri

Cada escena refleja el intenso amor y respeto que profesamos a quienes han arriesgado su vida en la defensa de nuestras libertades.

El nuevo encontronazo de estos días no es una típica «serpiente de verano»: polvaredas artificiales que levanta la prensa para cubrir páginas en tiempos muertos. Asistimos a otro episodio de un conflicto colonial que se mantiene tan vivo como siempre.

La Corona española siempre ha demostrada especial saña contra quienes la enfrentan. No contenta con neutralizar a los libertarios levantiscos intenta desarraigarlos y desfigurarlos. Algunos líderes de la independencia americana dieron con sus huesos en cárceles peninsulares. Xavier Mina, el navarro que viajó a México para apoyar la causa independentista, fue detenido y fusilado con deshonor; había que acabar a un mismo tiempo con su vida y con su dignidad.

Nuestra historia está plagada de hechos similares. El mariscal de Navarra, detenido cuando intentaba liberar su tierra, fue capturado y aherrojado en una hedionda celda de Simancas donde fue hallado muerto. Los paisanos alzados en armas durante las guerras carlistas soportaron parecido trato: una vez neutralizados, fueron dispersados unos a Cuba y otros a las Islas Canarias. Por lo que se refiere al último levantamiento antiimperialista, todos somos testigos de lo que está sucediendo. La mayor parte de las y los gudaris que siguen detenidos, cumplen condenas en las cárceles de la dispersión; una vez cumplida la condena, tienen que regresar a su tierra tal y como lo exige el poder imperial: humillados y desnaturalizados.

La metrópoli, además de sañuda, es bruta. No es capaz de admitir lo que salta a la vista. Desde que empezó la última rebeldía armada han agotado recursos para desfigurar la razón del enfrentamiento y el perfil de los militantes. Unas veces eran tratados como asesinos sanguinarios, gentes sin corazón y sin mente que disfrutaban matando. De unos años a esta parte les han adjudicado la identificación más siniestra que ha podido inventar el capitalismo: «banda de terroristas». Han derrochado incontables recursos del fondo de reptiles para socializar esta ridícula imagen y no han conseguido su propósito.

Es verdad que la ciudadanía palurda la ha dado por buena, pero no es menos cierto que los destinatarios de esta infamia se mantienen en sus trece. Basta que se abra un pequeño resquicio para que una franja consciente y amplia de nuestro pueblo exprese lo que siente. Estos días he podido visualizar un video (https://www.youtube.com/watch?v=knVgrk3YMTk) que me conmovió: los primeros abrazos en las puertas de las prisiones a quienes recuperan libertad. Cada escena refleja el intenso amor y respeto que profesamos a quienes han arriesgado su vida en la defensa de nuestras libertades. Varias poblaciones los han recibido en la Calle Mayor sin esconderse en el corral para darles la bienvenida.

Ante esta nueva constatación de su fracaso, el poder colonial –sea del color que sea– recurrirá a lo único que sabe hacer: algaradas mediáticas, amenazas intimidatorias, endurecimiento de la ley, sanciones, utilización de políticos y policías colaboracionistas… Desde ahora les advierto que todos esos empeños seguirán siendo baldíos.

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