Joan Llopis Torres

Pau Monllau Bedos

Los caminos alternativos de la vida no son elegibles, solamente parecen estar ahí, no se cambia de tren para cambiar de vida, pensaba, simplemente se sigue el único camino, no existen esas otras opciones. El viaje sólo tiene un recorrido.

Este es un ánimo sincero que intenta destacar algo más que un logro personal de Pau Monllau Bedos, un muchacho todavía joven que por las idas y venidas de la vida se obligó por aceptación de su rol familiar a dejar a un lado –y seguir con su íntimo día a día– un exitoso futuro en el motociclismo profesional, quizás participar en el podio muy reducido de los mejores. Todo, sin una queja, sin ningún reproche, a nadie, ni a la misma vida ni a su suerte, que viene a ser lo mismo. Ahora, diez años después de aquellas ilusiones truncadas, vuelto a subir a una moto, ha ganado el Campeonato de Catalunya.

El porqué de un artículo tan personalizado merezca la atención de todos no escapará a las personas sensibles e inteligentes, o a aquellas que por causas que aquí podemos sortear, aleatorias cuales sean, en su vida hayan hecho renuncia a objetivos para los que tenían capacidades evidentes, también la inteligencia natural –sin necesarios préstamos de Salamanca– para proseguir con estudios superiores, también en el caso de Pau por añadido y por las mismas circunstancias–, ese es el ejemplo.

Qué hubiera sucedido si en la guerra no hubiera ocurrido aquella desgracia. O si se hubiera casado con Manolita, o lo hubiera hecho con fulanita. Los caminos alternativos de la vida no son elegibles, solamente parecen estar ahí, no se cambia de tren para cambiar de vida, pensaba, simplemente se sigue el único camino, no existen esas otras opciones. El viaje sólo tiene un recorrido. Y si me hubiera casado con una de esas mujeres a las que se les pone el culo gordo sentadas en el parque gritando a sus hijos mientras se cuentan sus cosas con sus amigas. Recordó entonces que le dieron con todos los sellos un «Vale por un polvo con la Lola», quizás me habría casado con ella, aunque nunca llegué a conocerla. Los del otro bando llamaban a una la Pepa Bandera porque había conocido sensu stricto a todos los miembros de un regimiento. ¿Qué hubiera ocurrido si hubiésemos vencido? Siempre perdemos los mismos, pareció maldecir escupiendo como si realmente estuviera hablando con alguien. Cuántos, conocido aquel final y su propio destino, muchos sin ningún destino, hubieran elegido formar parte del otro bando. ¡Ninguno! ¡Ninguno!, se repitió a sí mismo. Los reflejos en el estanque de última hora de la tarde le resultaron brillantes espejismos. Reflejan los colores se sonrió. Unas nubes bajas ocultaron la menguada luz de la Luna, cuando como los pájaros que siguen adonde vaya el viento, entre nuevos girones de su desencanto, alargó el paso. Las mujeres y los niños ya hacía rato que habían regresado a sus casas.

No importa el camino recorrido quedando tanto por delante, siendo ejemplar, sino la dignidad que comporta el respeto merecido con que se ha andado, como Pau.

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