Jose María Pérez Bustero
Escritor

¡Pobre Europa, cómo te atacan los terroristas!

Al constituir objetivo de los yihadistas más radicales, que tienen como prioridad ineludible combatir contra Occidente hasta la muerte, en Europa se expresa la necesidad de dar una dura respuesta.

Vienen a la mente los atentados del 11 marzo del año 2004 que tuvieron lugar en Madrid, en 4 trenes, que causaron la muerte de 191 personas y dejaron 2057 heridos; los del jueves 7 julio de 2005 cuando cuatro explosiones paralizaron el sistema de transporte público en Londres, falleciendo 56 personas, y 700 resultaron heridas; los varios ataques del 13 de noviembre de 2015 en París, que causaron la muerte de 137 personas y otras 415 resultaron heridas. Añadidas a los atentados del 7 de enero contra el semanario satírico “Charlie Hebdo”, causando 12 muertos y 11 heridos. Y, por fin, los atentados del pasado 22 de marzo en el aeropuerto y el metro de Bruselas, que han causado 35 muertos junto con 300 personas heridas.

Desde luego se comprende el enojo de Europa, ante su suelo salpicado de cuerpos inertes y de sangre. Pero, aunque suponga un viraje mental áspero, es también la ocasión para recordar otro encuadre: la irrupción que esa misma Europa ha ejercido a lo largo del mundo, en la que no era ella la víctima sino la generadora de víctimas y destructora de civilizaciones y pueblos.
Unos recuerdos tan solo. Empezamos por el continente americano donde vivían cientos de pueblos, con una organización y cultura propios. Apaches, comanches, cherokees, aztecas, zapotecas, mayas, sioux, atapascos, incas, quechuas, caribes, arawakos, chibchas, mapuches, aymaras, guaraníes, tobas… Pues bien, castellanos, británicos, irlandeses, vascos, portugueses, franceses llevaron la tragedia a esos pueblos. Imposible diseñar aquí todo lo que destrozaron. Citemos simplemente lo expresado en la Cumbre Continental Indígena de 2005, por «representantes de más de 50 millones de mujeres y hombres indígenas del continente, que somos Pueblos preexistentes a la creación de los actuales Estados». Como tales daban testimonio de que «los Pueblos Indígenas hemos sido víctimas por quinientos trece años de un proceso de genocidio, colonización y discriminación producto de ideologías y políticas imperiales, que han violado nuestros derechos fundamentales».

Añadamos dos pinceladas. En 2007 se encontraron accidentalmente los restos mortales de 70 personas cerca de la ciudad de Lima los cuales fueron registrados por los arqueólogos como fallecidos durante 1536 y junto a los cadáveres se encontraron restos de armamento europeo, y evidencia de que muchos de ellos fueron empalados o estrangulados. En 1558, el líder mapuche Caupolicán que había liderado la resistencia contra la invasión española fue ejecutado después de ser obligado a presenciar la tortura y ejecución de su esposa e hijo entre otros; luego se le cortó la lengua y fue atado a cuatro caballos con la intención de descuartizarlo, tarea que finalmente fue realizada con hachas.

Y en las tierras del norte americano encontraremos que, con la expansión de los colonos europeos, los indígenas sufrieron enfermedades, desplazamiento, y guerras que terminaron en la destrucción de la población nativa de los Estados Unidos. Los indígenas que sobreviven actualmente, se hallan desplazados a reservas, ajenos a todo poder político, social o económico. Debajo estaban las palabras del sacerdote y filósofo Juan Ginés de Sepúlveda ya en el XVI, afirmando que los indios eran «esclavos naturales».

Esto nos recuerda otra inmensa maldad paralela, ejecutada por los europeos. El comercio de esclavos. Ya existía en Europa desde finales del siglo XV. Pero la reducción de la población originaria en América llevó a montar un inmenso secuestro de gentes africanas para servicio de los nuevos hacendados del continente. Miles de hombres y mujeres fueron, año tras año, el negocio de castellanos, portugueses, holandeses, ingleses, franceses, suecos, daneses. Incluso se competía por los mejores contratos, y hasta se intentaban monopolios, según zonas y épocas. Así, hasta el siglo XIX, en que empezaron los movimientos de abolición.

En ese siglo, sin embargo, empieza otra gran crueldad europea. El reparto de África. Tras varias reyertas entre sí, los gobiernos de Alemania, Bélgica, Francia, España, Italia, Portugal y Reino Unido acordaron cómo repartirse África. En el fondo estaba la doctrina fascista de que «hay naciones cuyas condiciones de vida están sujetas al modo de vida de otras naciones». Tampoco fue simple política colonizadora. Los europeos sembraron tragedias por una y otra zona. Una muestra de ellas fue el genocidio de los pueblos hereros y namaquas, en Namibia. El 12 de enero de 1904, los hereros se rebelaron contra el dominio colonial alemán. En agosto, fueron derrotados, y perseguidos por el desierto de Omaheke, donde la mayoría de los herero murieron de sed. En octubre, los namaqua también se levantaron en armas contra los alemanes y fueron tratados de manera similar. Murieron la mitad de sus gentes. Tres hechos caracterizaron este genocidio: la muerte por inanición, el envenenamiento de los pozos utilizados por los herero y namaquas, y el acorralamiento de los nativos en el desierto de Namibia.

Junto a esta crueldad podríamos citar la mostrada en la conquista de India, Vietnam, Camboya, Laos, Birmania, Indonesia, Australia... con todo tipo de abusos y expropiaciones, que provocaron múltiples levantamientos (rebelión de los cipayos, guerra del opio, rebelión de los boxers...). Citemos simplemente que los aborígenes de Australia sumaban varios centenares de miles en 1770 y solo llegaban a 31.000 en 1911. Según los ingleses, Australia era «tierra de nadie».

Vueltos a Europa, nos topamos con la Primera Guerra Mundial protagonizada por estados europeos con sus 20 millones de muertos y otros tantos heridos, y con la Segunda Guerra Mundial, en la que llegaron los muertos a 60 millones. No concluyó ahí la agresividad europea. Ya en el siglo XXI varios países europeos colaboraron de una u otra forma con el Ejército de EEUU en la invasión de Afganistán: una «operación de libertad duradera» que dejó 150 000 muertos entre civiles y militares, y en la de Irak, con otros más de cien mil muertos, que dieron pie a una serie inacabada de violencia.

¿Qué reflexión nos queda? Que Europa no es simplemente el continente de un alto nivel cultural, del cristianismo, de la revolución obrera. Ante todo es el continente de la crueldad. No quitamos un ápice de la maldad de los atentados llevados a cabo por los yihadistas radicales. Simplemente ponemos por delante la crueldad secular europea. E intentamos dejar claro que a los europeos nos falta darnos profundos golpes de pecho y llorar de vergüenza. Así como emprender algo tan sencillo y difícil como establecer una relación mucho más intensa, honesta, con el Islam. Y de paso acoger a los que llegan desde América, desde el África subsahariana, desde el África mediterránea, asumiendo que vienen buscando simplemente unas migas de las hornadas de pan que les robamos.

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