Paco Letamendia
Profesor de la UPV-EHU

Periko

A lo largo de mi ya larga vida he conocido, cómo no, a bastantes personas entregadas y admirables; pero miradas de cerca, uno barrunta en muchas de ellas la sombra del cálculo, la retranca o la ambición. Periko Solabarria es la excepción absoluta a estas sombras.

Mis actividades de joven abogado laboralista me llevaron a conocerle allá por los años 60 en la margen izquierda. Periko acababa de pasar por la parroquia de Santa Teresa de Barakaldo, aún fresco el recuerdo de la huelga mítica de Bandas, la más larga y heroica de las huelgas obreras del franquismo, con algunos de cuyos animadores, Angel, David, Joseantonio, había  convivido y colaborado. Cuando entré por vez primera en su vivienda, una habitación-dormitorio oscura y espartana con un ventanuco abierto a ras del suelo, allá me esperaba, con una cordial sonrisa y un aire larguirucho de donquijote euskaldun, una de las personas más risueñas que he conocido. No recuerdo si llevaba por entonces su txapela inconfundible, pero creo que sí. Me fijé en que en la cama del cuarto no había colchón. Mariasun, la asistenta social que me acompañaba, le preguntó: «Pero, Periko, ¿qué es esto, cómo puedes dormir así?», y él, alzándose de hombros con su risa ingenua, nos aclaró sin darle importancia: «Es que ha pasado uno que necesitaba el colchón más que yo». Así era, y sigue siendo hoy, Periko.

Fui sabiendo después de sus relaciones con los necesitados y con cuantos se movían en el mundo del trabajo, con los socialistas y comunistas de los años del franquismo, con las juventudes obreras cristianas, con el Frente Obrero de ETA, con las primeras comisiones obreras; su absoluto desprendimiento y su alegría de vivir le hacían querido y apreciado por todos.

Su trayectoria profesional fue perfectamente congruente con esa actitud: cura obrero, peón de la construcción en distintas contratas, donde asesoraba a pie de obra frente al patrón a sus compañeros… Acabó, naturalmente, pasando por la cárcel de Basauri hasta ser encarcelado en la prisión para curas de Zamora y, tras perder su condición de sacerdote, se casó. Su edad no le impide en la actualidad asistir a cuantos actos antirrepresivos puede.

En el movimiento obrero del siglo XIX emergió, sobre todo en las filas anarquistas, la figura del santo laico, un santo que, olvidado por completo de sí mismo, se entregaba por entero a la causa de los trabajadores y los necesitados. Esta figura se encarna en la Euskal Herria actual en la persona de Periko. Una santidad laica que no excluye la firmeza diamantina en la oposición a los injustos y poderosos, la firmeza de Jesucristo cuando expulsó del templo a los mercaderes que lo habían convertido en cueva de ladrones. Tuve la ocasión de comprobarlo cuando tuve el honor de volver a coincidir con él en mis andanzas políticas de fines de los años 70.

Hoy la historia se repite: a sus 83 años le ha citado como imputado la Audiencia Nacional, rodeado de jóvenes independentistas. Desde aquí mi más emocionado abrazo a este modelo ético inimitable.

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