Pedro Alberto Malo Romeo y Txomin Azcona Ederra
De la Asociación por la Memoria Histórica de Villafranca

Pensar en la posguerra

En la localidad de Villafranca, el día 27 de este mes lo dedicaremos un año más a recordar a quienes un día fueron asesinados violentamente por los fascistas que se habían sublevado contra el legítimo gobierno de la II República.

Nuestro objetivo no es “enredar” el pasado como suele decirse por estas tierras. Tampoco pretendemos que los descendientes de los asesinos reparen moralmente lo que hicieron sus abuelos y, menos aún, que pidan perdón por lo sucedido. Cada cual que haga lo que le dicte su conciencia. Pero, desde el momento, en que estos descendientes no dan un paso al frente y no reconocen lo que hicieron sus abuelos siguen manteniendo la idea de que lo que ellos hicieron fue ajustado al derecho y a la justicia. Cuando el hecho evidente es que en Navarra al no haber frente de guerra lo que aquí se llevó adelante fue una verdadera masacre.

Lo que nos mueve es el deseo de que la verdad y la justicia salgan a la luz, porque, desgraciadamente, todavía hay mucho que aclarar en esta terrible historia. Queremos que se dé a cada cual lo que le corresponde, porque entendemos que solo de este modo sabremos a qué atenernos cuando hablamos de la Guerra Civil y de la Postguerra, de la que nada se dice y nada se quiere saber.

Algunas veces, familiares de los asesinados solemos apelar a su condición, más que humilde, insignificante. Y ya, en un tono más general, recordamos que, quienes fueron fusilados “no representaban nada”, que “eran unos don nadie”, “gente sin poder alguno”, en fin, personas que, incluso por su avanzada edad, no representaban ningún peligro ni ninguna amenaza, y que, por tanto, “¡resulta tan increíble que los fascistas los asesinaran!”.

Porque si, por algo, los asesinaron fue porque representaban mejor que nadie los valores de la II República. Los requetés fascistas sabían bien que al asesinarlos estaban asesinando la República. Aquellos hombres y mujeres asesinadas eran la base fundamental en que nuestro pueblo, Villafranca, se mantuviera fiel al Gobierno republicano elegido democráticamente.

Al fusilarlos, sus asesinos demostraron, muy a su pesar, que aquellos hombres eran portadores de unos valores y de unos símbolos republicanos y que la única manera de hacerlos desaparecer consistía en matar al mensajero, creyendo que de este modo pulverizaban, también, el mensaje. Se equivocaron.

No fueron unos hombres cualesquiera los asesinados por aquellos bárbaros del Norte, instigados por un criminal de la humanidad, como fue Mola y sus matarifes. Eran gentes sencillas, por supuesto, pero entregados a la causa de la II República como nunca se comprometieron hombres y mujeres con un régimen. La mayoría de los asesinados estaban afiliados a partidos de izquierdas. Y ésta era la “mancha negra” que los delató ante los fascistas.

Este año, el acto de homenaje queremos dedicarlo especialmente a aquellas personas que tuvieron que sufrir, no solo los efectos criminales de una guerra injusta, sino, también, una posguerra atroz y bárbara. Personas que bien podemos decir que fueron doblemente “asesinadas” por los fascistas.

Primero, porque tuvieron que sufrir la muerte de sus familiares abuelos, padres, hermanos, hijos e hijas, quedando sumidos en una orfandad terrible. Los convirtieron en reos de un pasado insoportable. La memoria insufrible de unos hechos les acompañaría toda la vida.

Segundo, porque, si horrible fueron aquellas muertes, también, lo serían los cuarenta años de violencia que sufrieron en sus haciendas, en su dignidad, privados en todo momento de libertad para ejercer como ciudadanos en posesión de unos derechos universales..

Se habla y se escribe mucho en esta tierra de la violencia, pero siempre en una misma dirección y, por supuesto, para condenarla. Pocas veces se recuerda la violencia continua y permanente que durante el franquismo ejercieron los vencedores de la guerra contra los descendientes de los hijos e hijas de los asesinados. La derecha jamás ha condenado el franquismo, ni lo hará. Pero, cuando condena la violencia de los demás, debería ser mucho más prudente al hacerlo: pues está muy mala señalar la paja en el ojo ajeno, y no ver la propia viga de hormigón.

La represión del franquismo no solo se redujo a cárceles y ejecuciones sumarísimas. Ojalá que dicha represión se hubiera limitado a semejante barbarie. Pero la represión siguió ejerciéndose de un modo tan violento como implacable durante más de cuarenta años seguidos con el beneplácito de la propia Iglesia.

Hubo represión económica, que se caracterizó en forma de robos, pillajes e incautaciones, legalizados en enero de 1937 con las llamadas “comisiones de incautación”, y prosiguió hasta después de la guerra.

Radio Nacional recordaría que “España sigue en pie de guerra”, con la aplicación de la Ley de Responsabilidades Políticas de 1939. Gracias a dicha ley se abrieron miles de causas para, según dijeron, “liquidar las culpas contraídas por quienes contribuyeron con actos u omisiones graves a forjar la subversión roja, a mantenerla viva durante más de dos años y a entorpecer el triunfo providencial e históricamente ineludible del Movimiento Nacional”. Una situación que no cambiaría hasta la bien entrada la década de los 60.

Villafranca, como la mayoría de los pueblos y ciudades de España, fue sometida implacablemente a una política de terror individual y colectivo, aplicado con mano de hierro a todos los que eran descendientes de republicanos, elevados a la categoría de delincuentes y criminales sin restricción alguna.

Cambiando lo que haya que cambiarse, Villafranca, como muchos pueblos masacrados por la violencia fascista, fue durante cuarenta años un verdadero campo de concentración donde nadie podía moverse sin el pertinente permiso de sus verdugos. Si lo intentaba, era denunciado y condenado a pagar una multa. Así durante más de cuarenta años.

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