Josu Iraeta
Escritor

Policía integral

El poder –cómo no– también tiene sus carencias, una de las más notables es la inercia, pero las inercias no siempre generan consecuencias favorables, es por eso que, en situaciones como la actual, cuando la supremacía no es tanta, el poder se ve obligado a admitir, incluso a generar interdependencias, ya que, aún detentado el poder, no está en condiciones de formular exigencias.

Es éste un tema delicado, incluso con posibilidades  de «contraer» riesgo, aunque espero que esa posibilidad no mediatice ni condicione el trabajo.

En mi opinión, desarrollar un acontecimiento, desde cualquier óptica, siendo éste de carácter luctuoso, con fuerte impacto emocional en la sociedad, con amplio y diverso tratamiento en los medios de difusión –durante más de un lustro–, hace que la muerte violenta de Iñigo Cabacas y la sentencia conocida recientemente, «debiera» ser motivo suficiente para trasladar a la opinión pública una pregunta: qué es la Policía Integral Vasca.

Entiendo que no muchos están en condiciones de responder a la pregunta que se formula en el párrafo anterior, ya que la policía siempre ha sido –y es– un «ente» opaco, terriblemente corporativista y, como se traduce tanto de la instrucción como de la sentencia del juicio en cuestión, también intocable.

El objeto de este trabajo no es, no pretende desarrollar una clase «magistral» que no corresponde a quien lo firma, pero sí exponer dudas, denunciar evidencias y pedir responsabilidades.

Es evidente que, del desarrollo de este juicio se desprenden anomalías y carencias, que, siendo algunas –parte del «tejemaneje» propio de la defensa–, otras evidencian un sorprendente nivel de impunidad, desconocido para muchos e «inevitable» para otros. Quizá, sin pretenderlo inicialmente, entre unos y otros logremos abrir la «caja negra» y dotar del oxígeno necesario, a esa «simbiosis» de función-profesión-organización que se hace llamar Policía Integral Vasca.

Se puede abordar desde diferentes aspectos la «profesionalidad» de la policía, como garantía de mayor eficacia, sin embargo, el uso del término profesional, y teniendo presente las intervenciones de los policías en el desarrollo del juicio, argumentando –como vergonzante argumento de defensa– la escasa e inadecuada «preparación» para ejercer el trabajo que les encomendaron, el término profesional resulta ambiguo y polivalente.

Un aspecto interesante sobre la profesionalización de la policía, reside en la propia actividad de los poderes públicos, es decir, en la actuación de los agentes de la autoridad que conforman los cuerpos policiales ante el mantenimiento del orden. Ya que, en una sociedad que se supone democrática, el mantenimiento del orden debiera entenderse como el equilibrio entre las diferentes fuerzas sociales y el «establecimiento de cauces» de resolución, ante los conflictos propios de toda sociedad compleja.

Cualquier miembro, mujer u hombre, de esta sociedad viva, muy viva, de la que somos parte, –desde su propia óptica y condición– debiera estar en disposición de analizar qué es en el fondo la Policía Integral Vasca. Para ello, pudiera parecer más «docto» y documentado, utilizar los diferentes presupuestos que dotan el desarrollo, la actividad, de la policía, pero prefiero inclinarme más por las consecuencias que se derivan de ello.

Invito, a quienes me honran con su lectura, reflexionen sobre los siguientes párrafos. Desde el punto de vista de un ciudadano medio, creo es aceptable afirmar que, la «inteligencia» policial, máxime si se define como modelo integral, debiera optar por la información como herramienta prioritaria de sus funciones. Estas funciones debieran sustentarse fundamentalmente en «evitar» adelantarse al problema, al conflicto, basándose en el desarrollo de la información. Sólo cuando no se es capaz de evitarlo, se debiera recurrir a la «solución», y esto significa inevitablemente, coerción-represión.

Es por eso que no resulta entendible, que quienes dirigen y controlan las organizaciones policiales, «en el ejercicio propio de su profesión» rompan el equilibrio necesario entre el binomio libertades-limitaciones, haciendo un uso desproporcionado de «su» poder. Esto lo digo porque en el juicio en cuestión, ha quedado absolutamente claro, además de la desproporción de la fuerza utilizada, su cuestionable utilidad en beneficio de intereses ajenos a quienes dicen defender y proteger.

Entiendo que el poder «en sus raíces» se manifiesta en y desde diferentes posiciones, pero el poder en su simplificación más clara y natural se muestra cuando uno «el yo», se considera capacitado para imponer, e impone sus condiciones, sin necesidad de considerar a «el otro», aquel a quien se impone.

Tampoco puede negarse que el verdadero poder puede acceder –en caso extremo– a denigrar al supuesto inferior, a «el otro», cuando éste asume y llega a querer expresamente de «motu proprio» lo que desea el poder. Circunstancia que en Euskal Herria es absolutamente impensable.

El poder –cómo no– también tiene sus carencias, una de las más notables es la inercia, pero las inercias no siempre generan consecuencias favorables, es por eso que, en situaciones como la actual, cuando la supremacía no es tanta, el poder se ve obligado a admitir, incluso a generar interdependencias, ya que, aún detentado el poder, no está en condiciones de formular exigencias.

Este «juego» al que algunos denominan desarrollo democrático, de hecho, no es tal, sino un cambio de actitud, consecuencia de la debilidad del propio poder, pues si este acudiese a la coerción con ánimo de fortalecerse, podría encontrarse con una negativa a la colaboración. Lo que supondría no un contratiempo, sino algo mucho más serio; prescindir del modelo de «poder jerárquico».

Resumiendo, que quien habiendo ostentado y ejercido el modelo de «poder jerárquico», donde se administra desde arriba hacia abajo, y dada su debilidad, se encuentra en la imperiosa necesidad de generar interdependencias, siempre trata de soslayar o viciar, el ejercicio del «poder dialéctico», tratando de conmutar su evidente debilidad, en poder. Y no sólo por que no se encuentra cómodo en ese terreno, sino porque no lo conoce.

La experiencia acumulada a lo largo del tiempo conduce de manera clara y evidente a una conclusión; todos los vectores que surgen del núcleo del poder, desde el entramado institucional sociopolítico, hasta el modelo policial y su gestión, son responsabilidad directa del mismo. Núcleo al que «siempre» se le debe exigir intermediación, evitando confundir la tolerancia con el respeto. Porque de no ser así, si no hay participación y respeto, indefectiblemente, el poder se conmuta en violencia. Violencia que denota escasa convicción democrática.

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