Iñaki Egaña
Historiador

Pacto de Estado

Se acercan las elecciones al Parlamento de Gasteiz en la CAV y se renuevan los cantos sobre una futura coalición entre PNV y PSOE. Entre los apretados resultados que ofrecen las encuestas entre PNV y EH Bildu, siempre bajo la matización de que son indicadoras de propósitos, la mayoría de las veces intencionados, los valedores del sistema se han apresurado a sumar, como si ambas formaciones −PNV y PSOE− fueran en coalición. Tienen en su haber la gestión compartida en tres legislaturas con el hoy amortizado (quizás defenestrado) Urkullu de lehendakari.

Pero la crónica de esa «suma», que ya hace años fuera calificada por sus paladines de Pacto de Estado, viene de 1986. Y su máxima expresión fue la sorprendente donación del PSOE al PNV de Ardanza. En aquellas autonómicas, el partido socialista liderado por Txiki Benegas obtuvo 19 diputados, por 17 el PNV. Entre ambos sumaban 36 escaños. En el otro lado, Herri Batasuna, Eusko Alkartasuna y Euskadiko Ezkerra sumaban 35. CDS (antigua UCD) y CP, 4. La derecha española no «necesitó» apoyar a Ardanza.

Sin embargo, Benegas le cedió la Lehendakaritza a Ardanza. El año había sido especialmente complicado para ambos. Para el PSOE porque, aún activos los GAL, comenzaba a filtrarse la implicación de su estructura de Interior en el terrorismo de Estado. El PNV ya conocía desde 1983 los entresijos de los GAL, a través del famoso «maletín de Amedo», fotocopiado por la Ertzaintza, según comentario de su responsable, Genaro García de Andoain. La revista jeltzale "Euzkadi", también ofreció la primicia de la estructura mercenaria y su cúpula en Interior, que pasó aparentemente desapercibida.

Las aguas en la casa del PNV bajaban, asimismo, bien revueltas. La escisión abertzale de EA dejaba al descubierto las costuras más profundas del Partido, en una época en la que aquello del «oasis vasco» ya olía a «fake». El Caso de las Tragaperras, entre otros, había desgastado la credibilidad jeltzale. Durante meses, Xabier Arzalluz, ante el temor al sorpasso de EA, se había entrevistado con todo el arco político y económico, en especial con el presidente hispano Felipe González y el hoy emérito Juan Carlos Borbón, y también con patronos y embajadores. Llegó hasta ETA, para pedirle que suspendiera el cobro del llamado «impuesto revolucionario» a sus empresarios por la falta de recursos económicos del Partido. El espionaje telefónico a Garaikoetxea, el líder de EA, por mandos de confianza de la Ertzaintza, mostraba hasta qué punto el PNV temía dejar de ser la referencia del «nacionalismo vasco».

Los pormenores oficiales de la negociación que llevaron a cabo Xabier Arzalluz y Eugenio Ibarzabal (portavoz del antiguo Gobierno Vasco) con Txiki Benegas y Juan Manuel Eguiagaray (entonces secretario general del PSE) se encuentran depositados en el Archivo del Nacionalismo Vasco (PNV) que gestiona la Fundación Sabino Arana en Bilbao. Pero, las notorias ausencias en los textos de las actas son fácilmente descifrables. Ambas formaciones se habían manifestado abiertamente atlantistas (el PNV, a través de Arzalluz y Ardanza, y el PSOE, a través precisamente de Benegas, que había advertido que el voto no en el referéndum significaría automáticamente la expulsión del militante). Fue el año que Hego Euskal Herria votó masivamente y en referéndum NO a la OTAN. El llamado «Informe de los expertos» sobre la violencia en Euskal Herria había sido redactado, con el encargo jeltzale y el silencio socialista, por conocidos y denunciados ultraderechistas ligados a la inteligencia de Washington.

Y en la apuesta nuclear, tras el accidente de Chernóbil, Ardanza hacía desaparecer el informe encargado por la Comisión Europea para la Energía Atómica en el que se reconocía el impacto que la nube radioactiva tuvo a su paso por Euskal Herria generada por la explosión de la central. Ya que eran los dos rabiosamente pro nucleares, en un territorio como el vasco en el que la movilización popular (más plus) habían paralizado el proyecto Iberduero-Westinghouse de varias centrales, en particular, la de Lemoiz. Ambos partidos mostraban asimismo su patita sionista, con el reconocimiento de Israel ese año por España, rompiendo su tradición histórica, y por parte jeltzale con los instructores importados para su Policía Autonómica. Unos meses después de que Israel bombardeara impunemente en Túnez la sede institucional de la OLP, desde 1974 reconocida por la ONU como representante del pueblo palestino.

El silencio conjunto de las torturas (según el IVAC el periodo de Felipe González fue el pico más alto en décadas), incluido el secuestro y torturas a Alfonso Etxegarai y Miguel Ángel Aldana en Ecuador, de la dispersión de los presos, con la muerte entonces de Joseba Asensio por tuberculosis en Herrera y el apaleamiento de sus familiares en el funeral... Silencio. Y el euskara recibía un buen varapalo desde el Tribunal Constitucional, que anuló varios artículos de las leyes de normalización lingüística promulgadas tanto desde Gasteiz, como Catalunya o Galiza. No hizo apenas ruido el PNV, que se encontraba enzarzado en cortar la hierba bajo los pies a todas las iniciativas en favor del euskara que surgían desde el movimiento popular. PNV y PSOE tenían muchos puntos para el encuentro.

Es cierto que ha llovido mucho desde entonces, y que el Pacto de Estado a nivel autonómico tuvo matizaciones en dos épocas diferentes, la de Juan José Ibarretxe y la de Patxi López. Pero, al margen de esas muescas coyunturales, el Pacto apenas ha sufrido variaciones. En 2024, en una época bien diferente a la de 1986, donde la toma de decisiones radicales es apremiante para salvar el tejido tanto nacional como social de nuestro país y del planeta, el inmovilismo es la seña de identidad de una coalición que actúa de facto. Siguen en las mismas que ya anunció Ardanza cuando EEUU invadió Irak en 1990 y PSOE y PNV lo apoyaron conjuntamente: «Tenemos claro que cuando se entra en un club hay que pagar una cuota y luego se obtienen unos beneficios». Ahí están, anclados.

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