Xabier Rodríguez y Nicolás Xamardo

Oriol Junqueras, campeón del diálogo

Junqueras, arrastrado por esa aparentemente absurda fijación, llega incluso a pretender dialogar con aquellos que no lo quieren hacer con él («con aquellos que han aplaudido de manera entusiasta la represión y nuestra prisión»).

No nos cansaremos de repetir este universal pensamiento de Sigmund Freud, imprescindible para interpretar el alma humana en los momentos de angustia: El deseo de decir la verdad, en el ser humano, es tan fuerte que, queriendo decir mentira, dice la verdad. Y Lacan añadía: la verdad toda. La verdad en su totalidad, diríamos nosotros.

Y han sido las recientes declaraciones de Oriol Junqueras en el Parlamento de Catalunya las que nos han movido a esta reflexión.

¿Cómo se nos presenta esta verdad? Se nos muestra a través de dos registros: Lo simbólico, que se manifiesta en la palabra como síntoma (como exceso, en las declaraciones del Sr. Junqueras) y lo imaginario, que es la idea que soporta ese síntoma simbólico (su proyecto político para Catalunya).

La actuación de Torrens, presidente del Parlamento catalán, aceptando la destitución de Torra como diputado, al obedecer la resolución del Tribunal Supremo, deja al descubierto su sumisión al Estado y, a la vez, lanza un torpedo a la línea de flotación de la credibilidad del proyecto de ERC ante el pueblo catalán.

El efecto, lo real de esta actuación, lo vemos reflejado en el exceso que transmiten las referidas declaraciones del secretario general de ERC. Estas, sin duda, son fruto de la angustia que le provocó el inesperado actuar de Torrens; en la medida que este debilitaba y alteraba profundamente la estrategia de ERC (negociar con el Estado pragmático un nuevo Estatuto de Autonomía, aprobado mediante referéndum).

Analicemos esos excesos sintomáticos de Oriol Junqueras. En primer término, las mencionadas declaraciones estaban fuera de lugar (no estaban justificadas por el motivo de su presencia en el Parlamento). He ahí el exceso original.

Las manifestaciones más visibles de esa subjetividad angustiada aparecen en su profunda obsesión con el diálogo. Junqueras, arrastrado por esa aparentemente absurda fijación, llega incluso a pretender dialogar con aquellos que no lo quieren hacer con él («con aquellos que han aplaudido de manera entusiasta la represión y nuestra prisión»).

Es más, su obsesión, cuasi paranoica con el diálogo le lleva a hacer propuestas sin sentido: «Esta actitud de diálogo no se ha roto ni en la prisión. Ofrecemos diálogo a todo el mundo, ofrecemos mesas de negociación a todo el mundo, incluso a los que no tienen ganas». En fin, Oriol Junqueras llega al paroxismo del diálogo: «Más independentistas que nosotros no hay nadie. Somos los campeones de la causa de la república y del diálogo».

Más enigmáticas parecen las referencias que hace Oriol Junqueras al Estado profundo y a las cloacas del Estado. ¿Qué nos quiere decir, de verdad, el secretario general de ERC con estas expresiones? Que hay dos Estados, uno, el pragmático, el que apoya el diálogo del Gobierno con ERC. Y otro, el profundo (el de las cloacas), cuya cabeza visible es el Tribunal Supremo, que pretende dinamitar ese proceso y resolver el contencioso catalán «a la española». Y al que, sin decirlo, Junqueras hace responsable de la decisión de Torrens de destituir a Torra. Decisión que, como hemos visto, está en el origen de su angustia.

¿Cómo superar este sentimiento universal? En lógica lacaniana, el único modo de salir de la angustia es apoyarse en el coraje (Lluis Llach: «A menudo, la sabiduría se expresa por el coraje») del pueblo catalán que ha roto con la norma (la unidad de España) y ha tomado la decisión que le llevará a la justicia: una Catalunya independiente.

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