Josu Iraeta
Escritor

Pena de muerte (demócratas relativos)

Se ha hablado y escrito mucho, en abundancia, sobre lo que supuso la utilización del GAL en territorio galo, para ejercer presión sobre el Gobierno francés y así obtener su implicación contra el independentismo vasco. Lo cierto es que esa colaboración ya se daba de antes, pues, las primeras entregas de Policía a Policía se produjeron en 1979.

Dentro de unos pocos días, el PSOE celebrará su primera entrada en La Moncloa. Han pasado treinta y ocho años, pues fue el 28 de octubre de 1982, cuando ganó las elecciones legislativas, y dos meses después, concretamente el 10 de diciembre, se produjo el primer apaleamiento de presos políticos vascos en la prisión de Alcalá-Meco, bajo la nueva Administración Penitenciaria. El primero de otros muchos con el Gobierno de Felipe González.

Transcurrido un solo año, concretamente el 15 de octubre de 1983, fueron secuestrados, torturados, asesinados y sepultados en cal, otros dos vascos, Lasa y Zabala. Fueron las primeras víctimas de una larga cadena de crímenes firmados por unas nuevas siglas, el GAL.

El PSOE de González –como ha quedado demostrado recientemente– patrocinó los GAL, pero no inventó nada, pues significó la continuidad de una vieja represión heredera del Batallón Vasco-Español, la Triple A y otros. Viejas y nuevas herramientas de una represión permanente, de un Estado fuerte sobre una Nación pequeña.

Con la «creación» de los GAL, la gestión del PSOE introdujo elementos novedosos en la represión, el GAL era otra cosa. Al GAL se le dotó de una organización, una estructura, una financiación, una cobertura político-mediática, y, además, todo ello de forma estable. De todas formas –en mi opinión– lo sobresaliente fue, que contó con la implicación del partido en el poder y el ejecutivo del gobierno. Políticamente, eso es lo más trascendente.

Antes decía que el GAL fue «creado» por el PSOE, pero hubo más mucho más, pues la política penitenciaria se convirtió en un arma de primer orden, dejando su dependencia con el Ministerio de Justicia, para convertirse en un departamento del Ministerio de Interior.

Lo que están leyendo no es una caricatura, no es parte del guión de un documental sobre la «guerra sucia» gestionada por el PSOE, no, estoy tratando de exponer quién es, qué organización está hoy gobernando desde La Moncloa. Porque cuando se presume de «partido centenario» se están diciendo muchas cosas.

Uno de los aciertos del Gobierno del PSOE fue la descarnada y descarada utilización política del dolor y el sufrimiento a que se sometió a Euskal Herria, «vendiéndolo» con criterios de rentabilidad política en el resto del Estado. La represión contra los «díscolos» del norte, para satisfacer a una sociedad atemorizada por cuarenta años de franquismo que hoy persiste, pues Franco murió en la cama, pero el franquismo vive. Una sociedad, la española, domesticada por la decepción ante la vergonzante transición, cansada por la continuada traición de la llamada izquierda, lo que muchas veces llegó a cegar –incluso voluntariamente– ante tanta mentira.

Se ha hablado y escrito mucho, en abundancia, sobre lo que supuso la utilización del GAL en territorio galo, para ejercer presión sobre el Gobierno francés y así obtener su implicación contra el independentismo vasco. Lo cierto es que esa colaboración ya se daba de antes, pues, las primeras entregas de Policía a Policía se produjeron en 1979, con el resultado de siete refugiados entregados y diecisiete deportados a Valensole –Provenza–.

Sin embargo, apenas se ha valorado la utilización que el PSOE de Felipe González hizo del GAL, para estabilizar la organización del Estado post franquista.

Desde una visión estrictamente política –y digan lo que digan los libros de texto– el autogolpe o subterfugio, llámenlo como quieran, del 23 de febrero de 1981, tratando de frenar las expectativas de libertad, trajeron los gobiernos presididos por Calvo Sotelo, que sencillamente ejerció de «telonero» del PSOE, hasta octubre de 1982.

Fue entonces cuando la dirección del PSOE se percató de la necesidad de «rebajar» la enorme presión con la que se vivía dentro de Las Fuerzas Armadas. Uniformes de varios colores, incluidas las camisas azules. Necesitaban algo y ese algo fue la «guerra sucia» en una nueva dimensión.

La utilización del sufrimiento vasco le fue muy rentable al PSOE, lo que le permitió afrontar «reformas» militares, policiales, legislativas... siempre exhibiendo la mano dura contra el independentismo vasco. Y cuando se ha encontrado la gallina de los huevos de oro, ¿para qué darle un final?

Este relato duro y sangriento pero cierto, brilla con luz propia en el ADN del PSOE y nos acerca al día de hoy, poniéndonos frente a frente ante el cuerpo frío de otro militante vasco, Igor González.

Son muchos años de aislamiento, de malos tratos, de humillaciones, de desasistencia sanitaria, de permanente intervención de comunicaciones y de persecución. Persecución por parte del «equipo de seguridad» de una prisión, cuya única misión es observar al preso para intentar destruirlo, tanto como persona digna, como independentista vasco.

Decenas de años en estas condiciones, es, sin lugar a dudas, la pena de muerte bajo tortura.

Permítanme concluir con una reflexión tan sincera como el resto del trabajo que ahora termino. Cierto que vivimos tiempos en los que no hay muchas opciones, ni políticas ni sociales, pero acertar en la elección de los amigos, siempre fue importante.

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