Maya Albret

¿Para cuándo la indignación de los hombres (de izquierda)?

¿Cuándo van a empezar los hombres a indignarse por el machismo y la violencia que sufren las mujeres? De los hombres de derecha no esperábamos ni esperamos, nada; por ahí no ha habido decepción, porque nunca hubo esperanza. Pero, ¿cuándo vamos a ver y escuchar la indignación de los hombres de izquierda, los que creíamos que eran nuestros aliados naturales, pero que se convirtieron en «alianzas ruinosas» a toda vista de las últimas semanas, por tanto crimen machista, por tanto político baboso, por tanta misoginia cultural y social? ¿Cuándo los vamos a ver rojos de ira por tantas vejaciones a las mujeres, «wasapeando» o escribiendo en las redes sociales?

A nuestro alrededor los vemos y oímos indignarse por la mala actuación del árbitro, por la corrupción de políticos, por el genocidio en Gaza (aunque nunca por el de Afganistán), por el abuso laboral de la patronal, por el cambio climático, por el problema de la vivienda, por el apartheid del euskara, por las pensiones de jubilación, por Trump y los oligarcas de la OTAN, por el avance del fascismo..., en fin, por todo, menos por el machismo y los crímenes contra las mujeres.

El problema no es solo de quienes ejercen violencia directa, sino de tantos y tantos hombres que no consideran la lacra de la violencia contra las mujeres un asunto lo suficientemente importante como para indignarse, estallar y movilizarse; de todos aquellos que mandan callar a las mujeres que ponen estos temas en la mesa de debate social, familiar o de cuadrilla porque «ya cansa el tema de feminismo»; de todos aquellos que hablan de democracia y no entienden que una sociedad en la que las mujeres sufren tantísima violencia no es democrática, que la democracia y el bienestar no son compatibles, por muchos indicadores socioeconómicos que digan lo contrario, con el terrorismo machista. ¿Cuándo van a empezar a tomarse en serio el feminismo? ¿Cuándo van a empezar a formarse para poder identificar cada micromachismo, cada violencia estructural, cada comportamiento misógino adquirido por herencia cultural?

Y luego no basta llevarse las manos a la cabeza ante una juventud que parece retroceder en la lucha por la igualdad y acusarles de «machistas» de forma condescendiente, como si ellos estuvieran libres de polvo y paja. La juventud tiene que tener referentes de hombres que se indignan, que se enfurecen, que luchan personal y socialmente por los derechos de las mujeres en sus casas, en sus cuadrillas, en sus clubes deportivos, en sus centros educativos, en su militancia y en sus ámbitos laborales. Si solo nos indignamos las mujeres, seguirán creyendo que es un asunto menor e incluso insignificante. Me gustaría que en la mesa de Navidad este año hubieran sido ellos, mis cuñados, mis hermanos, mis compañeros de pancarta quienes planteasen la lacra del machismo, y sus palabras fuesen fuertes, contundentes y llenas de vergüenza e indignación, de autocrítica con tanta violencia que sufren las mujeres. Sería el mejor regalo para los jóvenes de la casa. Sin la indignación explícita de los hombres (de los de izquierda, al menos), la transmisión del feminismo a las generaciones jóvenes como una causa justa que aportará mayor bienestar, democracia y justicia social seguirá siendo lenta y penosa −y letal para las mujeres−.

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